lunes, 9 de enero de 2012

Mi tío Fonchi

En su casa, con mi madre, hace muchos años

No es la primera vez que mi tío Fonchi me llama al móvil pensando por error que está llamando a la mayor de sus hijos. Su nombre y primer apellido coinciden con el mío y no es difícil que se equivoque al elegir el contacto. Hace poco volvió a pasar lo mismo, pero esta vez estaba muy enfadado. “Pilar, ya me tienes harto, esto no puede seguir así”, suena su voz airada.

Enseguida supe que era él y no precisamente porque tenga facilidad alguna para reconocer voces por teléfono. “¡Hola tío Fonchi!”, me río. “No estés enfadado”. Se da cuenta del error y se ríe también. “¡Hola sobrina!. Ya me he vuelto a equivocar. Es que es Pilar, que me tiene loco. Se creen mis hijos que yo soy el basurero de la familia. Todo lo que les estorba lo traen a mi casa. A Pilar le he sacado sus cosas de mi garaje y se las he puesto en la calle”.

Mi tío Alfonso, Fonchi para familia y amigos, es el hermano mayor de mi padre, y a pesar de los muchos años que ya tiene sigue siendo el mismo de siempre, mucho ruido y pocas nueces, se le va la fuerza por la boca. Por su forma de ser, tan abierta y gamberra, nadie diría que ya casi es octogenario. Se comporta como un chaval de 50, y en algunas cosas como si tuviera 30.

Siempre fue uno de mis tíos preferidos. La primera imagen que tengo de él es en Torrevieja, cuando tenía yo 5 ó 6 años, y nos hizo una visita desde Alicante, donde vive. No lo esperábamos, y su visita llenó el día de alegría. Le recuerdo de pie junto a la gran mesa que había en el salón comedor, revolviendo el contenido de la enorme fuente de ensalada que acababa de prepararnos, mientras hacía sus chascarrillos y sus comentarios atrevidos. Siempre ha cocinado muy bien. A mí el huevo duro no me gustaba mucho por entonces, pero al probarlo en aquella ensalada me supo a gloria.

Luego, durante años, venía a visitarnos donde estuviéramos en las vacaciones, porque siempre hemos veraneado por la zona. A veces solo y a veces acompañado de su mujer, mi tía Pepi, o de sus hijos varones. Su relación matrimonial era tormentosa. Nunca hasta que les vi a ellos había visto a una pareja discutir. Ellos se lanzaban a cada poco los platos rotos a la cabeza, como se suele decir, y eso dañaba mi sensibilidad infantil. Una vez le pregunté a mi madre si es que no se querían. “Hay muchas formas de quererse”, me contestó. Yo en aquel entonces no comprendí su respuesta. ¿Cómo se pueden querer dos personas que parecen estar siempre enfadadas, haciéndose daño y lanzándose reproches?. Lo dirá para excusarles, pensaba yo. Con el tiempo he comprendido lo que quería decir mi madre.

Ellos dos se querían mucho pero tenían temperamentos muy fuertes, ninguno quería dar su brazo a torcer. Eran primos carnales y se conocían de siempre. Para ellos era el eterno dilema, ni contigo ni sin ti. Les recuerdo durmiendo la siesta en mi cama después de comer, los dos de medio lado mirando en la misma dirección, muy juntos. Había camas libres de sobra, pero ellos preferían dormir en la misma aunque casi no cupieran. Era como si en esos momentos desaparecieran todas las diferencias.

Mi tío Fonchi es el mayor de cuatro hermanos, y desde la juventud fue la oveja negra de la familia. Se enfrentó a su padre, que era muy estricto, se plantó y dijo que no quería estudiar. Se marchó a Venezuela a hacer negocios, ganó mucho dinero, y allí estuvo unos años hasta que decidió volver. Se casó muy enamorado y tuvo también cuatro hijos. Les ha querido siempre mucho a todos, pero tenía poca paciencia y hacían con él un poco lo que querían. Por no oírles les daba todo lo que le pedían, y trabajaba mucho para poder tener un buen nivel de vida.

Cuando nació su primera nieta, la tía Pepi la cuidaba como nadie. Ella siempre fue muy tierna y cariñosa, tenía una forma de ser muy especial. Cuando murió hace 14 años sin llegar a conocer al resto de los nietos que llegaron después, su familia la lloró amargamente. Un cáncer se la llevó en apenas un año. La incineraron el mismo día que bautizaba yo a mi hija. Entonces le escribí una carta a mi tío, que él agradeció mucho, a modo de consuelo y para transmitirle mi pesar y el cariño que por ella yo también sentía.

Sus cenizas fueron enterradas en el jardín de uno de sus hijos, y desde entonces mi tío Fonchi ha estado penando, saliendo con unas mujeres, con otras, hasta que hace 2 ó 3 años conoció a la que hasta ahora parece ser su relación más estable. Durante mucho tiempo llevó fotos de mi tía por los bolsillos para repartirlas a todo el mundo, como una forma de perpetuar su memoria y de seguir estando con ella. Recordaba el calvario por el que ella tuvo que pasar hasta que falleció y se sobrecogía. Estoy segura que en esos momentos habría cambiado muchas cosas del pasado si hubiera podido. La amargura le afiló la lengua, pero soportamos el chaparrón a la espera de tiempos mejores para él.

Las veces que más me he reído en mi vida y algunos de los ratos más divertidos que he pasado han sido en su compañía. Mi tío Fonchi es un torbellino de pasión, una fuente inagotable de sentido del humor picante y sarcástico muy al estilo del sur, un amante de la mujer en general. A mí siempre que me ve me dice que me quiere mucho, y la verdad es que es muy tierno cuando no está soliviantado con alguna preocupación. Su gusto por el cotilleo (aprovecha todas las bodas para criticar a unos y otros) tiene como contrapartida su abierta franqueza y su ingenioso sentido del humor. Recuerdo a la abuela riéndose a más no poder con muchas de sus ocurrencias.

Mi tío es ciertamente un hombre entrañable que necesita más que nadie el amor de los demás, aunque a veces parezca que está en guerra con todo el mundo. Es un niño grande que se siente a veces incomprendido, y al que no siempre supieron aceptar como es. Oculta su inteligencia y su sensibilidad tras una pudorosa máscara de desenfado y chanza constante. Pero los que le conocemos sabemos bien cómo es, y sin duda no hay otro igual.

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes