miércoles, 11 de enero de 2012

Presentaciones


Siempre pensé que la primera vez que alguno de mis hijos me presentara a su pareja sería todo mucho más formal y más planificado. En el caso de mi hija estos son adjetivos que no han lugar.

Hubo un día, hace poco, que la notaba especialmente nerviosa. “¿Vas a salir esta tarde mamá?”, empezó diciéndome. “No sé lo que haré. ¿Por qué lo dices?”, le contesté. Y se quedó pensativa: quería presentarme a Juan P.

Ana ha salido anteriormente con unos cuantos chicos, uno o dos años mayores que ella, pero con todos se aburría y nunca se terminó de sentir del todo a gusto, me imagino que porque no supieron estar a la altura de las circunstancias. A Juan P. lo conocía de vista en el pueblo de su padre, y un día contactaron por el Tuenti. En las fiestas de este verano trabaron amistad y a mediados de septiembre decidieron formalizar su relación.

No me gustaba que él sea cuatro años mayor que ella, y además Ana es aún muy joven para andar con compromisos de esa índole cuando en realidad lo que tendría es que tener amigos y nada más, pero lo cierto es que nunca la había visto tan feliz. Desde hacía tiempo me enseñaba las fotos de él de vez en cuando en el Tuenti y no sabía qué es lo que podía haber encontrado en él, porque no me parecía precisamente muy agraciado. Tenía una bonita sonrisa, ojos cálidos y vivaces y estatura, pero nada más. Pensé que muy niño tenía que ser para gustarle una chica tan joven.

Cuando lo conocí el otro día supe por qué le podía gustar un chico como Juan P. Vinieron a casa, porque a mí al final no me apeteció salir. Ana estaba un poco remisa, me imagino que porque no quería darle al momento demasiada seriedad. Quedar por ahí era más informal.

Qué delgadito me pareció, mucho más que en las fotos. Tímido hasta que cogió un poco de confianza. Les hice sentar en los sillones del salón y pusimos sobre la mesa las patatas fritas y los refrescos que habían comprado para la ocasión, por indicación mía. Su voz me pareció muy agradable, su sonrisa afloraba en cuanto se le daba ocasión, sus modales eran suaves y educados. Aparentaba tener menos edad.

Miraba a Ana con ternura y embeleso, casi me parecía más entusiasmado que ella. Pobrecito si le llegara a hacer daño, intuí que tiene un frágil corazón. En el Tuenti le escribió un día con palabras bonitas y sencillas que temía que se cansara de él, porque ella es aún muy joven y busca quizá otras experiencias. Sin duda para él debe ser muy importante tenerla.

Y me vi haciendo las preguntas habituales en estos casos, un topicazo tras otro. “¿En qué trabaja tu padre, si no es indiscreción?”. Me oí a mí misma diciendo esas cosas y no me lo podía creer. Nunca pensé que yo también emplearía ese mismo comportamiento trasnochado y manido que utiliza casi todo el mundo en estas ocasiones. La indiscreción me horroriza, y más con personas con las que no hay todavía confianza ninguna, aunque también fue un poco por hablar de algo.

Pero a él pareció gustarle la pregunta, porque se le vio animarse y acto seguido se lanzó a una larga diatriba sobre la ocupación de su progenitor, presidente de una empresa de distribución de gasóleos que fundó hace cuatro años con otros socios. Pensé que a falta aún de medallas propias no está de más colgarse las ajenas. Soy cruel, me reproché a mí misma, aún es joven para tener un futuro resuelto. Estudiar para mecánico y pinchar discos los fines de semana me parecía poca cosa. Siempre queremos para nuestros hijos lo mejor, pero los prejuicios no llevan a ningún lado. Quién tiene el futuro resuelto a edad tan temprana, y más hoy en día. Cierto es que en lo que hay que fijarse es en las personas.

Juan P. parecía muy orgulloso de su padre, hablar de él era un tema que le complacía. Eso me gustó: un buen hijo con una buena relación familiar. Ana me había enseñado hace poco unas fotos en las que él aparecía con su hermana, que es 5 años mayor que él. Le pregunté por ello y me dijo que tenían costumbre de fotografiarse en un estudio para luego felicitar las Navidades a familiares y amigos. Por la forma como posaban, con naturalidad, calidez y afecto, me parecieron personas muy especiales. Qué gusto, imagino a una familia unida y feliz, algo que parece cada vez más difícil. Juan P. y su hermana miraban abiertamente a cámara, como si no tuvieran secretos ni nada que ocultar. Vestían de blanco con ropas a la moda, y me parecieron casi angelicales.

Y aún dije otra tontería más: "Habrás regañado a Ana por sacar malas notas". Él miró por un momento de soslayo a Ana y esbozó una media sonrisa y cara de circunstancias. Ella no hizo mucho caso. El hecho de que Juan P. sea mayor no quiere decir que deba tener una actitud paternalista con ella. En ningún caso en realidad, eso es algo que en pareja he detestado siempre. Además, cuidado con la niña, por las buenas es como la miel pero como se enfade... Cualquiera le dice a una Leo lo que tiene o no tiene que hacer. Que me lo digan a mí, que soy Leo también.

Comprendí por qué Ana está enamorada de él, aunque a veces tenga sus dudas. Es una niña todavía en muchos sentidos. La delicadeza de un hombre joven la ha pillado de improviso porque era algo a lo que no estaba acostumbrada y la ha debido sorprender gratamente y al mismo tiempo inquietar. Cuidado, que esto se pone serio.

En ciertos momentos se miraban a los ojos y Ana enlazó su brazo con el de él. Estaban a gusto juntos. Luego la mano de él se posó en el muslo de ella. Me pregunté qué hacía aquella mano allí, pregunta de madre represora y puritana. Me di cuenta de que era un gesto hecho sin intención, sin darse cuenta, algo natural. Era sólo que nunca había visto a un chico tener esas confianzas con ella. ¿Celos?. Un poco, y eso que yo no suelo ser celosa. Mi niña me abandonaba a pasos agigantados, se estaba convirtiendo en una mujer mucho más deprisa de lo que yo esperaba. Y también inquietud por si no estuviera escogiendo el camino más adecuado. Su hermano, muy serio, apenas dijo nada. Él sí que estaba celoso.

Fue una visita breve, y nunca como habría imaginado. Es mejor no tener ideas preconcebidas sobre nada. Cuántos estereotipos enladrillan nuestra mente. Menos mal que vienen los demás y los derriban.

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