Leí una entrevista que le habían
hecho a Milena Busquets, ya no recuerdo dónde, en la que hablaba de su recién
publicado libro, También esto pasará, y por la forma de contestar a las que
preguntas que se le hacían me llamó poderosamente la atención. No por ser hija
de una prestigiosa editora hacía de ella alguien especial, si no su actitud, su forma de expresarse y de pensar. Milena es, sin duda, todo
menos convencional.
Es cierto lo que dicen las
críticas sobre el libro sobre que a nadie dejará indiferente. Breve pero intenso, no
tiene reparos a la hora de contar detalles sobre su vida amorosa y sexual,
sobre su familia, sus ex parejas, sus hijos, y cualquier pensamiento por íntimo
que sea acerca de cualquier cosa de la vida. Se podría llamar desfachatez a su
manera de decir lo que le pasa por la cabeza, o simplemente cruda sinceridad.
Hay una belleza descarnada en sus palabras, una tímida dulzura, un aparente desenfado que encubre zozobras sin fin, un no importarle todo nada cuando en el fondo le importa todo mucho. El qué dirán parece que sí que le tiene sin cuidado, y eso ha gustado. Cuando nadie daría
un duro por una obra que es un canto fúnebre a una madre muerta, en un momento
en el que la gente lo que quiere es intrascendencia para olvidar sus propios
problemas, Milena ha conseguido llegar al corazón de sus lectores contando cosas graves con ligereza, en una sabia e inusitada forma de combinar la alegría y el drama de modo que éste no resulte devastador.
Confieso que tenía miedo de
afrontar este libro. Creía que iba a ser un lamento interminable por la
irreparable ausencia de la progenitora, y de paso un abrir la caja de Pandora
de los fantasmas que todos tenemos, los errores del pasado, las cosas que
podrían haber sido de otra manera, los reproches, las heridas
nunca cicatrizadas. Pero Milena, enfrentada a los recuerdos y a la
inevitabilidad de la muerte de los seres queridos, da una de cal y otra de
arena, reproduce hechos, sentimientos y palabras que son dolorosos pero sin
rencor. Ha debido ser muy difícil tener una relación “normal” de madre e hija con
alguien como Esther Tusquets, que fue una de las mujeres más respetadas en el
mundillo literario, pero también una de las personas más complejas y difíciles
que haya habido. Amor-odio, ese binomio al que nos enfrentamos
tantas veces con aquellos seres que son queridos pero con los que nos ha sido
casi imposible entendernos, a los que tanto debemos y que tanto daño nos han hecho
también.
La autora empieza haciendo una
breve y original descripción de sí misma y de la relación que mantiene con su
cuerpo. “Estoy loca por mi cuerpo asimétrico, blando, huesudo, imperfecto,
desproporcionado, lo malcrío, lo manoseo, le doy todo lo que me pide, lo sigo a
todas partes, le obedezco dócilmente, nunca lo contradigo. Es lo contrario a un
templo. He intentado, intento, sin demasiado éxito, que mi cabeza sea un
templo, pero el cuerpo debería ser siempre un parque de atracciones”.
Milena hace también una
autocrítica feroz. Parece reprochárselo todo aunque al mismo tiempo se quiera.
Es una contradicción difícil de dilucidar. “El cualquier momento, pienso,
mientras observo por el retrovisor a los niños que ríen y pelean a la vez, voy
a ser desenmascarada y enviada con ellos al asiento de atrás. Soy un fraude de
adulto, todos mis esfuerzos por salir del patio del recreo son estrepitosos
fracasos, siento exactamente como sentía con 6 años, veo lo mismo…”
Habla de la gente que siempre se
está riendo por todo, por grave que sea un asunto. “La ligereza es una forma de
elegancia, decía yo, vivir con ligereza y alegría es dificilísimo”.
Milena y su madre Esther Tusquets |
Para la autora el sexo es un
remedio contra la muerte. Con el goce sexual es como si prolongáramos la vida y
liberáramos los sentidos aprisionados por las preocupaciones. En su caso podría
parecer promiscuidad, pues siempre tiene el radar encendido en lo que a hombres
se refiere, y no desaprovecha cualquier oportunidad de tener un encuentro
sexual si se le presenta. Podría parecer promiscuidad, aunque en su caso más bien
es instinto de supervivencia y cierta desesperación vital. “Empiezo a coquetear
con él. Y siento cómo la miel empieza a derramarse, líquida y solar, como 2
niños a punto de robar una bolsa de golosinas y de salir disparados de la
tienda, muertos de risa y de miedo. No es la miel espesa y lenta y oscura por
la que estaríamos dispuestos a ir al infierno, pero a fin de cuentas es miel,
el antídoto contra la muerte”.
Uno de los temas candentes que
hubo entre su madre y ella fue la muerte de su padre. La relación entre sus
progenitores, divorciados cuando ella y su hermano eran pequeños, no fue nunca
muy buena. Su forma de contarlo es desgarrada, y levanta ampollas. Son unas
pocas frases que lo dicen sin embargo todo. “No sabré nunca, y no quiero saberlo,
si papá murió gritando, aterrado, o con la dignidad heroica que a mí, pequeña
niña estúpida, me ayudó a vivir durante tantos años”.
Habla del amor que recibimos en
la infancia, que marca el resto de nuestra vida. Habla, una vez más, a su
madre, con palabras desgarradas y hermosas. “Después de todo,
amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser
sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores,
incluído el amor salvaje y ciego que siento por mis hijos (…) Cuando el mundo
empieza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos convertimos, poco a poco,
al ritmo de las muertes, en desconocidos. Mi lugar en el mundo estaba en tu
mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que nunca me molesté en
averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña hasta los 40 años,
dos hijos, dos matrimonios, varias relaciones, varios pisos, varios trabajos,
esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que no me convierta
directamente en una anciana. No me gusta ser huérfana, no estoy hecha para la
tristeza. O tal vez sí, tal vez sea del tamaño exacto de la pena, tal vez sea
ya el único vestido de mi talla”.
Antes de leer el libro pensé que
la autora haría más críticas a su madre, en el sentido de reproches. Habla de
algunas de sus costumbres, de sus aficiones, y de entre las pocas afirmaciones
categóricas y tremendas sobre ella está esta: “Si alguien, en tu presencia,
daba con seguridad un dato que resultaba ser erróneo o llegaba tarde a una
reunión, lo mirabas con estupor y nunca más volvía a recuperar tu respeto. Me
pasé la vida luchando por él, no estoy segura de haberlo conseguido. Sigo
llegando tarde a todas partes”.
Aunque, la verdad, de lo que más habla es de los hombres. “Los hombres, muy simpáticos y un poco formales,
utilizan la cultura y un sentido del humor muy calculado como protección contra
el mundo y como maniobra de despiste de un físico incómodo y poco agraciado
-que sin embargo no les impide juzgar cruda e implacablemente la belleza femenina-,
cierta caballerosidad afectada y condescendiente como sustituto de la buena
educación y una manera pulcra y pequeñoburguesa de vestir, como si su madre
todavía les escogiese y les planchase la ropa. Sus armas son la inteligencia,
el sentido del humor y un ojo infalible para detectar las miserias ajenas”.
Me gusta la descripción que hace
de lo que es alojarse en un hotel, porque yo pienso lo mismo aunque nunca lo hubiera traducido en palabras. “Vuelvo a estar en el territorio siempre un poco
inquietante y extranjero de los hoteles para no dormir en los que aunque uno
esté acompañado siempre está solo, como un soldado a punto de empezar a luchar,
y en los que se obtiene un descanso de guerrero, breve, profundo y
provisional”.
He entresacado algunos de los párrafos, pero el suyo es un libro jugoso de principio a fin. No hay un momento en que pueda decirse que desciende el tono o la intensidad del discurso narrativo, cada una de sus palabras están puestas ahí con una mezcla de premeditación y espontaneidad. Milena había publicado otro libro hace unos pocos años que pasó un tanto desapercibido. Lo que sí es interesante es el blog que escribe, en su línea ocurrente y original, sin pelos en la lengua. Merece la pena echarle un vistazo.
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