Fui a la ciudad de Atlanta en un
avión que despegó de Cedar Rapids. Alquilé un coche en el aeropuerto de
Atlanta, un Mini Cooper, por 25 dólares. Conducir un Mini Cooper es un gran
destino humano, y no hay ironía. Preguntadle si no a los que conducen un Skoda.
Llegué al downtown de Atlanta y
me monté en la noria, en la SkyView Atlanta, que es una noria famosa y valía 15
dólares subirse allí y desde allí se veía la noche cayendo sobre los
rascacielos y sobre los edificios misteriosos, abstractos y sin gente dentro.
Cené bisonte en un restaurante de
lujo que estaba al lado de la SkyView, porque en Atlanta se cena bisonte. Cené
un guiso de bisonte típico. La carne de bisonte se parece a la carne en
general, pero es mejor que el pollo, está alejado de la vaca y sus variantes,
es más riguroso que el cerdo, más contundente que el venado, más tierno que el
conejo y mucho menos coñazo que el cordero, que siempre se te mete entre los
dientes.
Dormí en un excelente hotel de
aeropuerto por 100 dólares. Una habitación de 60 metros cuadrados, con despacho
para que pudiera escribir este artículo. Me hubiera quedado a vivir allí para
siempre.
Me gustan los hoteles americanos
porque son grandes. Puedes pasear por la habitación y decidir tranquilamente si
te matas o no, si te tiras por la ventana o no, y eso es dignidad humana.
Al día siguiente me fui a ver el
espectáculo más iluminador que he visto en mi vida. Me fui al Museo de la
Coca-Cola, porque la Coca-Cola se inventó en Atlanta. Aparqué mi Mini en
Simpson Street y me dirigí a la puerta del Museo, en donde había un cartel
gigantesco que decía: “Espero que estéis sedientos hoy”.
La Coca-Cola la inventó un
farmacéutico llamado John S. Pemberton el 8 de mayo de 1886. Para celebrar este
hecho, la ciudad de Atlanta ha construido el Museo de la alegría.
Al entrar en el Museo de la
Coca-Cola de Atlanta entendí el mundo. Es el único museo que explica la vida
presente. El Prado, El Louvre, la National Gallery no tienen nada que ver con
la vida que está corriendo ahora. El Museo de la Coca-Cola, sí. Y entonces
recordé una tarde de verano de 1969. Estoy sentado en una terraza con mis
padres, y mi padre me pide, por vez 1ª, una Coca-Cola. Y veo esa espuma y veo
los ojos de mi padre ver mis ojos de asombro. Hay limón, hielo y una pajita. Y
me quedo mirando el diseño de la botella. Fue el único lujo exótico que
conocimos.
Somos millones de seres humanos
los que recordamos la 1ª vez que bebimos una Coca-Cola y somos una fuerza
política universal. Porque por muy rico que sea un hombre, jamás podrá beber
una Coca-Cola distinta a la que bebe el mendigo de la esquina. Eso es lo que yo
sentí esa tarde de verano de 1969: el poder igualatorio de la Coca-Cola.
Fue Andy Warhol quien se dio
cuenta de que la Coca-Cola era el siglo XX. Por eso la pintó hasta el
desfallecimiento. Era la invención de la gente corriente, era lo que la gente
corriente podía llegar a beber. Hay anuncios de todas las épocas en el Museo.
Cuando Warhol pintó la botella de Coca-Cola, superó a Picasso, a Miguel Ángel,
a todos. Se convirtió en el pintor más inteligente de la Historia. Se convirtió
en uno de los nuestros.
Recé un Walk on the Wilde
Side delante de una foto que conmemora
los 100 años del diseño de la botella. El misterio de la fórmula está
custodiado en una caja fuerte de dimensiones cinematográficas. Es el momento
culminante de la visita al Museo, cuando el turista llega a la cámara acorazada
y se hace un silencio sepulcral.
Luego me metí en el cine del
Museo. Allí echaban una retrospectiva de 6 minutos con la historia de la
publicitación de la Coca-Cola. Volví a llorar de nuevo. He bebido Coca-Cola
toda mi vida. En aquellos anuncios históricos se celebraba la vida. Lo que
descubrió Pemberton fue la bebida más barata de la Historia, descubrió una
bebida comunista. Los primeros vasos de Coca-Cola que Pemberton vendió en su
farmacia costaban 5 centavos.
En el Museo hay una sala con
máquinas expendedoras de Coca-Cola, puedes beber toda la que quieras. Te dan
unos vasitos de plástico y puedes probar gratis todos los sabores, todas las
ocurrencias últimas que hubieran hecho reír al morfinómano Pemberton, que murió
en la miseria en 1888.
Quiero celebrar ahora la alegría
de la 1ª persona en el mundo a quien Pemberton le dio a probar su invento. El
júbilo en sus venas. La efervescencia en el corazón. Las burbujas como una
manifestación política de fraternidad. Desde la Revolución Francesa, no ha
sucedido otra cosa en este mundo.
En Atlanta nació la Coca-Cola. En
Atlanta nació el arte moderno. En Atlanta naciste tú.
(Artículo de Manuel Vilas en el suplemento cultural de ABC de 11/4/15)
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