martes, 31 de enero de 2012

El precio de la Historia


Cuando se pone en televisión  un programa del Canal Historia de Digital + te imaginas que vas a ver un documental muy cool sobre algún tema cultural interesante y trascendental, pero no siempre es así. A través de los raros gustos de mi hijo fue como conocí El precio de la Historia, serie de reportajes que tienen lugar en una enorme casa de empeños situada a las afueras de Las Vegas, en un edificio que por fuera parece un casino, lleno de letreros y lucecitas, quizá para hacer honor al lugar donde se encuentra, la capital del juego y el neón por excelencia. Este tipo de establecimientos, que en España proliferaron bastante en el pasado, son bastantes frecuentes en EEUU hoy en día.

En El precio de la Historia una saga familiar se dedica a comprar y vender objetos de toda índole, a veces inimaginables. El padre, el hijo y el nieto, ayudados por un chico que tienen contratado, parece que a fuerza de estar tanto tiempo juntos han llegado a tener una apariencia semejante, con un espectacular sobrepeso (nos los imaginamos consumidores compulsivos de fast food), vestidos con un polo negro de manga corta, es como si se hubieran mimetizado. El ayudante suele ser objeto de las burlas de la familia por sus escasas capacidades intelectuales, aunque en el fondo le quieren como a un miembro más del clan.

Cada día, distribuídos estratégicamente por todo el local, reciben a los clientes detrás de un interminable mostrador de cristal. Por allí se pueden ver desde camisas de soldados de la época de la guerra de Secesión, colecciones de monedas antiguas o relojes de gran tamaño y precisión, hasta avionetas de los años 50, fuerabordas en más o menos buen estado, o coches de carreras de hace varias décadas. Casi todos dicen encontrar entre las cosas heredadas por parientes ya fallecidos o en el desván de su casa objetos que les estorban, porque no les sirven para nada, a los que esperan sacar beneficio, y cuyo valor con frecuencia ignoran.
No suelen empeñar nunca nada, y los criterios que siguen los dueños de la tienda se basan sobre todo en la posibilidad de poder vender luego lo que adquieren, qué salida tiene determinado artículo: pagar por algo que luego nadie va a querer les haría perder tiempo y dinero. Algunas veces se saltan esta norma, cuando algo les interesa especialmente por su rareza o valor histórico y piensan que incluso da caché a la tienda y hace bonito. El hijo suele ser el más caprichoso.

Cuando tienen duda sobre si comprar o no algo de lo que les ofrecen, recurren al padre, que por su edad y temperamento es el que tiene la última palabra normalmente. Es un hombre con una abundante mata de pelo blanco como la nieve, y gasta un sentido del humor muy socarrón. Sabe más que nadie del negocio, y se diría que es bastante taimado en ocasiones, tanto con los suyos como con los extraños. Una vez que los demás hicieron poca caja, pues se valora mensual e individualmente el margen de beneficios de cada uno, organizó una competición en la que, a cambio de un premio monetario, tenía que salir vencedor el que más dinero consiguiera para la tienda. Como ganó él, cosa que era previsible dada su habilidad y su larga experiencia, no le dio el premio a nadie, y de paso les hizo trabajar más que nunca, además de tomarles el pelo como hace con todo el mundo.

Su hijo es muy distinto, más bajo y con la cabeza rapada. Siempre se está riendo, y lo hace con ganas, a todo le encuentra su lado humorístico. Es muy afectuoso, tiene mucha personalidad, y adora a su padre. Es el que más juego da al programa, el que más sabe de Historia, pues cada vez que algo cae en sus manos da una pequeña disertación a cerca de los orígenes del artilugio en sí, y demuestra ser un auténtico entendido. No sabemos si se preparará la lección fuera de cámara o si improvisa sobre la marcha, pero llama la atención que el empleado de una casa de empeños tenga ese nivel cultural, ese interés tan grande por el pasado, y más en una nación como la suya en la que, como todos sabemos, apenas tienen Historia.

Si hay duda sobre el valor de una cosa llaman al experto que corresponda, gente con la que trabajan desde hace años, cuya palabra es sagrada, y que no tardan en esclarecer la autenticidad de tal o cual objeto. Ellos también dan una pequeña lección de Historia, ante la curiosidad y la estupefacción de todos, sobre todo del cliente, que muchas veces no sabe el verdadero valor de lo que trae ni mucho menos sus reminiscencias históricas. Todos los tratos, se cierren o no, terminan siempre con un apretón de manos.

El nieto es físicamente igual que el abuelo pero en joven, aunque su carácter es más blando. Tiene siempre un aire pasota y un poco despectivo, quizá para hacerse el duro y marcar su territorio. Se toma muy a mal cuando le echan una bronca por algo. Entonces lo paga con el chico que tienen empleado, que es de su edad, y sobre el que recaen las iras y las bromas de todos a partes iguales. El susodicho no se suele dar por aludido, a lo mejor muy en el fondo de su alma lo lamenta, pero procura dar una apariencia de indiferencia y cierta desfachatez.

Y así nos vamos enterando de cual es el precio de la Historia, a través de esos objetos por largo tiempo olvidados, comprados no hace mucho o heredados generación tras generación. Pues dicen que todo en esta vida tiene un precio que, con el paso de los años, suele aumentar, aunque en el caso de la Historia su valor vaya más allá del dinero.

Miguel Ángel cree que nosotros debemos ser de las pocas personas que vemos este programa, pero yo creo que se equivoca: a mucha gente le interesa saber cómo se tasa una antigüedad o una rareza, y más de la forma tan peculiar como lo hace esta saga familiar.

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