viernes, 26 de noviembre de 2010

Jane Eyre


Enganchada como estoy a las hermanas Brontë últimamente, le ha tocado esta vez el turno de lectura al libro de Charlotte, Jane Eyre, cuyo argumento no me era desconocido tras haber visto hace mucho la versión cinematográfica que en los años 70 protagonizaron George C. Scott y Susannah York, para mí la mejor de todas las que se han hecho.

Leyendo la novela, te sorprendes de lo acertado de la elección de actores que en su día hicieron para protagonizar esta película, pues el físico y la intensidad de las emociones que en ella despliegan sus protagonistas se corresponde muy fidedignamente a los de los personajes que encarnaron las figuras principales del relato.

En el film se abrevió bastante el principio y el final, en un afán de no alargar en exceso su metraje y quizá cansar al espectador. A mí me hubiera encantado que se hubiera reflejado todo lo que Charlotte Brontë escribió.

Su prosa te cautiva casi desde el comienzo, y tanto el relato de los hechos como los diálogos de los protagonistas me envolvieron en un torbellino de emociones infinitas, mezcla de todo un amplio repertorio de sentimientos que van desde la más absoluta dureza hasta la más delicada ternura.

Durante toda la historia somos testigos de la evolución interior de la singular mujer cuyo nombre da título a la novela, alguien que se ve obligada a pasar por las más duras experiencias vitales, y que consigue sobrellevar gracias a su enorme fuerza interior y a una fe casi inquebrantable en sí misma y en Dios. Aunque físicamente no aparenta ser gran cosa, su forma de hablar y de comportarse no pasan desapercibidos para los que la rodean, y sólo al conocer al que sería el amor de su vida ve que por fin es valorada en todas sus dimensiones. Nada más emocionante que sentir los ojos del amado o amada mirando dentro de ti, y que llegue a conocerte como ninguna otra persona sea capaz.

Charlotte Brontë escribió esta novela basándose en sus propias y terribles experiencias en el orfanato al que fue llevada junto con sus hermanas cuando murió su madre. De las cinco que eran, dos no lograron sobrevivir. Era aquella una época dura, sobre todo para la mujer, sometida a rígidas normas. Algunas de las ideas que se defienden en esta novela causaron mucha polémica en su momento cuando fue publicada, porque pasaban por alto muchas convenciones sociales.

Leyendo Jane Eyre las horas transcurrieron como si fueran minutos, sin apenas darme cuenta. Hacía mucho tiempo que esto no me sucedía con un libro. Yo misma me sorprendía del gusto y el interés que este relato había despertado en mí, pues aprovechaba cualquier rato libre para retomarlo y, al mismo tiempo, no quería que se acabara nunca. No lo leía tampoco con prisa, pues me encantaba saborear cada palabra, cada pensamiento que aportaba, cada nuevo acontecimiento que tuviera lugar. Quisiera poder escribir así, con esa riqueza de vocabulario y de ideas, con ese lenguaje tan intenso y tan vivo. En comparación, encuentro mi prosa pobre, escasa de ideas, siempre encorsetada en los mismos términos que me parecen torpes muletas a la expresión de mis pensamientos. Cada vez me falla más la inspiración.

La banda sonora de la película, una de las más bonitas que he escuchado en mi vida, contribuía al toque trágico, romántico y absolutamente sentimental que caracterizó el estilo cultivado por las tres hermanas Brontë en sus libros, un estilo que no por clásico está pasado de moda, apto sobre todo para espíritus sensibles y seres que a lo mejor hemos pertenecido a otra época, quizá en otra vida.

Ilustro este post con la imagen que aparece en la carátula del libro, un cuadro de Carlton Alfred Smith, que supo captar a la perfección la atmósfera que se respiraba en aquella época y en esa zona de Inglaterra.

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