Ya he perdido la cuenta de los
cursos que he hecho a lo largo de mi trayectoria laboral. Últimamente no pido
casi ninguno, porque la mayoría de los que son de informática que nos ofertan, para el personal que no es de tecnologías y sistemas, los he hecho ya, y
los que son más complejos están fuera de mi alcance mental y de nada me van
a servir en mi trabajo habitual: mi
cerebro no es lo bastante complejo como para procesar ciertas áreas. Los que no son informáticos tienen poco interés. A mí la ergonomía postural, el liderazgo, la resolución de
problemas, el mobbing e incluso el Photoshop, que sí me interesaría pero que me
da vergüenza solicitarlo porque sería sólo por gusto, me dejan bastante indiferente.
En esta ocasión he hecho uno de
SIC3, que lo piden mucho en el Ministerio en el que estoy y viene muy bien para
los concursos de traslado. Casualmente fue en el mismo sitio en el que hice el último, en mi anterior destino, de Sorolla para inventario. Además era la misma aula y me senté
en el mismo lugar, aunque recuerdo que por aquel entonces, hace 2 años, yo no me
sentía bien, mi hijo hacía poco que había dejado su terapia
psiquiátrica en el hospital de día y las perspectivas de futuro no parecían muy
halagüeñas. Se juntaban otras cosas también. Aquel curso se me hizo interminable y me sentí deprimida, pero
ahora ha sido distinto.
Éramos dos personas por ordenador y me tocó de compañera
a una funcionaria que trabajaba en Asuntos Exteriores, muy agradable. A la hora del
café se acercaron otras 3 que eran compañeras suyas y con ellas estuve
desayunando los 4 días que duró el curso. Nos íbamos a un lugar muy curioso,
allí al lado, Zumuz, que efectivamente tenía toda clase de zumos, además de desayunos y
comidas para llevar. En la terraza, y salvo el último día que llovió,
se estaba muy bien.
Fue legión la cantidad de
profesores que nos dieron clase, turnándose cada
cierto tiempo para descansar y que no se hiciera tan monótono. Los
hombres vestían de trapillo, como casi todos los funcionarios salvo alguna
excepción. Las mujeres muy fashion, pero de entre todos me gustaron
especialmente un profesor y una profesora. Él, alto y delgado, ya por su
aspecto se veía que era diferente del resto. Elegante vistiendo y en las
maneras, adornaba una infumable explicación sobre anticipos de caja fija con
frases que tenían ecos casi épicos: “llegar al momento feliz” cuando un
trámite quedaba bien resuelto, o “economía de gestos” cuando se abreviaban
pasos administrativos, y alguna otra que no recuerdo, o palabras como “hitos”
con las que denominaba cada fase administrativa. La profesora, muy simpática y cercana, me
recordaba enormemente en la dicción y el tono de la voz a una vecina que es muy
elegante y educada, hasta el
punto de que si hubiera cerrado los ojos hubiera creído estar con ella.
La verdad es que la memoria se me
pierde en todos los momentos que le dediqué a la ingente cantidad de cursos que
he hecho. Los que más recuerdo fueron los 2 primeros, nivel básico y avanzado de Word, por aquello de que lo más
antiguo es lo que mejor se queda en la mente, y algún otro del que me
quedan retazos sueltos nada más. Los de sindicatos han sido los peores, porque los
profesores no eran buenos y los contenidos se impartieron de manera
incomprensible y caótica. Además no en todos los Ministerios lo saben hacer
bien. Los mejores los de Justicia, y el peor el de Cultura, en el que la
profesora no sabía cómo rellenar el tiempo que tenía para las explicaciones, se
quedaba en silencio, como en blanco. Y es que no todo el mundo vale para
enseñar, lo que no es óbice para que muchos se dediquen a eso.
Lo que me parece mal es que los cursos tengan caducidad alegando que se quedan obsoletos. A lo largo de los años pocos cambios se pueden introducir en cursos como Word, Excel o Access, y tener que volverlos a hacer para que estén en vigor es un rollo.
El curso que acabo de hacer se
impartía cerca de Avenida de América, el barrio que fue de mi abuela paterna,
por lo que cada vez que esperaba en la parada del autobús a la hora de
regresar, me recreaba en la visión de ese barrio, aunque a cierta distancia, y
me traía recuerdos muy dulces de cuando la íbamos a visitar y todo lo que ella
era para nosotros. Hasta llegar allí, por la mañana temprano, pasabas por zonas estupendas como Retiro y Príncipe de Vergara, jalonadas de
colegios muy buenos, y se iban subiendo al autobús niños de aspecto impoluto que alternaban
el inglés y el francés sin pestañear y con un acento perfecto. El de Nuestra Señora de Loreto
es digno de ver, parece un castillo de estilo inglés, señorial y magnífico.
No sé cuántos cursos más me
tocará hacer aún, pero espero que sean como este último, o mejores incluso. Sales de la
rutina, aprendes cosas nuevas e intercambias impresiones con gente que no conocías. A veces da pereza pedir, pero una vez que comienzas todo va rodado. Una forma más de mantener las neuronas en funcionamiento.
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