Al cumplirse 25 años de la visita de Bette Davis a San Sebastián en 1.989, con motivo del Premio Donosti a toda su carrera que el Festival de Cine le quiso otorgar, se ha rodado un documental que recrea esos días pasados en España. Es su secretaria y asistente personal la que nos cuenta las impresiones de la actriz a su llegada a la ciudad, además de los miembros del jurado y otras personas que tuvieron acceso a ella durante aquellas jornadas.
Se la ve a su llegada en un elegante coche negro, extremadamente pequeña y delgada pero impecablemente vestida, maquillada y peinada. Todos sabían que estaba ya muy enferma debido a un cáncer que padecía desde hacía tiempo, y les sorprendió su gran vitalidad. Su secretaria dice que se le iluminó la cara al salir del vehículo y ver a toda aquella multitud que la aplaudía y vitoreaba.
En la parte exterior del teatro se colocaron pasamanos para que ella pudiera irse agarrando según caminaba, aunque no debían notarse mucho. Dentro del teatro se habían dispuesto sillas y mesas durante el recorrido hasta el escenario para que hiciese los descansos que creyera convenientes.
Jaime Azpilicueta, el director de cine, es el más expresivo de todos a la hora de recordar aquellos acontecimientos, lo cuenta con una enorme expresividad corporal y gran emoción. Alza los brazos para representar el momento en que se levantó el telón, al inaugurarse el festival, y apareció ella tranquilamente fumando, apoyada contra el podio, mientras contemplaba al público que la ovacionaba con la misma intensa frialdad y distancia que usaba en las películas que rodó, y que la hicieron famosa. Las volutas de humo que despedía su boca se alzaban sobre el sombrero negro que llevaba puesto, muy elegante, y era como si quisiera decir que la enfermedad y la vejez no eran obstáculos para ella, que seguía siendo la misma, orgullosa, tesonera, inasequible al desaliento. Después una sonrisa complacida.
Durante la rueda de prensa declaró haber tenido una larga y buena vida como intérprete, que actuar era lo único que sabía hacer y que era algo que le había reportado mucha felicidad. Sorprendentemente dijo que rezaba todos los días para que algún director le ofreciera un papel adecuado a su edad, como si no quisiera reconocer que su salud y su edad se lo impedían. Era como ver a una mujer marchita físicamente pero que en su interior conserva aún el vigor y la ilusión de la juventud.
Esa noche, durante la cena, estuvieron departiendo todos animadamente, pero uno de los organizadores, que se sentó a su lado, cometió la imprudencia de decirle que sólo quedaban dos grandes divas del cine, ella y Marlene Dietrich. Ella le dedicó una mirada gélida y no respondió. En realidad compararla con aquella otra actriz, tan distintas las dos, y de menor categoría, era casi un insulto. Se sorprendieron de su resistencia, pues había aguantado con estoicismo todo lo que duró el festival más la rueda de prensa, y parecía querer seguir disfrutando de su momento durante la cena en su honor. Cuando declaró estar cansada y que se iba a retirar a su habitación, apareció de repente y con mucha discreción una silla de ruedas, en la que se sentó para desaparecer con su secretaria.
El festival había concluído y todos se habían marchado ya, pero a ella nadie le decía cuándo debía irse, y decidió continuar en la ciudad unos días más. Por desgracia el tiempo refrescó en el 4º o 5º día de su estancia allí, y cogió un resfriado. Su cuerpo, que ya estaba muy debilitado, no lo pudo resistir, y aunque su intención fue viajar inmediatamente a los EE.UU., donde se encontraban los médicos que la trataban, tuvieron que ir en avión privado a Nanterre, en Francia, a un hospital en el que ya había estado alguna vez y que merecía su confianza. Falleció poco después. Su secretaria habla de estos momentos con gran entereza, tiene una forma de expresarse y una personalidad que recuerdan mucho a la propia Bette Davis. Es fácil pensar que eligió a alguien con quien tuviera mucho en común como persona de confianza. Al final bajó la cabeza para intentar rehacerse y no llorar, recordando las últimas horas de la actriz, y luego volvió a mirar al entrevistador con firmeza, como si no hubiera pasado nada.
Uno de los organizadores dijo sentir tristeza al saber que la actriz estuvo muy distanciada de sus hijos en los últimos años de su vida. Su hija Bárbara había escrito un libro 4 años atrás en el que la acusaba de haber sido una madre dominante, abusadora y propensa a la ira. Bette Davis, que se casó 4 veces, tenía otros dos hijos adoptados, Margot, que con 3 años fue diagnosticada con retraso mental y ha estado en varias instituciones desde entonces, y Michael, al que legó buena parte de su fortuna. Puede que la actriz no se llevara bien con su familia, pero desde luego no estaba sola. Y en S. Sebastián lo pudo comprobar.
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