Stephen Hawking en 1950 |
Nunca un científico renombrado
tuvo un seguimiento tan grande de su vida y su trabajo como el que tiene
Stephen Hawking, nunca un personaje de sus dimensiones fue tan accesible para el
público. Gran divulgador, además de sus clases y conferencias ha publicado varios
libros sobre sus descubrimientos, pero si alguno ha llamado mi atención fue el escrito por la que fuera su 1ª mujer, Jane Wilde, y la película a la que
ha dado lugar.
Hacia el infinito es una
biografía pormenorizada de la relación que la autora y el científico
sostuvieron, entre novios y casados, a lo largo de más de 25 años. No es
difícil imaginar, a través de las palabras de Jane, cómo era Stephen en su
juventud, su atrevida timidez, su ya por entonces portentosa inteligencia, su
fino sentido del humor, su apoyo a causas antibelicistas, sus ideas
socialistas, de las que participaba toda su familia. Jane se quedó
prendada de su encantadora sonrisa y de la luz y la chispeante dulzura que emanaban de sus
ojos.
La acogida de los padres y
hermanos de Stephen no fue calurosa. Una de las hermanas, celosa hasta el
extremo, no dejó nunca de criticarla y poner obstáculos en sus
vidas. Otra fue en cambio más comprensiva. Del hermano no habla gran cosa. Cuando se casaron ya le habían
diagnosticado la enfermedad, para la que le daban tan sólo 2 años de vida.
Sorprende que pese a todo continuara sus estudios y decidiera seguir el curso de
su existencia como si no pasara nada.
Encontró el tema para su tesis en
la Universidad gracias a que un profesor le invitó a acompañarle a una
conferencia en la que se habló de agujeros negros. Desde entonces fue su meta,
la finalidad de todas sus investigaciones.
El deterioro de su cuerpo fue muy
rápido al principio. Jane se pierde en una relación interminable de problemas
que tuvieron que afrontar para conseguir una casa adecuada a las crecientes
necesidades del científico, sobre todo porque en aquella época su situación
económica no era buena y tardaron años en conseguir las ayudas públicas que
requerían. Se diría que Jane, a pesar de su formación universitaria, habla de su vida en pareja como un ama de
casa cualquiera, perdida en mil detalles sobre la contabilidad doméstica y las
sucesivas reformas que emprendieron en las viviendas que ocuparon.
La autora dedica frases amorosas al
nacimiento de sus hijos, describiendo sus peripecias y caracteres, 1º Robert, tan inquieto, después Lucy, tan sosegada.
Verlos crecer y comprobar que son niños sanos es una de sus escasas alegrías.
Cuenta cómo sacaba tiempo libre
como podía para ir a la biblioteca y consultar libros, fichas y cualquier información
con la que desarrollar su tesis universitaria, como licenciada en lenguas
romances que es, a los largo de 12 años, siempre supeditada al cuidado de
esposo e hijos. Las minusvalías físicas de Stephen la angustiaban y la
sobrepasaban, sobre todo porque él no quería ayuda externa. Exigía que fuera
ella, la familia y los estudiantes a los que daba clases los que le echaran una
mano, y algún colega, sobre todo en las numerosas ocasiones en que viajaba al extranjero para
asistir o impartir conferencias o para recibir premios.
Los padres de Stephen tan pronto
la defenestraban diciendo que no hacía lo suficiente por él y que no estaba a
la altura a ningún nivel, como se adolecían y les echaban una mano. Compraron
una casa en una zona campestre para la que no tuvieron en cuenta las
dificultades del hijo, pues estaba situada en un sitio elevado y había que
subir interminables escaleras.
Describe la 1ª vez que ve a
Jonathan de una forma muy especial. Lo conoció cuando empezó a formar parte del
coro de la iglesia local, pues ella era anglicana. Tenía una bonita voz y
aquello fue una manera de escapar de tantas obligaciones y dedicar un poco de
tiempo libre a algo que le gustaba. Jonathan dirigía el coro y era un consumado
pianista. La atracción entre ambos surgió casi desde el primer momento. Se
acababa de quedar viudo, al morir su mujer de leucemia, y no tenía hijos.
Ayudar a Jane y su familia era una manera de encontrar una ocupación útil y un sentido
a su existencia. Stephen receló al principio e intentó imponerse con su orgullo
de genio mundialmente reconocido, pero la sencillez y la bondad de Jonathan
vencieron todas sus reticencias. A partir de entonces empezó a formar parte de
la familia. A pesar de la atracción entre él y Jane mantuvieron la compostura
para no hacer daño al resto.
A pesar de todo, cuando ella tuvo
a su tercer hijo, Tim, su suegra llegó a preguntarle desafiante si era de
Stephen o de Jonathan. Jane, indignada, defendió su honestidad. En realidad
hacía tiempo que no ponía medios anticonceptivos, que entorpecían más que
ayudaban, pensando que la enfermedad de Stephen repercutiría en su fertilidad,
pero no fue así.
Cuando por fin pudieron hacerse
con un cuadro médico de enfermeras que la liberó de la pesada carga física y
emocional que había soportado durante tantos años, los problemas no hicieron
sino aumentar en lugar de disminuir. Aquellas mujeres se enseñorearon de la
casa y de su familia, de modo que era imposible la privacidad. En todo momento
cubrían a su paciente de halagos y mimos. Jane utiliza una frase que me llamó mucho la
atención, porque pretendía ser de consternación, pero como es tan educada le
salió un poco pomposa: “Stephen sucumbió a la lisonja”.
Para entonces el científico
estaba más que pasadito de revoluciones, con un montón de aparatos en su silla
de ruedas que traducían con voz robótica todo lo que decía, y era
una estrella archiconocida gracias a sus libros de divulgación y su peripecia
personal. Una de las enfermeras, Elaine, se hizo con el control y Stephen
terminó sucumbiendo a sus encantos. Abandonó su hogar y a su familia para irse
a vivir con ella, que también estaba casada y tenía hijos, a un piso de lujo. En las fotos de boda con ella se ve al científico mirándola con arrobo, en una actitud amorosa que no se vio en su 1ª boda. Los hombres al llegar a cierta edad, da igual si son genios o lerdos, sanos o enfermos, a todos les pasa lo mismo, babean con un tipo de mujeres que nunca nadie hubiera imaginado.
Jane, que no lo vió venir, se
sintió sorprendida y traumatizada, aunque este giro inesperado en su vida le
permitió unirse a Jonathan, con el que se casó y vive feliz hasta el día de hoy. Hace al final una breve descripción
de las ocupaciones actuales de sus hijos, de que ya tiene 3 nietos, de que
falleció su madre (sus padres fueron siempre un gran apoyo para ella), y de que
Stephen, tras su 2º divorcio, acude con regularidad a su casa para comer y
tienen una excelente relación, lejanas ya las tensiones matrimoniales. También
reflexiona sobre el peso que la figura paterna tuvo en sus hijos, pues se
esperaba no ya que lo superaran sino que la menos lo emularan, sobre todo en el
caso del mayor. La propia Jane se vio durante años minusvalorada y hasta
menospreciada, como si su misión en la vida fuera únicamente cuidar de Stephen.
En la película, La teoría del
todo, se hace una versión bastante libre del libro. Aunque los
protagonistas quedaron muy contentos con el resultado, lo cierto es que es una
versión edulcorada de la realidad. Jane aparece más decidida y hermosa de lo
que era. Se ve a Stephen transportado en volandas por sus amigos en la
Universidad, bastante propensos a la gamberrada por otra parte, o dejándose
caer sentado por las escaleras de su casa cuando ya tenía a su primer hijo y su
movilidad estaba bastante mermada. Se omiten las preocupaciones económicas, la
invasión de su intimidad por el plantel de enfermeras, las posteriores bodas de ambos. Elaine es representada
como una mujer manipuladora, dominante y picante. Quizá eso era lo que
necesitaba el científico, en lugar de la resignada amargura de Jane y su
forzada servidumbre, alguien que jugara con él, que no le reverenciara, que le
cuidara en exclusiva sin dedicarse a nada más. Las intenciones de esta señora
parecían ya obvias entonces: interés económico y afán de notoriedad.
En el film hay una intimidad y un afecto, unas
palabras y una corriente de amor que en el libro apenas se perciben. Se ve a Stephen tropezando con sus pies y cayendo de bruces, y ya sin poderse levantar del suelo, hecho a raíz del cual le descubrieron su padecimiento. Se escenifica el rechazo de Stephen hacia Jane cuando le diagnostican la enfermedad, cómo esta le obliga a jugar a cricket y él la complace a regañadientes sólo para mostrarle lo muy torpemente que puede hacerlo debido a los primeros estragos del mal, el amor incondicional de ella apoyándole pese a todo. Se los ve bailando bajo las estrellas cuando eran novios, o ya casados en la cama compartiendo confidencias. Y momentos duros como cuando el científico decide
que sea Elaine la que le acompañe a uno de sus viajes, y una Jane llorosa le
dice, acuclillada a su lado, que lo ha hecho lo mejor que ha podido, y Stephen
se echa a llorar porque sabe que es el punto de inflexión definitivo, el final
de su unión después de tantos años y tantos avatares. En el libro no se cuenta
así. Puede que los realizadores de la película hayan hablado con la pareja para
ahondar en sentimientos y situaciones que no quiso Jane mostrar en su obra,
quizá por pudor.
Es sorprendente como Eddie
Redmayne se metió en el papel, cómo ha conseguido deformar su cuerpo hasta
captar la postura y los ademanes del científico. El momento en que llora cuando
se da cuenta de que todo ha acabado para ellos es sumamente conmovedor, y
perfecto desde el punto de vista interpretativo: cómo expresar un dolor así
cuando se está físicamente tan disminuido, sin terminar pareciendo algo
grotesco. Es magistral. Ya pudimos apreciar el talento de este actor en Los
miserables, musical en el que se lució con una de las voces más hermosas que he
escuchado nunca.
los protagonistas reales y los de ficción |
Los títulos de crédito, al final
de la película, se sobreimpresionan en un espacio infinito, en el que la cámara
va viajando a través de nebulosas de bellos colores y constelaciones, un hermoso
homenaje a la labor de Stephen Hawking en el campo de la Astrofísica. Una vida apasionante la suya, llena de dolor pero también de prodigios y esperanza.
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