He leído y visto en televisión más de un reportaje sobre adolescentes e incluso niños
que se sienten extraños con el cuerpo que la Naturaleza les ha otorgado y
quieren cambiar ciertas características de su anatomía, para que coincidan con
el que género que realmente tienen. Son más corrientes los chicos que quieren
convertirse en chicas, y realmente la transformación es sorprendente: muchas de
las características femeninas que se perciben en ellos ya las llevaban consigo
antes del cambio.
Hace tiempo me parecía incomprensible el hecho de que la Seguridad Social
costeara las operaciones de cambio de sexo, pero después de haber visto cómo
sufrían estas personas mi opinión fue otra. Tiene que ser estremecedor sentirte de
una manera y verte en el espejo con el aspecto equivocado, como si esa persona
que se reflejara ahí no fueras tú en realidad. Es como tener una doble identidad.
Hay un chico en el autobús cuando voy al trabajo por las mañanas que le
debe pasar algo así. Él va al instituto, y se baja un par de paradas antes
que la mía. El año pasado se juntaba con unos cuantos chicos que iban al mismo
sitio que él, pero era un acercamiento forzado: ni ellos ni él estaban cómodos.
Ya entonces se teñía parte del pelo de color verde o morado, y se pintaba
las uñas en tonos oscuros. Podría pensarse que era un poco gótico, pues sus
ademanes no delatan que su condición sea femenina. Las palabras que
dirigía al grupo con el que intentaba juntarse no debían ser agradables, porque
se notaba un cierto rechazo mezclado con indiferencia por parte de ellos. Era
como si quisiera acercarse pero al mismo tiempo previera de antemano la reacción negativa y estuviera a la defensiva.
Este año sus uñas oscuras han crecido definitivamente, y los dedos,
muy largos y delgados, hacen que sus manos sean las de una mujer. Lleva una
gargantilla al cuello, medio tapada por la ropa, y su voz se ha vuelto grave pero con un tono suave y muy agradable. Hace pocos días le vi con una camiseta negra que por delante tenía la cara y el nombre del siniestro Marilyn Manson, y por detrás, cerca de la nuca, ponía "Marilyn man". Cada vez es más frecuente que las camisetas lleven mensajes que aluden o te identifican con todo tipo de cosas. Charlaba con mucha más seguridad con los compañeros, como si le importara poco lo que pudieran pensar de él. Alguno hacía gestos de burla a sus espaldas, pero los demás no le hacían caso.
De todas maneras el que pretenda distinguirse, sea de la manera que sea, tiene un via crucis en su vida por recorrer, y es algo que genera una soledad enorme: sentirse incomprendido
y nunca aceptado es una sensación devastadora. El bicho raro, el inadaptado, el
que va provocando, queriendo parecer diferente o escandalizar, esas son las etiquetas habituales.
Pero desde luego no hay por qué esconderse, nada de qué avergonzarse. Cierto que es fácil
decirlo cuando se ve el problema desde fuera. La sociedad en general, y sobre
todo la española, continúa estando llena de prejuicios ancestrales, que se
siguen inculcando a las nuevas generaciones, como una lacra que nunca se
extingue. No sé qué será de este chico el día de mañana, pero desde luego
espero que, como todos los que estén en su caso, puedan encontrar su identidad
y si ya la han encontrado puedan ser ellos mismos sin cortapisas, como todo el
mundo, porque formar parte de una minoría no significa que uno tenga que estar
defenestrado. Somos personas, no cifras, ni estadísticas, ni probabilidades, y
todos tenemos cabida en este mundo. Quién es nadie para erigirse en la mayoría dominante, el único modelo a seguir, o quién para atreverse a juzgar.
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