Risto parece recrearse en el sufrimiento moral, en el marasmo de la tristeza. Dicen que se es más creativo cuando se sufre que cuando se es feliz. A lo mejor él ya nació deprimido. “A mí lo que más me preocupa es que en medio de todo esto no reparemos en la belleza del error, la estética de una buena crisis. Es fácil equivocarse, sí, pero mucho más fácil es equivocarse sobre qué significa equivocarse.
Equivocarse no es hacerlo mal a conciencia. Es más bien tomar un riesgo y sufrir su no-éxito. Equivocarse no es ser ineficiente. Es más bien sufrir el no-yo, ese reverso oscuro, ese en el que nunca pensamos. Equivocarse no es ser imbécil. Es más bien empezar a serlo un poco menos.
Equivocarse implica tener la oportunidad de volver a construir algo nuevo que sea mejor que lo anterior. Si se parece a algo. Equivocarse es tener la oportunidad de aprender”.
Risto mira de frente a todo aquello que la mayoría de la gente le asusta o pretende evitar. “Cualquier sufrimiento no pasa de inconveniencia, la miseria concede exclusivas, lo exclusivo está sólo al alcance de algunos miserables y la pobreza, por no tener, no tiene ni longitud ni latitud”.
“Lo que realmente es peligroso para el sistema es no tener miedo. Alguien sin miedo es alguien incómodo, sin posibilidad de control. Una rareza, una excepción que puede llegar a hacer cualquier cosa inadecuada”.
“Cada vez creo más en que la virginidad del siglo XXI es la inocencia”.
“No creer que hay una forma correcta de ser feliz y otras muchas incorrectas. Saberse vulnerable, saberse infiel, saberse débil, y aun así querer construir un algo parecido a un refugio entre sólo dos, en medio de la que está cayendo. Decidirse a dejar el mando a distancia, profundizar en el viaje del otro, divorciarse de la separación, enamorarse de estar enamorado y trabajárselo como un trabajo.
Quizá también por eso hoy me he decidido a empezar por alguno de mis miedos. El miedo a enamorarme, miedo a sentir, miedo a dejarme llevar, pero también a que me deje (…) A que me ignore, a que me diga adiós, a que me vuelva loco o a que me haga soñar. Miedo a pensar en ella. Miedo a que ella no piense en mí”.
En lo que a la educación se refiere, estoy absolutamente de acuerdo con lo que dice. “La educación debería ser un proceso de autodescubrimiento, autoconocimiento y autogestión. La educación que yo veo, y la que he sufrido en mis propias carnes, es más un proceso de autoanulación, autoaburrimiento y autohomogeneización”.
“Crecer es aprender a despedirse. El día que te das cuenta de que crecer va a significar despedirse de personas, situaciones, emociones, memorias, ilusiones e incluso amigos que se supone iban a ser para toda la vida. Que ya no te sorprende que la gente desaparezca de tu vida. Ese día estás aprendiendo a decir adiós, ese día estás creciendo.
El segundo drama es que nadie se ocupa de enseñarnos a manejar nuestras emociones, nuestras intuiciones y nuestros sentimientos, si acaso prefieren que gestionemos esa parte tan burda y patéticamente fungible que es la memoria, un disco duro bastante limitado del que, con los años, poco o nada podremos rescatar para la vida real”.
Risto, en su pesimismo innato, no comprende al que es optimista, es más, lo detesta. “En fin. Que está todo tan nublado que te dan ganas de cruzarle la cara al que viene diciendo que mañana saldrá el sol. Cuanto más grandes se hacen los nubarrones, más le da a uno por recluirse en su pequeño mundo, con sus más cercanos, que tiene sus defectos, pero al menos son conocidos, sinceros, demostrados y aceptados como son. Y eso que siempre he defendido lo contrario. El viaje continuo, el trayecto hacia otras formas de pensar, el apasionante destino que cada persona supone en tu vida.
Será que yo me hago mayor.
Será que el mundo se hace pequeño”.
Hay algunos capítulos sueltos, “Miedocres” y “Callejero de mí”, que me gustaron especialmente. Por lo demás, a pesar de palabrotas e imprecaciones que suelta sin cesar, Risto me parece un sentimental con una muy particular visión del mundo, un incomprendido que se protege con escudos de dureza verbal para que no podamos ver la vulnerabilidad que alberga en su interior. Le supongo una inconmensurable falta de afecto, pocas cosas conseguirán llenarle o le satisfacerán. Su nivel de exigencia es muy alto. Coincido con él en que cuando me siento mal también cedo a la tentación del sarcasmo, aunque es mi caso no me dejo llevar como él hace, salvajemente, pero sí lo he considerado más de una vez. Fuera censuras, que son siempre ajenas. Fuera los prejuicios y las mentes estrechas y pacatas. Una marea de sarcasmo bien encauzada puede ser un verdadero remedio antistress personal que arrastre consigo los sentimientos negativos que tengamos dentro y de paso los de los demás.
Risto es ese ser peculiar que nos deja de todo menos indiferentes, un revulsivo para las conciencias que quieren ser un poco inconscientes de vez en cuando. Creo que ha sacado otro libro después, de factura similar. Puede que lo compre.
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