miércoles, 20 de mayo de 2015

Hacia el infinito o la Teoría del todo

 
Stephen Hawking en 1950
Nunca un científico renombrado tuvo un seguimiento tan grande de su vida y su trabajo como el que tiene Stephen Hawking, nunca un personaje de sus dimensiones fue tan accesible para el público. Gran divulgador, además de sus clases y conferencias ha publicado varios libros sobre sus descubrimientos, pero si alguno ha llamado mi atención fue el escrito por la que fuera su 1ª mujer, Jane Wilde, y la película a la que ha dado lugar.
Hacia el infinito es una biografía pormenorizada de la relación que la autora y el científico sostuvieron, entre novios y casados, a lo largo de más de 25 años. No es difícil imaginar, a través de las palabras de Jane, cómo era Stephen en su juventud, su atrevida timidez, su ya por entonces portentosa inteligencia, su fino sentido del humor, su apoyo a causas antibelicistas, sus ideas socialistas, de las que participaba toda su familia. Jane se quedó prendada de su encantadora sonrisa y de la luz y la chispeante dulzura que emanaban de sus ojos.
La acogida de los padres y hermanos de Stephen no fue calurosa. Una de las hermanas, celosa hasta el extremo, no dejó nunca de criticarla y poner obstáculos en sus vidas. Otra fue en cambio más comprensiva. Del hermano no habla gran cosa. Cuando se casaron ya le habían diagnosticado la enfermedad, para la que le daban tan sólo 2 años de vida. Sorprende que pese a todo continuara sus estudios y decidiera seguir el curso de su existencia como si no pasara nada.
Encontró el tema para su tesis en la Universidad gracias a que un profesor le invitó a acompañarle a una conferencia en la que se habló de agujeros negros. Desde entonces fue su meta, la finalidad de todas sus investigaciones.
El deterioro de su cuerpo fue muy rápido al principio. Jane se pierde en una relación interminable de problemas que tuvieron que afrontar para conseguir una casa adecuada a las crecientes necesidades del científico, sobre todo porque en aquella época su situación económica no era buena y tardaron años en conseguir las ayudas públicas que requerían. Se diría que Jane, a pesar de su formación universitaria,  habla de su vida en pareja como un ama de casa cualquiera, perdida en mil detalles sobre la contabilidad doméstica y las sucesivas reformas que emprendieron en las viviendas que ocuparon.
La autora dedica frases amorosas al nacimiento de sus hijos, describiendo sus peripecias y caracteres, 1º Robert, tan inquieto, después Lucy, tan sosegada. Verlos crecer y comprobar que son niños sanos es una de sus escasas alegrías.
Cuenta cómo sacaba tiempo libre como podía para ir a la biblioteca y consultar libros, fichas y cualquier información con la que desarrollar su tesis universitaria, como licenciada en lenguas romances que es, a los largo de 12 años, siempre supeditada al cuidado de esposo e hijos. Las minusvalías físicas de Stephen la angustiaban y la sobrepasaban, sobre todo porque él no quería ayuda externa. Exigía que fuera ella, la familia y los estudiantes a los que daba clases los que le echaran una mano, y algún colega, sobre todo en las numerosas ocasiones en que viajaba al extranjero para asistir o impartir conferencias o para recibir premios.
Los padres de Stephen tan pronto la defenestraban diciendo que no hacía lo suficiente por él y que no estaba a la altura a ningún nivel, como se adolecían y les echaban una mano. Compraron una casa en una zona campestre para la que no tuvieron en cuenta las dificultades del hijo, pues estaba situada en un sitio elevado y había que subir interminables escaleras.
El científico, por otra parte, tenía la desagradable tendencia a menospreciar los gustos de su mujer, como su afición a determinados clásicos de la música, que nada tenían que ver con Wagner, el único al que él escuchaba. Lo mismo pasaba con los estudios de ella, que consideraba inútiles y estériles, o con su fe religiosa, siendo él ateo como era. Sin embargo, a pesar de defectos como ser terco o irse endiosando paulatinamente según se acrecentaba su éxito, siempre le reconoció su generosidad, su genialidad, su valor y su fuerza.
Describe la 1ª vez que ve a Jonathan de una forma muy especial. Lo conoció cuando empezó a formar parte del coro de la iglesia local, pues ella era anglicana. Tenía una bonita voz y aquello fue una manera de escapar de tantas obligaciones y dedicar un poco de tiempo libre a algo que le gustaba. Jonathan dirigía el coro y era un consumado pianista. La atracción entre ambos surgió casi desde el primer momento. Se acababa de quedar viudo, al morir su mujer de leucemia, y no tenía hijos. Ayudar a Jane y su familia era una manera de encontrar una ocupación útil y un sentido a su existencia. Stephen receló al principio e intentó imponerse con su orgullo de genio mundialmente reconocido, pero la sencillez y la bondad de Jonathan vencieron todas sus reticencias. A partir de entonces empezó a formar parte de la familia. A pesar de la atracción entre él y Jane mantuvieron la compostura para no hacer daño al resto.
A pesar de todo, cuando ella tuvo a su tercer hijo, Tim, su suegra llegó a preguntarle desafiante si era de Stephen o de Jonathan. Jane, indignada, defendió su honestidad. En realidad hacía tiempo que no ponía medios anticonceptivos, que entorpecían más que ayudaban, pensando que la enfermedad de Stephen repercutiría en su fertilidad, pero no fue así.
Cuando por fin pudieron hacerse con un cuadro médico de enfermeras que la liberó de la pesada carga física y emocional que había soportado durante tantos años, los problemas no hicieron sino aumentar en lugar de disminuir. Aquellas mujeres se enseñorearon de la casa y de su familia, de modo que era imposible la privacidad. En todo momento cubrían a su paciente de halagos y mimos. Jane utiliza una frase que me llamó mucho la atención, porque pretendía ser de consternación, pero como es tan educada le salió un poco pomposa: “Stephen sucumbió a la lisonja”.
Para entonces el científico estaba más que pasadito de revoluciones, con un montón de aparatos en su silla de ruedas que traducían con voz robótica todo lo que decía, y era una estrella archiconocida gracias a sus libros de divulgación y su peripecia personal. Una de las enfermeras, Elaine, se hizo con el control y Stephen terminó sucumbiendo a sus encantos. Abandonó su hogar y a su familia para irse a vivir con ella, que también estaba casada y tenía hijos, a un piso de lujo. En las fotos de boda con ella se ve al científico mirándola con arrobo, en una actitud amorosa que no se vio en su 1ª boda. Los hombres al llegar a cierta edad, da igual si son genios o lerdos, sanos o enfermos, a todos les pasa lo mismo, babean con un tipo de mujeres que nunca nadie hubiera imaginado. 
Jane, que no lo vió venir, se sintió sorprendida y traumatizada, aunque este giro inesperado en su vida le permitió unirse a Jonathan, con el que se casó y vive feliz hasta el día de hoy. Hace al final una breve descripción de las ocupaciones actuales de sus hijos, de que ya tiene 3 nietos, de que falleció su madre (sus padres fueron siempre un gran apoyo para ella), y de que Stephen, tras su 2º divorcio, acude con regularidad a su casa para comer y tienen una excelente relación, lejanas ya las tensiones matrimoniales. También reflexiona sobre el peso que la figura paterna tuvo en sus hijos, pues se esperaba no ya que lo superaran sino que la menos lo emularan, sobre todo en el caso del mayor. La propia Jane se vio durante años minusvalorada y hasta menospreciada, como si su misión en la vida fuera únicamente cuidar de Stephen.
En la película, La teoría del todo, se hace una versión bastante libre del libro. Aunque los protagonistas quedaron muy contentos con el resultado, lo cierto es que es una versión edulcorada de la realidad. Jane aparece más decidida y hermosa de lo que era. Se ve a Stephen transportado en volandas por sus amigos en la Universidad, bastante propensos a la gamberrada por otra parte, o dejándose caer sentado por las escaleras de su casa cuando ya tenía a su primer hijo y su movilidad estaba bastante mermada. Se omiten las preocupaciones económicas, la invasión de su intimidad por el plantel de enfermeras, las posteriores bodas de ambos. Elaine es representada como una mujer manipuladora, dominante y picante. Quizá eso era lo que necesitaba el científico, en lugar de la resignada amargura de Jane y su forzada servidumbre, alguien que jugara con él, que no le reverenciara, que le cuidara en exclusiva sin dedicarse a nada más. Las intenciones de esta señora parecían ya obvias entonces: interés económico y afán de notoriedad.
En el film hay una intimidad y un afecto, unas palabras y una corriente de amor que en el libro apenas se perciben. Se ve a Stephen tropezando con sus pies y cayendo de bruces, y ya sin poderse levantar del suelo, hecho a raíz del cual le descubrieron su padecimiento. Se escenifica el rechazo de Stephen hacia Jane cuando le diagnostican la enfermedad, cómo esta le obliga a jugar a cricket y él la complace a regañadientes sólo para mostrarle lo muy torpemente que puede hacerlo debido a los primeros estragos del mal, el amor incondicional de ella apoyándole pese a todo. Se los ve bailando bajo las estrellas cuando eran novios, o ya casados en la cama compartiendo confidencias. Y momentos duros como cuando el científico decide que sea Elaine la que le acompañe a uno de sus viajes, y una Jane llorosa le dice, acuclillada a su lado, que lo ha hecho lo mejor que ha podido, y Stephen se echa a llorar porque sabe que es el punto de inflexión definitivo, el final de su unión después de tantos años y tantos avatares. En el libro no se cuenta así. Puede que los realizadores de la película hayan hablado con la pareja para ahondar en sentimientos y situaciones que no quiso Jane mostrar en su obra, quizá por pudor.
Es sorprendente como Eddie Redmayne se metió en el papel, cómo ha conseguido deformar su cuerpo hasta captar la postura y los ademanes del científico. El momento en que llora cuando se da cuenta de que todo ha acabado para ellos es sumamente conmovedor, y perfecto desde el punto de vista interpretativo: cómo expresar un dolor así cuando se está físicamente tan disminuido, sin terminar pareciendo algo grotesco. Es magistral. Ya pudimos apreciar el talento de este actor en Los miserables, musical en el que se lució con una de las voces más hermosas que he escuchado nunca.
los protagonistas reales y los de ficción
Jane declara en su libro la admiración profunda que ha sentido siempre por Stephen no sólo por su genialidad, sino sobre todo por el valor y la fuerza interior que siempre ha mostrado a la hora de enfrentarse a su terrible enfermedad. Cuenta que este mal presenta dos vertientes, una grave en la que el paciente muere porque se le terminan paralizando los músculos de la garganta, y otra, que es la que tiene el científico, en la que ocurre eso mismo pero más tarde. Stephen Hawking ha superado todos los peligros que le han acechado, contra todo pronóstico. Siempre he pensado que quizá se deba a su mente privilegiada, que le ayuda no sólo en lo intelectual sino también en lo físico y lo emocional.
Los títulos de crédito, al final de la película, se sobreimpresionan en un espacio infinito, en el que la cámara va viajando a través de nebulosas de bellos colores y constelaciones, un hermoso homenaje a la labor de Stephen Hawking en el campo de la Astrofísica. Una vida apasionante la suya, llena de dolor pero también de prodigios y esperanza.
 


No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes