martes, 5 de mayo de 2015

Después de Murphy

 
Lo que pasó con Murphy pone al descubierto, si es que alguna vez había estado oculto, los anhelos latentes que subyacen a la cotidianeidad de los días. Es increíble cómo podemos llegar a creernos ciertas cosas por más inverosímiles que sean sólo por la necesidad que tenemos de que sean ciertas, que aquello que tanto deseamos se haya hecho por fin realidad. Queremos en nuestra vida algo que no terminamos de conseguir y eso nos causa una frustración que sólo se palía con este tipo de lances.
Mi breve relación virtual con Murphy nunca dejó de causarme incomodidad y desasosiego, pero aunque nos choque enormemente una situación queremos convencernos de que es normal sólo por la necesidad acuciante de que aparezca en nuestra existencia lo que anhelamos. En realidad para mí es una sensación familiar, pues nunca me he sentido lo bastante completa y a gusto con las escasas relaciones amorosas que he tenido. Por eso quizá no me extrañó tanto. Ahora pienso que si mi cerebro procesara estas situaciones como sería lo normal lo 1º que tendría que haber hecho en cuanto me dijo aquellas guarradas es cortar el chat y eliminarlo como amigo en Facebook, y después denunciarle, que será lo que seguramente alguna otra mujer hizo y por eso le bloquearon la cuenta. Pero pensé bah, son cosas de hombres. No es cierto: son cosas de chiflados.
El juego de la seducción pasa la mayoría de las veces por aparentar lo que no se es para captar la atención del otro, exhibir cualidades que no se poseen sólo para atraer y hechizar. Se juega con las ilusiones ajenas, y para terminar de rematar el conjunto proyectamos nuestros más íntimos afanes en aquel al que hemos hecho objeto de nuestro amor. En realidad sólo es una fantasía, una nube de algodón de azúcar en la que flotamos por un tiempo.
Por supuesto que hay amor de verdad, porque si no el mundo sería un lugar inhabitable, pero me parece que es un codiciado tesoro que pocos consiguen hacer fructificar y que sea duradero. El otro día leía lo mucho que habían aumentado las separaciones y divorcios, y la cantidad de juicios que hay para dirimir la custodia compartida. Imagino a los hijos víctimas como siempre de este tipo de situaciones. Es la eterna cantinela, la lacra que se repite sin remedio. Es descorazonador.
Será que somos irresponsables, que no nos cercioramos lo suficiente de haber elegido a la pareja adecuada y de que estamos dando en condiciones un paso tan importante como es el matrimonio, o la convivencia marital. Hay quienes tienen un 6º sentido para esto y aciertan, y los hay como yo que vamos por la vida dando palos de ciego. Quizá en este caso sería mejor abstenerse, no volver a tentar a la suerte, siempre adversa, al carecer de los medios necesarios para que el asunto llegue a buen puerto. Nuestra naturaleza, o nuestras circunstancias personales ya desde la infancia, han dado al traste con todo intento de emprender un proyecto amoroso aceptable. Siempre caeremos en los mismos fangos, nuestra defectuosa psique emocional nos llevará por caminos equivocados, y aún intuyéndolo nos dejaremos arrastrar por el torbellino, sintiéndonos incapaces de controlarlo.
Y el resultado será siempre lamentable, y nos desolaremos como si no supiéramos de antemano todo lo que iba a pasar. Pero así nos sucede a los seres humanos, y especialmente a las mujeres, que tenemos una inclinación romántica con la que nacemos y que nos puede. Siempre tenderemos a verlo todo desde un punto de vista sentimental, de color de rosa.

Cuando empezó todo esto el tiempo pasaba casi sin sentir, la vida cobraba un nuevo sentido, y a mis seres queridos los quería aún más si cabe. Aunque sabía en mi fuero interno que todo era una pantomima, la imaginación se desbocó. Pensé que necesitaba ya ir a la peluquería, y una limpieza de cutis que me había prometido no volverme a hacer después de mi única experiencia en un salón de belleza hace 2 ó 3 años, en que me dejaron la cara dolorida varios días. Pensé también que tenía que adelgazar, y que no tardaría en pedir una excedencia por tiempo indefinido en la Administración, lugar en el que trabajo desde hace tantos años y que tan pocas satisfacciones me ha dado. Murphy me habría de sacar del marasmo emocional y laboral en el que me hallo. De pronto me vi hablando de mis problemas de conciencia morales y religiosos respecto a mi divorcio, y en inglés. El otro me hablaba de Dios, que si nos protege, que si nos ampara, que si quiere lo mejor para nosotros. Parecía un telepredicador, de esos que tanto abundan en su país. Era como si me estuviera confesando. Murphy hacía una rara combinación de religión y sexo.
Dejando a un lado lo absurdo y lamentable de todo este asunto, es grato que un hombre te diga ciertas cosas aunque sean pura ficción. Cuando hace mucho que nadie te las dice, o te las han dicho muy pocas veces, halaga la vanidad femenina que te dediquen palabras hermosas. Ahora me siento mejor, curiosamente, como con una inyección de energía, de entusiasmo, pues ha sido el revulsivo que necesitaba, el pequeño terremoto emocional que ha quitado el polvo que la rutina y la desesperanza habían depositado en mi corazón. Y encima practiqué inglés.
Eché un último vistazo al chat de Murphy y vi que lo habían desbloqueado. Sus últimas palabras para mí habían sido también mentiras, al decir que esa amiga mía era la que le había escrito y que casi no había hablado con ella. Ahora se hace llamar Daniel, con el mismo apellido que tenía, quizá para disimular después del bloqueo al que Facebook sometió su cuenta, y en su muro ha puesto que dejó este año de estar en la empresa para la que decía trabajar. ¿En paro y ocioso?. Para reafirmarse ha vuelto a colocar las fotos de siempre, una en la que está él solo con smokin, y otra con sus hijas, pobrecitas. Seguirá engañando y molestando a otras mujeres en Internet, pajillero virtual como es. Infeliz Murphy, o como quiera que se llame, más infeliz que las pobres mujeres a las que crees engañar. 
 


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