Ha sido un alivio comprobar este
año que la gala de los Oscar no había iniciado un declive en
perpetuo descenso tras el espectáculo soso y vulgar del año pasado. Contribuyó
a ello sin duda el cambio de presentador, que este año ha sido un curioso personaje
que igual hacía reir con sus ocurrencias, que se ponía a cantar (tiene una
bonita voz) o se quedaba en calzoncillos llegado el caso. Ya su video
promocional anunciándose como conductor del evento era muy original.
Había buenas películas en esta edición.
Parecía que el buen cine estaba en franco retroceso, pero no, todavía Hollywood
y algunos lugares del mundo nos siguen dando gratas sorpresas. Pero como pasa a
veces en estos acontecimientos tan esperados, con frecuencia no dan el galardón
al intérprete o al film que más nos han gustado. Muy acertada la elección de Eddie
Redmayne como mejor actor, no así la de mejor actriz, pues en lugar de Julianne
Moore me hubiera quedado con cualquiera de las otras candidatas.
Mejor película hubiera sido para
mí La teoría del todo o The imitation game, y como mejor actor de reparto los
maravillosos Robert Duvall o Ethan Hawke. No elegir a Meryl Streep como mejor
actriz de reparto ha sido casi como un pecado mortal. La elegida, Patricia
Arquette, no me ha gustado nunca mucho. Todos los intérpretes secundarios eran de lujo, normalmente protagonistas en otras películas.
Quizá resulte un poco pesado el
hecho de que se utilice la gala de los Oscar para las reivindicaciones de la
raza negra. Todos los años hay siempre películas dedicadas al tema, y cuando
salen galardonados aprovechan para hacer discursos tipo Martin Luther King,
sólo que no estamos en aquella época y no hace falta enarbolar tantas banderas.
El cantante que recogió el galardón por la mejor canción, que tiene una voz estupenda todo sea dicho, señaló la cantidad de personas de raza negra que había en
las cárceles de EE.UU. Fue una cifra escalofriante, pero no creo que estén en
prisión por el hecho de ser negros precisamente. Eso sí, sirvió para que
muchos de los que estaban entre el público lloraran, algún blanco incluído,
momento que fue captado muy oportunamente por las cámaras.
Los directores latinos también se
están haciendo un hueco en Hollywood, desde el año pasado con el éxito de
Alfonso Cuarón, y este año con Iñárritu. Talento no falta, aunque por su
dominio del inglés parecen más norteamericanos que otra cosa, están muy
integrados en el stablishment.
Me impactó el discurso del que
recogió la estatuilla al mejor guión, cuando confesó que a los 16 años había
intentado suicidarse, pues se consideraba un bicho raro y no encontraba su
lugar en el mundo. Invadido por la euforia instó a todos los posibles suicidas
a que desistieran de sus propósitos porque lo mejor está siempre por venir.
Tenía cara de niño y una mirada limpia y azul.
La mujer que recogió el premio al
mejor vestuario también me llamó la atención, sobre todo por la colección de
maravillosas y variopintas películas en las que ha participado: Barry Lyndon,
Carros de fuego, Cotton Club, Mª Antonieta y ahora El Gran Hotel Budapest. Ella
apareció con un extraño conjunto en negro. Parece un poco extravagante, pero es
una maestra en lo suyo sin duda.
Los escenarios fueron numerosos,
cambiantes y espectaculares. Las actuaciones musicales muy buenas. Sorprendió
especialmente la de Lady Gaga, que nos tiene acostumbrados a sus looks imposibles,
y que apareció con un traje digno de Cenicienta reconvertida en princesa, con
un peinado ondulado y elegante, y una magnífica voz interpretando canciones que
hicieron famosa nada menos que a Julie Andrews, en Sonrisas y lágrimas. Pero claro, no deja de ser
quien es, y cuando levantó un brazo se podía ver el tatuaje de una trompeta en su bíceps, y
al levantar el otro un ancla asomando por su axila bajo el vestido. Cualquier glamour es
imposible así. Por cierto, antológica la ovación que le dedicaron a Julie Andrews cuando apareció después. Es una mujer por la que no parecen pasar los años.
La fauna hollywoodense siempre ha sido muy
variada. En las primeras filas estaba el protagonista de The imitation game,
enfundado en un smoking blanco que destacaba del resto de trajes negros,
mirando desafiante a la cámara que le enfocaba, momento que aprovechó para
darle un trago a su petaca. Tiene una
cara difícil, y yo me atrevería a decir que es bastante feo, pero él no debe
opinar lo mismo, pues resulta incluso hasta engreído.
Otro que desentonaba un poco era
Michael Keaton, absoluto triunfador de la noche aunque no se llevara la estatuilla al mejor actor, desaparecido de la escena
desde hace años, aunque por lo visto hacía papeles en pequeñas
producciones. Con los ojos muy abiertos como de loco y sin parar de mascar
chicle con la boca abierta, miraba a todos lados poseído, aunque estuvo muy
acertado en el pequeño discurso que pronunció cuando subió al escenario junto
con el director y los demás compañeros de reparto por alguno de los galardones
que recibieron.
Redmayne, eufórico con su trofeo al mejor actor,
anunció que iba a ser padre al final de su confuso y emotivo discurso de
agradecimiento. Qué jovencito, pensé yo, y ya con una vida tan completa. Luego
comentó que tenía 33 años, y pensé nuevamente, no, tan jovencito no es aunque aparente 10
años menos.
Meryl Streep, a quien su gesto en
un determinado momento de la ceremonia, levantándose de su asiento, vociferando y con un brazo extendido hacia el escenario, mostrando su acuerdo y su apoyo con algo o alguien en particular,
corrió como la pólvora en las redes sociales, fue la encargada del homenaje a
los fallecidos en el último año. Había nombres que desconocía que hubieran
muerto, y que me impresionaron, como Bob Hoskins, que no debía ser muy mayor, o
James Garner, figura legendaria de lo más clásico del cine.
Se echan en falta los discursos vibrantes e inteligentes de hace años, como el de Dustin Hoffman en su momento. Había agradecimientos, pero no se aburría a la gente con menciones interminables, que casi se acuerdan hasta de su perro, ni se perdían en disquisiciones sin rumbo, poco pensadas y dejándose llevar por los nervios desatados. El que tenía poco que decir o no le apetecía una larga intervención simplemente hacía un comentario escueto y quedaba tan bien. No se trata de hablar por decir que has dicho algo, cuando en realidad es palabrería hueca.
Se echan en falta los discursos vibrantes e inteligentes de hace años, como el de Dustin Hoffman en su momento. Había agradecimientos, pero no se aburría a la gente con menciones interminables, que casi se acuerdan hasta de su perro, ni se perdían en disquisiciones sin rumbo, poco pensadas y dejándose llevar por los nervios desatados. El que tenía poco que decir o no le apetecía una larga intervención simplemente hacía un comentario escueto y quedaba tan bien. No se trata de hablar por decir que has dicho algo, cuando en realidad es palabrería hueca.
Una gala la del 2015 en
la que muchas actrices se quejaron de la preponderancia que están teniendo
últimamente los vestidos y joyas que las grandes firmas les prestan para la
ocasión, por encima de sus trabajos interpretativos. Lujo y ostentación, y
puntito de horterez en muchos casos. Es un acontecimiento internacional al fin
y al cabo, una ocasión para el lucimiento personal, vanidad de vanidades. El
espectáculo, al fin y al cabo, debe continuar.
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