Hay ciertas películas de los 80
que cuando las veo siento una suerte de extraña felicidad. Sobre todo si lo que
en ellas abunda es la música. Nunca imaginé, hasta que he tenido una cierta
edad, que las canciones de toda una época, la de mi juventud, serían tan
evocadoras y me harían sentir reconfortada, como si recuperara por un momento
una parte de mí que creía perdida en el pasado.
Me sucede por ejemplo con Los
amigos de Peter. Mi hermana me dejó hace tiempo el CD con la banda sonora y no
lo he escuchado todavía no sé si porque aquellas melodías remueven una
nostalgia insoportable dentro de mí o simplemente porque tengo poco tiempo, y
menos para el revival. No solo se trata de una película tremendamente
sentimental y agridulce, es el testimonio siempre vivo de toda una etapa de
nuestras vidas. La historia inacabada de unos cuantos amigos que se reúnen
después de muchos años sin verse, y que entre risas y desencuentros rememoran
episodios de su amistad desde la juventud, no tiene en realidad un final. Cualquier
cosa puede suceder después de ese reencuentro, el futuro es una página en
blanco en la que no hay nada escrito, sólo la certeza de que se tienen unos a
otros, pase lo que pase. Mientras están juntos comprueban lo que ha sido de sus vidas, pues por lo general las cosas no suceden como uno las imaginaba, y el resultado es desalentador en un principio. Después se dan cuenta de que aún hay mucho que vivir, que disfrutar, que cambiar.
Y es que la amistad, junto con el
amor y la familia, si se tiene la suerte de tener una que te
respalde incondicionalmente, son los únicos sustentos ciertos con los que podemos
enfrentarnos al porvenir siempre incierto, inesperado. La vida es
una aventura que no acaba cuando se deja atrás los años de juventud, sino que
aún nos depara acontecimientos que continúan enriqueciéndonos y son las piezas
que faltan a ese puzzle que es nuestra existencia, sin las que estaría
incompleto.
Y hay otra película, Fama, que también me remueve mucho por dentro pero de otra manera, pues es menos sentimental y más desgarradora, aunque se envuelva con el idealismo de la juventud y la belleza de las Artes. Me refiero al film, no a la serie que fue su secuela. Sobre todo la escena en la que está todo el mundo en un cine de barrio que es tan peculiar que, desde el escenario, unos cuantos hablan sin parar delante de la pantalla, acompañando los momentos más siginificativos del largometraje que se está proyectando. El público responde al unísono, con frases aprendidas que han repetido muchas veces antes, saca paraguas y los abren, en fin, son en sí mismo otro espectáculo que corre paralelo al del celuloide. Es la antítesis de lo que estamos acostumbrados a ver, en salas donde la gente permanece pasiva sin posibilidad de expresión ante lo que están presenciando. El ambiente es electrizante, te contagia de energía y de fuerza, de ilusión y de esperanza, te hace creer que de nuevo tienes toda la vida por delante y que aún queda mucho por hacer. Siempre me provoca la sensación de tiempo pasado, perdido e irrecuperable, la plasmación de una época irrepetible, y es una experiencia personal agridulce, un poco trágica, como de vértigo que te descoloca por un instante y crees que te va a hacer caer sin red.
Y hay otra película, Fama, que también me remueve mucho por dentro pero de otra manera, pues es menos sentimental y más desgarradora, aunque se envuelva con el idealismo de la juventud y la belleza de las Artes. Me refiero al film, no a la serie que fue su secuela. Sobre todo la escena en la que está todo el mundo en un cine de barrio que es tan peculiar que, desde el escenario, unos cuantos hablan sin parar delante de la pantalla, acompañando los momentos más siginificativos del largometraje que se está proyectando. El público responde al unísono, con frases aprendidas que han repetido muchas veces antes, saca paraguas y los abren, en fin, son en sí mismo otro espectáculo que corre paralelo al del celuloide. Es la antítesis de lo que estamos acostumbrados a ver, en salas donde la gente permanece pasiva sin posibilidad de expresión ante lo que están presenciando. El ambiente es electrizante, te contagia de energía y de fuerza, de ilusión y de esperanza, te hace creer que de nuevo tienes toda la vida por delante y que aún queda mucho por hacer. Siempre me provoca la sensación de tiempo pasado, perdido e irrecuperable, la plasmación de una época irrepetible, y es una experiencia personal agridulce, un poco trágica, como de vértigo que te descoloca por un instante y crees que te va a hacer caer sin red.
Lo cierto es que las generaciones
venideras no creo que vayan a tener la suerte de contar con referentes culturales como los que tenemos los de mi generación y anteriores. Leía hace poco, y es muy
cierto, que desde los 80 no se han vuelto a hacer canciones que merezcan pasar
a la posteridad, ni películas. Veía hace poco un programa en el que
aparecían trozos de actuaciones de grupos y solistas ochenteros y, aunque en su
momento nunca les puse cara a todos aquellos artistas porque en t.v. sólo aparecían unos pocos, me sabía aún todas las melodías, que
eran muchísimas. Y no es que yo tenga una memoria prodigiosa, pero aquello que ha gustado tanto y que ha marcado una etapa imprescindible de nuestra vida no se olvida jamás. Y todas me transportaban a un tiempo lejano que mientras viví nunca imaginé que fuera a ser tan importante para mí, nunca pensé que se quedaría grabado en mi mente con tanta nitidez y que sería capaz de resistir el desgaste de los años.
Que alguien mencione cualquier canción desde los 90 hasta
ahora que haya permanecido en la memoria colectiva para siempre. Puede que haya
sólo unas pocas, contadas con los dedos de una mano. Y con el cine lo mismo,
cuántas películas merece la pena recordar, cuántas han dejado huella en el
imaginario colectivo, pocas también. Quizá falta inspiración, quizá ha
disminuido alarmantemente la calidad del Arte en general en los últimos años.
No soy particularmente aficionada
al revival. Me gusta la música actual, no toda, y el cine de hoy en día, no
todo tampoco. No suelo echar la vista atrás, me gusta vivir el presente y no
anticipar el futuro, que nunca es como pensamos. Soy ochentera porque los 80
forman parte de mi pasado, están en mi código de barras. Aunque digan que había
mucha horterada, que posiblemente sea cierto. En realidad lo que había era
mucha experimentación, mucha vanguardia, mucho talento y versatilidad, una
variedad que abarcaba muchas tendencias y que no se ve ahora, en una época como
la actual en la que predomina la homogeneidad, la falta de frescura, lo
puramente comercial. Antes también había mucho diseño de discografía, mucho marketing, pero había algo más también.
El pasado no va a volver, ni falta que hace, pero ahí queda, para que sigamos disfrutando de lo que fue, en aquellos momentos en que no nos importe que nos invada la nostalgia.
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