jueves, 18 de junio de 2015

Birdman

 
Cuando supe de Birdman en la gala de los Oscars me pareció una película excéntrica y de escaso interés, pero luego cuando la he visto me ha dado mucho que pensar. Michael Keaton acabaría harto de que le preguntaran si su personaje protagonista es un trasunto suyo, y terminaría harto también de decir que no. Es evidente que sí lo es. Actor que conoció glorias pasadas y decide relanzar su carrera con algo que se salga de lo normal, con esta película Keaton se enfrenta a sus propios demonios y de paso hace una devastadora crítica a todo lo que rodea el star system.
El film en sí mismo es un tanto claustrofóbico, pues la cámara se pasea una y otra vez por los lóbregos intestinos de un gran teatro, pasillos interminables, camerinos con escasa luz, pequeñas salas de sastrería, la zona de las tramoyas... Y su protagonista, Riggan, arrastra por ellos sus neurosis, sus insatisfacciones, sus debilidades e inseguridades. A solas en su camerino, una voz que sólo oye él y que es la del antiguo personaje que interpretaba en los 90, un hombre pájaro, le machaca sin cesar reprochándole sus meteduras de pata, sus malas decisiones, sus salidas de tono. Vemos a Riggan a solas levintando mientras medita o desplazando objetos con sólo mover un dedo. Vive encerrado en su mundo, hecho de momentos fantásticos en los que usa los superpoderes que exhibía en las películas que le hicieron famoso, y que cree poseer él también. Con sólo chascar los dedos yendo por la calle, por ejemplo, hay explosiones en los edificios. La realidad y la ficción se mezclan en un amasijo con tintes de locura. En un cierto momento se imagina contestando a las preguntas de la prensa, que siempre publican respuestas inventadas o sacan de quicio cualquier declaración por nimia que sea. El qué dirán que tanto le importa. En otro momento se le ve usando esos poderes para estampar el mobiliario del camerino contra suelo y paredes, llevado por la furia al verse impotente para manejar todo el tinglado que él mismo ha montado, furioso contra sí mismo.
Su vida personal es complicada. Se ha liado con una de las actrices de la obra, que dice estar embarazada de él. Su única hija trabaja como personal del teatro, tras salir de una terapia de desintoxicación por drogas. Se disgusta cuando la ve fumando marihuana a solas, y comete el error de reprocharle que lo que quiere es arruinar su reputación, a lo que ella aprovecha para decirle que en realidad no tiene tal cosa porque nunca fue un buen actor y sus intentos por aparentar lo contrario son patéticos. Ella le mira con tristeza, porque en el fondo se quieren, pero no se comprenden ni se soportan.
Por si fuera poco, uno de los actores tiene que ser sustituído al caerle uno de los focos en la cabeza, aunque Riggan afirma que ha sido él el que ha provocado el accidente porque era muy malo. Lo sustituye el novio de otra de las actrices, un actor con mucho reconocimiento, que resulta ser histriónico y excéntrico, montando trifulcas durante los ensayos, provocando a Riggan para, según él, hacer que su modo de actuar esté más vivo, y seduciendo a la hija de éste. El nuevo actor sólo se siente auténtico cuando está en el escenario, hasta el punto de querer interpretar una escena de sexo real durante la representación con la actriz que es su novia, empalmándose a ojos vista para rechifla del público. Al día siguiente Riggan se enfurece porque el incidente ha acaparado los titulares de la prensa, quitándole a él protagonismo.
Su representante, abogado y mejor amigo sólo quiere que la obra siga adelante sin problemas, cosa que con este plantel resulta difícil. Lo único que le importa es el trabajo, no Riggan, y no duda en mentirle si la ocasión se le presenta haciéndole ver que la crítica y el público esperan el estreno con gran expectación, cuando en realidad aún no es así.
Un incidente hace que arrase en las redes sociales, en las que no tiene ningún perfil abierto: cuando había salido a fumar junto a la puerta del teatro para relajarse, ésta se cierra de golpe dejándole a él fuera y con el batín que llevaba puesto pillado por ella. Se ve olbigado a dar la vuelta al edificio para entrar por la puerta principal, exhibiéndose en calzoncillos y calcetines por unas calles atestadas de gente que le dice de todo, al reconocerle, y que no dudan en grabarle con sus móviles. La taquillera le increpa diciendo que no puede pasar al no darse cuenta de quién era, pero no la hace caso. Ya dentro el actor que se tuvo que ir por el accidente le dice, sentado en una silla de ruedas con un collarín y junto a su abogado, que va a pedir daños y perjuicios. Parece que las complicaciones se acumulan.
En uno de los bares de la zona se presenta a una crítica, absorta siempre tomando notas en un bloc, invitándola a una copa, pero ella le dice que le va a destrozar, que va a hacer que retiren su obra. Él se enfurece y le suelta una diatriba sobre su necedad, su superficialidad, la falta de autenticidad de lo que escribe, pero ella no se amilana y repite que va a acabar con él porque es una celebridad pero no un actor.
En el estreno, al que llega volando a través de la gran ciudad, en la escena final cambia el arma de pega, que utiliza para simular que se pega un tiro, por otra de verdad, pero sólo se vuela la nariz. En el hospital su ex mujer está muy preocupada y le da una bofetada al representante porque lo único que le importa es que el incidente a hecho crecer su popularidad como la espuma y hasta la crítica que amenazaba con desbaratarle el tinglado le ha escrito un artículo elogiándole, al haber corrido la sangre de verdad en una nueva forma de actuación que ella da en llamar 'superrealismo'. Su hija le trae flores y reposa melancólica su cabeza sobre el pecho de su padre. Luego se va y regresa con algo para él, pero no lo encuentra. Ve la ventana abierta y cuando se asoma asustada mira hacia abajo temiendo que haya saltado, y después hacia arriba, y entonces se ríe. Por fin Riggan ha hecho lo que quería.
Riggan asocia su propia decadencia física a la de su carrera. Se contempla de perfil en el espejo con el torso desnudo y se dice que parece un vago leucémico, su vientre fláccido, su carne pálida y macilenta. Aunque hay otros actores que han seguido trabajando a pesar del paso de los años, él lo tiene difícil porque basó su fama en su buena forma, en su complexión atlética: él era birdman, un superhéroe.
Los años además le han hecho perder buena parte de su dignidad, o quizá sólo del sentido del ridículo: sufrir contratiempos y solventarlos como buenamente puede se ha convertido en una constante en su vida. La escapada en ropa interior por la vía pública, pisando charcos sucios, aterido de frío en medio de la noche, con la calle atestada de gente en una zona de espectáculos, constituye un espectáculo en sí mismo que él inconscientemente sabe aprovechar con su inesperada entrada en el teatro por la puerta principal, caminando por el pasillo en el patio de butacas ante un público asombrado e incrédulo, justo en la escena final, la del terrible desenlace.
El cinismo de la crítica teatral, con la que pretende confraternizar invitándole a una copa, lo que suela tomar, su alegato sarcástico e iracundo en respuesta a las amenazas de ella, la impotencia ante la frialdad y la cruel determinación de la mujer, aupada en su status hasta el punto de creerse la dueña y señora de las vidas ajenas para su satisfacción, el enconamiento de ella en su actitud para luego desdecirse tan fresca con el inesperado desenlace de la noche del estreno, alegando una sarta de sandeces que serán tomadas por todos como las ocurrencias maravillosas propias de una genia, todo esto confiere al conjunto un aire de tragedia griega, de broma macabra, el destile de humores biliosos largamente acumulados que representa la realidad expuesta en toda su crudeza.
Los actores son como los drogadictos porque necesitan el chute de ovaciones y reconocimientos para seguir vivos, tienen verdadera adicción a esa clase de emociones, al subidón de adrenalina cada vez que salen al escenario, al placer de escuchar los aplausos y los vítores al final de la función. Sin eso no son nadie, son como niños perdidos, desamparados, porque por lo general además no saben hacer otra cosa. Riggan perdió el sentido de la realidad intentando perpetuar el pasado, se internó en su realidad, diferente a todas, para no volver. El final es una alegoría, al convertirse en el pájaro que siempre se sintió, recuperando su libertad como si de un ave fénix se tratara, dejando atrás las ataduras, las obligaciones, el inmenso peso de arrastrar su propia persona por el mundo. Ya no tiene que dar explicaciones a nadie, ni justificarse por ninguna de sus acciones, ni luchar por lo que sea que crea que le pertenece. Es dueño de sí mismo y toma el rumbo que siempre quiso tomar, hacia un destino indeterminado quizá, pero feliz. ¿Es locura o simple instinto de supervivencia, un deseo profundo de un ser humano que nace del corazón? Quién no quiere dejar atrás las miserias que atenazan su existencia impidiéndole vivir en paz, lacras sobrevenidas por las circunstancias de cada cual o que nosotros mismos nos buscamos porque no hemos sabido gestionar nuestra vida. No hay humildad en Riggan, ni resignación, sólo una autocrítica feroz y la soledad de quien tiene una vida privada depauperada, al haberla supeditado a su profesión.
Ya había conseguido lo que se proponía, tener de nuevo éxito y que se hablara de él, se había demostrado a sí mismo que podía ser capaz de lo que se propusiera. Pero se dio cuenta en el fondo de que ya no lo quería, que le había dado la espalda y había estado sin él durante mucho tiempo, y ya no le bastaba, ya no tenía sentido, sus exigencias eran otras, a pesar del tiempo, el dinero y el enorme trabajo invertidos en su empeño, y voló. Permaneció unos momentos en la ventana del hospital, donde se recuperaba del accidentado final de la obra teatral, contempló sonriente el panorama, abrió la ventana y se subió a la cornisa. No había resentimiento, amargura ni ira en su actitud, antes al contrario, había felicidad: simplemente había tomado una determinación.
Cuando conocemos a Riggan ya estaba muy pasadito de revoluciones, ya no era el mismo de siempre. No le hemos visto en su etapa de esplendor aunque nos la imaginamos, pero nos damos cuenta de que por encima de éxitos y fracasos lo más importante es la libertad personal.
Al diablo con todo, hagamos como birdman  y volemos.
 
 
 
 


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