viernes, 6 de marzo de 2015

Quemar el instituto

No pude dejar de reir cuando pasé por el instituto donde estudia Ana, mi hija, y vi unos carteles pegados en algunos puntos de la fachada, todos iguales, en los que en letras mayúsculas se leía: “Quema el instituto. Recupera tu vida”. El dibujo de un brazo en alto empuñando un cóctel molotov listo para ser lanzado, y un lugar y fecha de reunión, completaban el horroroso anuncio. Siendo como es un centro donde se exige tanto al alumno, donde se puntúa siempre por debajo del resto de institutos de Madrid, donde la disciplina, aunque ya no es como la que había hace años cuando yo estudiaba allí, es muy superior a la de otros sitios que son auténticos campos de batalla, no es de extrañar la saña y la furia de los que han colocado esos carteles. Un ánimo incendiario prende, nunca mejor dicho, en el ánimo de los estudiantes, por aquello del fuego purificador y la destrucción total de aquello que desea verse desaparecer. Y lo de recupera tu vida es lo que me ha parecido más hilarante. En el fondo el mensaje me gusta, y me habría encantado que algo así hubiera aparecido pegado en la fachada de ese instituto cuando yo estaba en él como alumna, aunque reconozco que nunca aprendí tanto como en aquel entonces.
Igual sorna malévola me produjo un gran cartel metálico sobre unos postes que, hace un tiempo, se colocó dentro del recinto, tras las vallas, al aire libre, y en el que se podía leer: “Obras de rehabilitación de las instalaciones por deficiencias varias”. Y cuántas deficiencias había, ya lo creo, y no precisamente estructurales, en la época en que me tocó estar entre sus cuatro paredes. El ambiente tan particular que allí existía, hijos de militares y un pequeño porcentaje de hijos de funcionarios civiles de Defensa, no se da en la actualidad, afortunadamente.
Ana intentó "escapar" el año pasado junto con algunas de sus amigas al llegar el momento de empezar Bachillerato, que es donde más les aprietan los tornillos, pero los demás institutos de la zona estaban ya colapsados, sobre todo porque muchos habían llevado a cabo la evasión antes que ella y estaban las plantillas cubiertas. Este año vuelve a las mismas, ahora que está aún dentro del plazo para realizar la solicitud, pero le surge la duda de a dónde ir. El público que llena el resto de los centros está plagado de extranjería, y lo que ganaría en menor exigencia académica lo perdería en un mejor ambiente y en lejanía de casa. Un instituto privado, le dije, pero aparte del dinero que eso supondría piensa que estará repleto de pijos. Complejo social quizá, porque por el hecho de vestir bien y hablar con corrección no quiere decir que se sea repelente o se mire a los demás por encima del hombro. Antes casi todos los estudiantes éramos así, y no éramos adinerados.
Total, que es bastante probable que tenga que continuar donde está ahora, aunque la dejen machacada por el alto nivel que demandan. Por fin este año ha sabido lo que es currárselo, a pesar de afirmar que lo lleva haciendo desde que repitió 3º de ESO. Ha estudiado más pero seguía con las triquiñuelas y el escaqueo que le son habituales, hasta que llegó este curso. Tampoco ayuda mucho el hecho de que sus amigas sean poco estudiosas. Me da la impresión de que Ana es una buena estudiante porque se obliga a sí misma más que por convicción personal. Quiere hacer una carrera, aunque a veces le surjan dudas sobre si es lo que realmente quiere o no, y sabe que las notas que piden para entrar en las facultades no son como las que pedían cuando yo fui a la Universidad. Ahora hay más gente todavía, y se necesita más para llegar a donde uno se ha propuesto.
Cuando la veo estudiando sin cesar, siempre metida en su habitación, con la persiana bajada y la puerta cerrada para que nada la moleste, con el flexo encendido, me adolezco por ella al pensar que es para hacerse un porvenir, pero que está desperdiciando un tiempo de juventud precioso que se pasa enseguida y en el que tendría que estar disfrutando al máximo. Me adolezco de mí misma además porque me veo yo en ella, tantas horas dedicadas al estudio para nada. Nunca he echado cuentas sobre este tema, porque prefiero pensar que cumplía con mi deber, pero lo cierto es que tiré por la ventana buena parte de mi mocedad en aras de una meta que nunca llegó a materializarse. La vida de estudiante es monótona y solitaria, exige una concentración y unos desvelos que pocas veces, la verdad, merece.
Me pregunto qué será de este instituto en el futuro, ahora que con las obras que piensan llevarse a cabo en la zona quieren derruirlo por considerarlo obsoleto y construir otro más grande en un solar cercano. Por un lado ya que no hay fuego por lo menos que haya demolición para ajustar cuentas con el pasado, pero por otro lado algo de mí desaparecería con aquellos muros. Es una historia de amor y odio la que yo tengo con este lugar. Sólo el tiempo dirá lo que ha de pasar.


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