miércoles, 27 de mayo de 2015

Eurovisión 2015

 
Edurne
Me veía el sábado pasado ante la pantalla de televisión, por la noche, dispuesta a tragarme el Festival de Eurovisión por complacer a mi hijo, que por alguna extraña razón le gusta, y eso que no ha conocido tiempos mejores, cuando era un certamen con un nivel enorme y en donde los intereses políticos prácticamente no eran tenidos en cuenta, sólo la calidad artística.
Desde luego Viena, en donde se celebraba este año, ha tenido un gusto exquisito en la organización del acontecimiento. Muy bellas las imágenes de presentación de cada país y sus concursantes, algunas en tonos Instagram, mucha vitalidad, aire libre y alguna temeridad, por aquello de dar la nota un poco, como en el caso de la pareja de cantantes que hacía puenting abrazados. Lo que nos quedaba por ver. Lo cierto es que con estas escenas pudimos gozar de la belleza de muchos rincones del mundo.
El escenario, cambiante y multicolor, era precioso. Me gustó especialmente en una de las actuaciones en que el suelo, visto desde arriba, lucía figuras geométricas móviles de una armonía y una elegancia increíbles. Muchas de las concursantes llevaron vestidos que desplegaban grandes vuelos a su alrededor, para que con las tomas que se hacían desde el techo se pudieran lucir sobre ese suelo luminoso y mutante. Eran como medusas que extendieran sus tentáculos. Lo malo fue que debían permanecer inmóviles en un punto concreto para no desbaratar el efecto, con lo que disminuía la expresividad de las intérpretes y les confería un cierto hieratismo. Algunos grupos miraban hacia arriba en determinados momentos, interpretando para las cámaras allí situadas, o se hacían la "foto" al final de su actuación. Aunque resultó una idea original, lo cierto es que tantos movimientos previamente concertados les restaron naturalidad a los cantantes.
Inevitables los móviles luminosos en la oscuridad durante las canciones más melódicas, como es habitual en los conciertos. Mucho ventilador para mover las largas melenas de las cantantes y sus vaporosos vestidos.
Los artistas, unos trágicos, otros festivos, la mayoría muy épicos, fueron apareciendo en representación de 27 países en los que todos cantaron en inglés menos Francia, Hungría, España e Italia.
La pareja de Eslovenia, que fueron los primeros en actuar, lucieron unos auriculares para estar más “concentrados”. Él, tocando un piano, es un afamado productor musical. Son pareja también fuera del escenario. Me resultaron un tanto peculiares.
El colmo de la innovación fueron los trajes que llevaron los representantes del Reino Unido, que se iluminaban en la oscuridad. La actuación en sí estuvo llena de fluorescencias, con unos breves fuegos artificiales de color rosa al final. Podría calificarse quizá de hortera o excesivamente kitsch. La verdad es que no consiguieron mucha puntuación.
Impresionante el chorro de voz de la cantante de Serbia, una mujer muy gruesa que se movía al ritmo de la música como si pesara la mitad. Sus estilismos, sin embargo, eran demasiado exagerados. No paró de moverse y de hacer gestos en todo el tiempo que duraron las votaciones.
La pareja de Lituania quiso ser más original que nadie y, además del citado puenting en su presentación, se dieron un morreo que interrumpió la canción y que duró más que en los ensayos, por lo que fueron amonestados. Me pareció un tanto vulgar y fuera de tono.
La pareja de Estonia hizo una puesta en escena muy original, con sus sombras alargadas impresas en el suelo en un ambiente de penumbra, y ella terminó la canción dejando caer unas lágrimas.
Mans Zelmerlow, Suecia
Pero para original el cantante de Suecia, que en la presentación se interna en una cueva llena de estalactitas embutido en un traje espacial. Durante su actuación usó hologramas, que se están imponiendo en las artes escénicas, figuras de luz que aparecen y desaparecen. Nada más verlo Miguel Ángel, mi hijo, dijo que sería el ganador, y acertó. Con un ritmo actual y trepidante, con unos toques estilo Enrique Iglesias, guapo y simpático, con una voz potente y bonita, se alejó del estilo eurovisivo más tradicional, que es un poco rancio. Muy popular en su país, es este un cantante que lleva muchos años en el mundo del espectáculo y es también presentador de televisión.
Australia, invitada por ser el 60 aniversario de Eurovisión, estuvo representada por un cantante con voz negra y estilo soul, que le dio curiosamente un toque muy yankee al evento. Aunque hubieran ganado no habría podido ser el país en el que se organizara el próximo festival, sólo estaban invitados, y probablemente no concursarán el año que viene.
El cantante de Israel, con sólo 16 años, se presentó con una coreografía de hombres muy altos, mezclando ritmos eurovisivos, bailes actuales y sonidos tradicionales de su país, con lo que se caldeó el ambiente, porque eran muy pegadizos.
Austria, la organizadora, se presentó con un guitarrista, un batería y un pianista, que era el que cantaba, y para desmarcarse de la tónica general incendiaron el piano. El que lo tocaba se levantó disimulando su azoramiento, porque ya se le quemaban las pestañas. Melenudos y con barba, comentaron que daban un aire hípster al festival, aunque yo los ví más bien sesenteros. Han sido teloneros de Bon Jovi. No gustaron mucho porque no recibieron mucha puntuación, no porque fueran malos sino porque no estaban en la línea de lo que se suele ver en este tipo de concursos. A mí sí me gustaron.
El cantante de Montenegro, puede que el de más de edad de todos los que se presentaban, actuó sobre un suelo que parecía hecho de agua de mar. Bailó con los brazos extendidos, coreografiado con las 4 chicas que le acompañaban. Su melodía fue muy típica en Eurovisión, con aires de su tierra, y fue coreado con palmas. Gran ovación al terminar.
Polonia presentó a una artista que iba en silla de ruedas. Bella y rubia, lució un vestido blanco con mucha caída a los lados, y las piernas, muy bonitas, al descubierto. Esta mujer trabaja habitualmente para la promoción de artistas minusválidos en su país.
España, con Edurne, hemos tenido un acierto como nunca antes en este concurso. Espectacular, dramática pero sin sobreactuar, bellísima, ya era hora de que pudiera lucir a gusto su hermosa y potente voz. Su toque original fue llevar un maravilloso vestido rojo con una gran cola que el acompañante de la coreografía, guapo y hercúleo, le arrebató para dejar al descubierto otro, dorado, que esculpía su impecable figura. Edurne mostró una fuerza  en su expresividad corporal increíble. Ya era hora también de que nos quitáramos la caspa acumulada en tantos años de mediocridades.
Con Italia y su trío masculino, muy joven, se cerró el festival y de paso supe que existe algo que se llama pop lírico: canción melódica con ribetes operísticos. Gustaron mucho.
Martin Grubinger
Martin Grubinger y su apoteósico intermedio de percusión, acompañado de una orquesta de viento, un enorme xilofón que también tocaba, una guitarra eléctrica y un tambor africano, fue el punto de inflexión entre el final de las actuaciones y el comienzo de las votaciones. Les acompañó el coro Arnold Schoenberg, que tiene un Grammy en su haber. No hubo mucho tiempo para que la gente votara con sus móviles, pero el de los 40 países que votaron se hizo interminable.
El cantante transexual que ganó el año pasado volvió a actuar. Miguel Ángel no era capaz de apartar los ojos de la televisión, tal era el impacto que le producía: melena, ropa, maquillaje, todo muy fashion y femenino, pero barba en la cara. Su voz podía ser igualmente la de un hombre que la de una mujer. Todo en él (o ella) era equívoco.
He leído que se abucheó a Rusia durante las votaciones. La cantante, que tenía una preciosa e impresionante voz, y que se puso a llorar nada más terminar, pensé que por la emoción del momento y el subidón de adrenalina, ya no dejó de hacerlo el resto del tiempo, y ahora creo que quizá fue por los abucheos, no a su actuación sino para manifestar su oposición a Putin. Los temas políticos una vez más saliendo a relucir y enfangándolo todo, prueba evidente de que las calificaciones no se basaron en cuestiones de índole artística como tendría que ser.
Esto y las etiquetas que ponen a los países, que son como San Benitos que nos caen y ya no nos los quita nadie. Así pasa con España, a la que se han acostumbrado a menospreciar y a considerar con un bajo nivel, a pesar de que la actuación de nuestra cantante fue magistral. Podríamos seguir mandando en años sucesivos intérpretes de la cantera de Operación triunfo, como han hecho este año,  pues si sólo unos pocos han hecho carrera es por el poco espacio que hay en nuestra escena artística, ya sobresaturada. Muchos volvieron al anonimato tras pasar por ese concurso, pero su talento y valía están fuera de duda.
Ha sido injusta la posición en la que han dejado a España, la misma en la que participaba, y la de otros países. El nivel este año era muy bueno y me imagino que habrá sido difícil decidir, pero no se puede arrinconar por sistema a ciertos países.
En fin, Eurovisión, que a nadie deja indiferente.
 


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