Temple aprendió a dibujar observando a un diseñador que trabajaba para uno de los mataderos en los que la contrataron. Era capaz de recordar todos los detalles casi al milímetro.
Ella puede hacer una simulación virtual en su mente como la harían los equipos informáticos actuales. Cuando va a construir cualquier cosa, la pone a prueba primero en su imaginación. Puede verla desde cualquier ángulo, por encima o por debajo, haciéndola rotar al mismo tiempo. “Para crear nuevos diseños, extraigo piezas y componentes de mi memoria y las combino en un conjunto nuevo”.
“Siendo autista, no asimilo la información que la mayoría de las personas da por supuesta. En cambio, la almaceno en mi mente como si se tratara de un CD-ROM”. Recuerda el caso que aparecía en la película Rainman.
“Si dejo que mi mente vague, el video salta en una especie de asociación libre (…) Las personas con autismo más grave tienen problemas para detener estas asociaciones sin fin”.
“Las relaciones personales carecían totalmente de sentido para mí hasta que desarrollé símbolos visuales para las puertas y ventanas. Sólo entonces pude comenzar a entender conceptos tales como aprender a dar y recibir en una relación personal”. Temple, cuando comenzaba una nueva etapa de su vida, se imaginaba a sí misma atravesando todas las puertas que había visualizado en su vida, una detrás de otra. De esta manera se sentía más segura ante lo desconocido.
“En mi adolescencia y juventud tenía que usar símbolos concretos para entender conceptos abstractos (…) El Padrenuestro fue algo incompresible para mí hasta que logré desarmarlo y convertirlo en imágenes visuales específicas. El poder y la gloria eran representados por un arco iris y una torre de transmisión de electricidad”.
Hay muchos autistas que poseen un alto coeficiente intelectual. Suelen ser diagnosticados como Asperger o autistas de alto funcionamiento. Temple afirma que personajes como Bill Gates o Einstein tienen rasgos autistas.
Para compensar sus déficits sociales, la persona autista necesita hacerse muy buena en su trabajo para obtener reconocimiento. Necesita encontrar personas que les aconsejen y orienten bien para que puedan canalizar sus talentos naturales.
Como los autistas son emocionalmente inmaduros, se les debe inculcar fuertemente unos principios morales básicos que interioricen desde niños.
“La percepción de mí misma, como persona con autismo, se basa en lo que pienso y hago. Yo soy lo que pienso y hago, no lo que siento. Tengo emociones, pero mis emociones son más parecidas a las de un niño de 10 años o un animal”.
Leyendo muchas de las experiencias que cuenta Temple Grandin, no puedo evitar encontrar en mí muchas similitudes respecto a su comportamiento. De niña me pasaba el tiempo haciendo asociaciones de imágenes, y me recreaba en los detalles más nimios de todo lo que me rodeaba. Era incapaz de decir más de cinco palabras seguidas excepto cuando hablaba con alguien de mi familia o alguna de mis pocas amigas. No fue hasta muy mayor, estando en la universidad, cuando pude mantener una conversación fluida. Todo lo atribuía a que era introvertida, pero seguramente había algo más porque recuerdo con horror mi relación con los compañeros de clase tanto en el colegio como en el instituto. Había como una barrera invisible entre el resto de la gente y yo, sensación que sigo teniendo.
“En el instituto había aprendido a controlar un poco la ansiedad y el miedo constantes encerrándome en mí misma y soñando despierta, pero a los otros chicos les parecía fría y distante y me daban de lado”, recuerda Temple. Yo era objeto de burla por este motivo. Como me dijo una profesora en una ocasión, delante de toda la clase: “Pilar, siempre estás en primera fila, pero siempre al margen”. Lo cierto es que mi autoestima era muy baja en aquellos tiempos.
Mi fracaso matrimonial no ha contribuido después a que todo esto mejore. Por cuántas cosas tuve que pasar que en nada me beneficiaron. Desde luego la clase de persona que elegí para compartir mi vida era lo último que yo necesitaba.
Como le pasaba a Temple, llevo muy mal el rechazo ajeno, porque siempre lo considero arbitrario e injusto, y aunque ahora ya consigo remontarlo, la persona que me haya infringido dolor, sea del tipo que fuere, puede formar parte de mi círculo habitual en un cierto momento, pero nunca podrá formar parte de mi corazón, y eso incluye a los miembros de mi familia. Puede que mis “rasgos autistas” sean producto de mis circunstancias más que un problema de nacimiento, pero lo que sí aprecio enormemente, y ya de una forma quizá exagerada, son las muestras de afecto de los demás, a las que temo siempre no saber corresponder con el suficiente énfasis.
Mi hijo va por el mismo camino también. Sufre un bloqueo emocional importante, sólo manifiesta afecto por muy pocas personas (y algún animal), rehuye la mirada, le asustaban de niño los sonidos fuertes (a mí me sigue pasando), no le gusta que le toquen (sólo de vez en cuando), y no suele hablar mucho, sólo con los pocos amigos que tiene, aunque su nivel de lenguaje ha sido siempre bastante alto. Yo veo dentro de él y sé que hay un ser tierno y dulce en su interior que sólo aflora en ocasiones, cuando está relajado, y que pugna por salir para poderse realizar como persona, pero como no puede conseguirlo esto le hace sufrir. Ahora he encontrado a un profesional que le va a poder ayudar, con un poco de suerte.
Un mundo este muy particular y muy interesante, y que Temple Grandin nos ha sabido mostrar a su manera tan especial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario