jueves, 5 de marzo de 2015

La gala de los Oscar 2015

Ha sido un alivio comprobar este año que la gala de los Oscar no había iniciado un declive en perpetuo descenso tras el espectáculo soso y vulgar del año pasado. Contribuyó a ello sin duda el cambio de presentador, que este año ha sido un curioso personaje que igual hacía reir con sus ocurrencias, que se ponía a cantar (tiene una bonita voz) o se quedaba en calzoncillos llegado el caso. Ya su video promocional anunciándose como conductor del evento era muy original.
Había buenas películas en esta edición. Parecía que el buen cine estaba en franco retroceso, pero no, todavía Hollywood y algunos lugares del mundo nos siguen dando gratas sorpresas. Pero como pasa a veces en estos acontecimientos tan esperados, con frecuencia no dan el galardón al intérprete o al film que más nos han gustado. Muy acertada la elección de Eddie Redmayne como mejor actor, no así la de mejor actriz, pues en lugar de Julianne Moore me hubiera quedado con cualquiera de las otras candidatas.
Mejor película hubiera sido para mí La teoría del todo o The imitation game, y como mejor actor de reparto los maravillosos Robert Duvall o Ethan Hawke. No elegir a Meryl Streep como mejor actriz de reparto ha sido casi como un pecado mortal. La elegida, Patricia Arquette, no me ha gustado nunca mucho. Todos los intérpretes secundarios eran de lujo, normalmente protagonistas en otras películas.
Quizá resulte un poco pesado el hecho de que se utilice la gala de los Oscar para las reivindicaciones de la raza negra. Todos los años hay siempre películas dedicadas al tema, y cuando salen galardonados aprovechan para hacer discursos tipo Martin Luther King, sólo que no estamos en aquella época y no hace falta enarbolar tantas banderas. El cantante que recogió el galardón por la mejor canción, que tiene una voz estupenda todo sea dicho, señaló la cantidad de personas de raza negra que había en las cárceles de EE.UU. Fue una cifra escalofriante, pero no creo que estén en prisión por el hecho de ser negros precisamente. Eso sí, sirvió para que muchos de los que estaban entre el público lloraran, algún blanco incluído, momento que fue captado muy oportunamente por las cámaras.
Los directores latinos también se están haciendo un hueco en Hollywood, desde el año pasado con el éxito de Alfonso Cuarón, y este año con Iñárritu. Talento no falta, aunque por su dominio del inglés parecen más norteamericanos que otra cosa, están muy integrados en el stablishment.
Me impactó el discurso del que recogió la estatuilla al mejor guión, cuando confesó que a los 16 años había intentado suicidarse, pues se consideraba un bicho raro y no encontraba su lugar en el mundo. Invadido por la euforia instó a todos los posibles suicidas a que desistieran de sus propósitos porque lo mejor está siempre por venir. Tenía cara de niño y una mirada limpia y azul.
La mujer que recogió el premio al mejor vestuario también me llamó la atención, sobre todo por la colección de maravillosas y variopintas películas en las que ha participado: Barry Lyndon, Carros de fuego, Cotton Club, Mª Antonieta y ahora El Gran Hotel Budapest. Ella apareció con un extraño conjunto en negro. Parece un poco extravagante, pero es una maestra en lo suyo sin duda.
Los escenarios fueron numerosos, cambiantes y espectaculares. Las actuaciones musicales muy buenas. Sorprendió especialmente la de Lady Gaga, que nos tiene acostumbrados a sus looks imposibles, y que apareció con un traje digno de Cenicienta reconvertida en princesa, con un peinado ondulado y elegante, y una magnífica voz interpretando canciones que hicieron famosa nada menos que a Julie Andrews, en Sonrisas y lágrimas. Pero claro, no deja de ser quien es, y cuando levantó un brazo se podía ver el tatuaje de una trompeta en su bíceps, y al levantar el otro un ancla asomando por su axila bajo el vestido. Cualquier glamour es imposible así. Por cierto, antológica la ovación que le dedicaron a Julie Andrews cuando apareció después. Es una mujer por la que no parecen pasar los años.
La fauna hollywoodense siempre ha sido muy variada. En las primeras filas estaba el protagonista de The imitation game, enfundado en un smoking blanco que destacaba del resto de trajes negros, mirando desafiante a la cámara que le enfocaba, momento que aprovechó para darle un trago a su petaca.  Tiene una cara difícil, y yo me atrevería a decir que es bastante feo, pero él no debe opinar lo mismo, pues resulta incluso hasta engreído.
Otro que desentonaba un poco era Michael Keaton, absoluto triunfador de la noche aunque no se llevara la estatuilla al mejor actor, desaparecido de la escena desde hace años, aunque por lo visto hacía papeles en pequeñas producciones. Con los ojos muy abiertos como de loco y sin parar de mascar chicle con la boca abierta, miraba a todos lados poseído, aunque estuvo muy acertado en el pequeño discurso que pronunció cuando subió al escenario junto con el director y los demás compañeros de reparto por alguno de los galardones que recibieron.
Redmayne, eufórico con su trofeo al mejor actor, anunció que iba a ser padre al final de su confuso y emotivo discurso de agradecimiento. Qué jovencito, pensé yo, y ya con una vida tan completa. Luego comentó que tenía 33 años, y pensé nuevamente, no, tan jovencito no es aunque aparente 10 años menos.
Meryl Streep, a quien su gesto en un determinado momento de la ceremonia, levantándose de su asiento, vociferando y con un brazo extendido hacia el escenario, mostrando su acuerdo y su apoyo con algo o alguien en particular, corrió como la pólvora en las redes sociales, fue la encargada del homenaje a los fallecidos en el último año. Había nombres que desconocía que hubieran muerto, y que me impresionaron, como Bob Hoskins, que no debía ser muy mayor, o James Garner, figura legendaria de lo más clásico del cine.

Se echan en falta los discursos vibrantes e inteligentes de hace años, como el de Dustin Hoffman en su momento. Había agradecimientos, pero no se aburría a la gente con menciones interminables, que casi se acuerdan hasta de su perro, ni se perdían en disquisiciones sin rumbo, poco pensadas y dejándose llevar por los nervios desatados. El que tenía poco que decir o no le apetecía una larga intervención simplemente hacía un comentario escueto y quedaba tan bien. No se trata de hablar por decir que has dicho algo, cuando en realidad es palabrería hueca.
Una gala la del 2015 en la que muchas actrices se quejaron de la preponderancia que están teniendo últimamente los vestidos y joyas que las grandes firmas les prestan para la ocasión, por encima de sus trabajos interpretativos. Lujo y ostentación, y puntito de horterez en muchos casos. Es un acontecimiento internacional al fin y al cabo, una ocasión para el lucimiento personal, vanidad de vanidades. El espectáculo, al fin y al cabo, debe continuar.


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