lunes, 2 de enero de 2012

Anfitriona


Esto de ser anfitriona no es tarea fácil. En estas fechas de tanto festejo nuestras habilidades como tal son puestas a prueba.

Cuántos libros se han escrito sobre el tema, y cuán de moda están los cursos que pretenden enseñarnos la mejor manera de recibir a nuestros invitados en casa. Desde originales recetas o los platos más adecuados para cada ocasión, hasta la disposición de la mesa y la decoración del hogar. En foto todo queda maravillosamente, los resultados de las sugerencias hechas por los expertos dan muy buen en cámara pero, como todo lo que se desea que resulte bien y sea bonito, requiere un esfuerzo que, a mí particularmente, me suele dar mucha pereza llevar a cabo.

Me preguntaba hace poco cómo sería eso de tener personal a tu servicio para hacer las tareas de la casa. No la asistenta que te viene a limpiar o a planchar 2 ó 3 veces en semana, sino un montón de gente empleada sólo para satisfacer tus necesidades domésticas. Nunca más tener que cocinar, ni hacer camas, ni limpiar, ni hacer compra, ni tender, ni coser, ni planchar… La perspectiva resulta muy halagüeña. Al cabo de un rato sentía un gran placer recreándome en esas ensoñaciones, tan frecuentes en mí por otra parte. Me noté relajada, desentumecida, despreocupada, libre de las pesadas cargas materiales que la vida nos impone.

Y yo, como cuando empiezo así ya no hay quien me detenga, seguí dándole bola y terminé viéndome en una gran casa como las que salen en las películas americanas, no tipo adosados tan corrientes aquí, sino una de planta grande, con un gran porche y precioso jardín con arboleda. El otro día viendo la enésima versión de Mujercitas, la interpretada por Winona Ryder, me recreaba en la contemplación de la casa familiar, tan confortable y acogedora por dentro, con chimenea en cada habitación, y tan señorial por fuera, rodeada por una valla y con su buzón para la correspondencia con una forma divertida. El paisaje estaba nevado, y las casas se alienaban a un lado de un sendero con cierta distancia entre sí. Maravilloso. Lo mismo que cuando nos ponen en estas fechas películas como Solo en casa, en las que salen casas increíbles de varias plantas decoradas con un gusto exquisito, para ponernos los dientes largos.

Volví a la cruda realidad cuando me estalló una pinza en la mano mientras tendía la ropa. Qué dolor. Mis oníricos pensamientos me llevan demasiado lejos y bajar de las nubes tan bruscamente no es muy agradable que digamos.

Como anfitriona no me estoy luciendo mucho en los últimos tiempos. Este año, en la cena de Nochebuena, todos tuvieron que añadir sal a la sopa a pesar de haberla probado yo primero y parecerme que estaba bien, el pescado en salsa con gambas se quedó sin salsa, y el helado de postre estaba tan congelado que hubo que meterlo en el microondas. El año pasado el cordero asado que puse se quedó medio crudo porque el horno no funcionó bien.

Siempre me propongo, al comenzar un nuevo año, aprender muchas recetas diferentes con las que agasajar a mis invitados y despertar el interés de mis hijos en las comidas diarias, pero la pereza me vence. Me encanta ver las fotos de los platos elaborados por expertos gourmets o las de decoración de interiores en las revistas, disfruto imaginando todo eso para mí, pero luego no me siento capaz de llevarlo a la práctica. Será porque tengo poca confianza en mis posibilidades, además de vaguitis.

Yo me sigo viendo recibiendo a mis invitados más fresca que una lechuga sin haber tenido que trabajar, respaldada por un ejército de personas dedicadas a mi exclusivo servicio doméstico. Los agasajados alabarían mis platos y admirarían a mi chef, preciada joya que todos querrían disputarse y de la que no me desprendería ni por todo el oro del mundo. Dispondría con él los platos a servir en cada ocasión como si de una aristócrata se tratara. No me importaría ser una inútil reconocida teniendo esos privilegios para mí. Antes al contrario, realizar una misma las tareas de la casa sería una vulgaridad. Aunque me parece a mí que los demás aprecian más lo que has preparado con tus propias manos, porque eso significa  que has hecho un esfuerzo personal para contentarles, que incluso has dejado parte de tí en la comida (el sudor que te cae de la frente con el calor de los vapores, las lágrimas que te corren por las mejillas al cortar la cebolla...). 

Hay gente que es muy dispuesta. Yo me ahogo en un vaso de agua, nada me parece que esté lo suficientemente bien. Pero espero, con el tiempo y con perseverancia, llegar a ser una buena anfitriona.

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes