Edurne |
Me veía el sábado pasado ante la
pantalla de televisión, por la noche, dispuesta a tragarme el Festival de
Eurovisión por complacer a mi hijo, que por alguna extraña razón le gusta, y
eso que no ha conocido tiempos mejores, cuando era un certamen con un nivel
enorme y en donde los intereses políticos prácticamente no eran tenidos en
cuenta, sólo la calidad artística.
Desde luego Viena, en donde se
celebraba este año, ha tenido un gusto exquisito en la organización del
acontecimiento. Muy bellas las imágenes de presentación de cada país y sus
concursantes, algunas en tonos Instagram, mucha vitalidad, aire libre y alguna
temeridad, por aquello de dar la nota un poco, como en el caso de la pareja de
cantantes que hacía puenting abrazados. Lo que nos quedaba por ver. Lo cierto
es que con estas escenas pudimos gozar de la belleza de muchos rincones del
mundo.
El escenario, cambiante y
multicolor, era precioso. Me gustó especialmente en una de las actuaciones
en que el suelo, visto desde arriba, lucía figuras geométricas móviles de una
armonía y una elegancia increíbles. Muchas de las concursantes llevaron
vestidos que desplegaban grandes vuelos a su alrededor, para que con las tomas
que se hacían desde el techo se pudieran lucir sobre ese suelo luminoso y mutante.
Eran como medusas que extendieran sus tentáculos. Lo malo fue que debían permanecer inmóviles en un punto concreto para no desbaratar el efecto, con lo que disminuía la
expresividad de las intérpretes y les confería un cierto
hieratismo. Algunos grupos miraban hacia arriba en determinados momentos, interpretando para las cámaras allí situadas, o se hacían la "foto" al final de su actuación. Aunque resultó una idea original, lo cierto es que tantos movimientos previamente concertados les restaron naturalidad a los cantantes.
Inevitables los móviles luminosos
en la oscuridad durante las canciones más melódicas, como es habitual en los
conciertos. Mucho ventilador para mover las largas melenas de las cantantes y
sus vaporosos vestidos.
Los artistas, unos trágicos,
otros festivos, la mayoría muy épicos, fueron apareciendo en representación de
27 países en los que todos cantaron en inglés menos Francia, Hungría, España e
Italia.
La pareja de Eslovenia, que
fueron los primeros en actuar, lucieron unos auriculares para estar más
“concentrados”. Él, tocando un piano, es un afamado productor musical. Son
pareja también fuera del escenario. Me resultaron un tanto peculiares.
El colmo de la innovación fueron
los trajes que llevaron los representantes del Reino Unido, que se iluminaban
en la oscuridad. La actuación en sí estuvo llena de fluorescencias, con unos
breves fuegos artificiales de color rosa al final. Podría calificarse quizá de
hortera o excesivamente kitsch. La verdad es que no consiguieron mucha puntuación.
Impresionante el chorro de voz de
la cantante de Serbia, una mujer muy gruesa que se movía al ritmo de la música
como si pesara la mitad. Sus estilismos, sin embargo, eran demasiado exagerados. No paró de moverse y de hacer gestos en todo el tiempo que duraron las votaciones.
La pareja de Lituania quiso ser
más original que nadie y, además del citado puenting en su presentación, se
dieron un morreo que interrumpió la canción y que duró más que en los ensayos,
por lo que fueron amonestados. Me pareció un tanto vulgar y fuera de tono.
La pareja de Estonia hizo una
puesta en escena muy original, con sus sombras alargadas impresas en el suelo
en un ambiente de penumbra, y ella terminó la canción dejando caer unas
lágrimas.
Mans Zelmerlow, Suecia |
Pero para original el cantante de
Suecia, que en la presentación se interna en una cueva llena de estalactitas
embutido en un traje espacial. Durante su actuación usó hologramas, que se
están imponiendo en las artes escénicas, figuras de luz que aparecen y
desaparecen. Nada más verlo Miguel Ángel, mi hijo, dijo que sería el ganador, y
acertó. Con un ritmo actual y trepidante, con unos toques estilo Enrique Iglesias, guapo y simpático, con una voz potente y
bonita, se alejó del estilo eurovisivo más tradicional, que es un poco rancio.
Muy popular en su país, es este un cantante que lleva muchos años en el mundo
del espectáculo y es también presentador de televisión.
Australia, invitada por ser el 60
aniversario de Eurovisión, estuvo representada por un cantante con voz negra y
estilo soul, que le dio curiosamente un toque muy yankee al evento. Aunque hubieran ganado no habría podido ser el país en el que se organizara el próximo festival, sólo estaban invitados, y probablemente no concursarán el año que viene.
El cantante de Israel, con sólo
16 años, se presentó con una coreografía de hombres muy altos, mezclando ritmos
eurovisivos, bailes actuales y sonidos tradicionales de su país, con lo que se
caldeó el ambiente, porque eran muy pegadizos.
Austria, la organizadora, se
presentó con un guitarrista, un batería y un pianista, que era el que cantaba,
y para desmarcarse de la tónica general incendiaron el piano. El que lo tocaba
se levantó disimulando su azoramiento, porque ya se le quemaban las pestañas.
Melenudos y con barba, comentaron que daban un aire hípster al festival, aunque
yo los ví más bien sesenteros. Han sido teloneros de Bon Jovi. No gustaron mucho porque no recibieron mucha
puntuación, no porque fueran malos sino porque no estaban en la línea de lo que
se suele ver en este tipo de concursos. A mí sí me gustaron.
El cantante de Montenegro, puede
que el de más de edad de todos los que se presentaban, actuó sobre un suelo que
parecía hecho de agua de mar. Bailó con los brazos extendidos, coreografiado
con las 4 chicas que le acompañaban. Su melodía fue muy típica en Eurovisión,
con aires de su tierra, y fue coreado con palmas. Gran ovación al terminar.
Polonia presentó a una artista
que iba en silla de ruedas. Bella y rubia, lució un vestido blanco con mucha
caída a los lados, y las piernas, muy bonitas, al descubierto. Esta mujer trabaja habitualmente
para la promoción de artistas minusválidos en su país.
España, con Edurne, hemos tenido
un acierto como nunca antes en este concurso. Espectacular, dramática pero sin
sobreactuar, bellísima, ya era hora de que pudiera lucir a gusto su hermosa y
potente voz. Su toque original fue llevar un maravilloso vestido rojo con una
gran cola que el acompañante de la coreografía, guapo y hercúleo, le arrebató
para dejar al descubierto otro, dorado, que esculpía su impecable figura. Edurne
mostró una fuerza en su expresividad
corporal increíble. Ya era hora también de que nos quitáramos la caspa
acumulada en tantos años de mediocridades.
Con Italia y su trío masculino,
muy joven, se cerró el festival y de paso supe que existe algo
que se llama pop lírico: canción melódica con ribetes operísticos. Gustaron mucho.
Martin Grubinger |
Martin Grubinger y su apoteósico
intermedio de percusión, acompañado de una orquesta de viento, un enorme
xilofón que también tocaba, una guitarra eléctrica y un tambor africano, fue el
punto de inflexión entre el final de las actuaciones y el comienzo de las
votaciones. Les acompañó el coro Arnold Schoenberg, que tiene un Grammy en su haber. No hubo mucho tiempo para que la gente votara con sus móviles, pero
el de los 40 países que votaron se hizo interminable.
El cantante transexual que ganó
el año pasado volvió a actuar. Miguel Ángel no era capaz de apartar los ojos de
la televisión, tal era el impacto que le producía: melena, ropa, maquillaje,
todo muy fashion y femenino, pero barba en la cara. Su voz podía ser igualmente la de
un hombre que la de una mujer. Todo en él (o ella) era equívoco.
He leído que se abucheó a Rusia
durante las votaciones. La cantante, que tenía una preciosa e impresionante
voz, y que se puso a llorar nada más terminar, pensé que por la emoción del
momento y el subidón de adrenalina, ya no dejó de hacerlo el resto del tiempo,
y ahora creo que quizá fue por los abucheos, no a su actuación sino para
manifestar su oposición a Putin. Los temas políticos una vez más saliendo a
relucir y enfangándolo todo, prueba evidente de que las calificaciones no se
basaron en cuestiones de índole artística como tendría que ser.
Esto y las etiquetas que ponen a
los países, que son como San Benitos que nos caen y ya no nos los quita nadie.
Así pasa con España, a la que se han acostumbrado a menospreciar y a considerar
con un bajo nivel, a pesar de que la actuación de nuestra cantante fue magistral.
Podríamos seguir mandando en años sucesivos intérpretes de la cantera de Operación
triunfo, como han hecho este año, pues
si sólo unos pocos han hecho carrera es por el poco espacio que hay en nuestra
escena artística, ya sobresaturada. Muchos volvieron al anonimato tras pasar
por ese concurso, pero su talento y valía están fuera de duda.
Ha sido injusta la posición en la
que han dejado a España, la misma en la que participaba, y la de otros países.
El nivel este año era muy bueno y me imagino que habrá sido difícil decidir, pero no
se puede arrinconar por sistema a ciertos países.
En fin, Eurovisión, que a nadie
deja indiferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario