viernes, 20 de enero de 2012

Un poco de todo (XXXIV)


- Ha despertado encontradas reacciones el fallecimiento de Manuel Fraga, como cabía esperar en un hombre polemista que a nadie dejó nunca indiferente. En los últimos años se apreciaba, en sus fugaces apariciones en televisión, cómo iba menguando su cuerpo con la edad y los achaques. Su lastimera imagen era objeto de burla y escarnio en cierto tipo de programas (dónde ha quedado el respeto a las personas mayores), en los que se mofaban de su malhumor. Qué paciencia puede quedarle a una persona tan mayor y tan inteligente que contempla espeluznada el viaje en montaña rusa de una sociedad como la nuestra, abismada a todos los niveles.

Independientemente de la ideología política de cada cual y de las simpatías o rechazos que su figura provoque, lo que es sin duda indiscutible en él es su enorme capacidad de trabajo, su extensísimo bagaje cultural, su arrolladora personalidad y la inquebrantable persistencia de sus convicciones.

Dedicó su vida entera a los demás, su trabajo absorbía sus energías y su tiempo, lo que no le impidió formar una numerosa familia.

Me acuerdo hace años, cuando acababa de perder a su mujer y se le vio aún más entregado si cabe a su labor, en un intento por rehuir la soledad y los recuerdos que ella le había dejado, que comentaba a un periodista que siempre llevaba su almohada consigo en todos los viajes que hacía, porque el descanso era para él impensable sin ese sencillo objeto personal. Algunos lo tildarían de chiflado, o de maniático; en realidad fue siempre un hombre práctico.

Ahora sí que tendrá ocasión de descansar en paz, de reunirse con su esposa y, quién sabe, de seguir dando guerra allá donde se encuentre ahora, reacio a todo lo que signifique inactividad. Aunque sea por los muchos años que ha acompañado nuestras vidas en la escena pública, su persona deja poso en la memoria y en el corazón de todos, y merece todo nuestro respeto, ese incontestable respeto del que se ha hecho merecedor a lo largo de tantos años.

- Por eso luego alucino con gente como el representante de ERC haciendo unas declaraciones el mes pasado en las que afirmaba, con gesto feroz y sonrisa siniestra, que los catalanes se quieren salir del Reino. Al no ser atendidas sus reclamaciones, tales como cambiar la normativa hidrográfica para que el tramo del Ebro que pasa por su comunidad autónoma sea gestionado sólo por ellos, hacen como sus homólogos vascos, se excluyen del territorio español como si formaran parte de otra galaxia, aunque, eso sí, se sigan beneficiando de las prebendas que el Estado central les pueda proporcionar. Y encima le piden cuentas al Rey, aprovechando los escándalos que últimamente persiguen a su familia para alimentar y fomentar su sempiterno espíritu antimonárquico. Anti todo, diría yo, hay pocas cosas a las que los radicales no se opongan, y de las peores manera posibles. Es evidente que lo único que quieren es atraer la atención de la opinión pública, montando uno más de los muchos numeritos grotescos que acostumbran.

Dudo mucho de que este señor ni ese grupo representen a la mayoría de los ciudadanos catalanes, ni que sea la persona más indicada para pedirle cuentas al Rey además.

Esto ha sido como retroceder a la Edad Media. Hoy en día nadie habla así. Nadie habla de reinos, ni de villas, ni de burgos, ni de nada que se le parezca. Que en el siglo XXI todavía tengamos que estar oyendo este tipo de cosas me parece demencial.

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