- No he visto nunca caer una nevada como la que está cayendo hoy en Madrid. Qué extraño se vuelve el paisaje de repente, pero qué bonito. En las calles la nieve marca los contornos de las cosas y se perciben objetos en los que nunca antes se había reparado. Es como si fuera una postal. En los espacios abiertos, en cambio, la blancura hace que las cosas pierdan su contorno, los espacios se vuelven infinitos. Lo malo es que no se puede ir contemplando tanta belleza con tranquilidad porque hay que ir mirando dónde ponemos los pies, pues el calzado que normalmente usamos no está preparado para estas eventualidades y no se hace otra cosa que patinar. Se supone que ésto pega más en Navidad. Y es que nunca nieva a gusto de todos.
- Aunque para mí la Navidad empieza antes y termina más tarde de lo que los calendarios señalan. De hecho, aún no he quitado los adornos en casa. Antes recuerdo que los crismas que familiares y amigos enviaban formaban parte de la decoración navideña. Ahora se ha perdido casi el gusto y la costumbre de felicitar las Pascuas de esa manera. Los mensajes de los móviles y los correos electrónicos han acabado con todo eso. De jovencitas a mi hermana y a mí nos gustaba ir a una papelería que había junto a la Puerta del Sol, “Bargueño”, en la que por estas fechas se exhibían pegados a las paredes de un pasillo que tenían al fondo crismas de todas clases hechos con un gusto exquisito. Algunos eran verdaderas obras de arte. Ya no los he vuelto a ver así, y los que se prodigan ahora son más impersonales, más ostentosos, hay muchos colores chillones y demasiados dorados. Recuerdo también los juegos de escritorio tan elegantes y el papel de regalo tan bonito que se vendían allí. Ir a comprar crismas a aquel lugar tenía siempre algo de mágico, pero tras casi siglo y medio abierta, pues era una de las más antiguas de Madrid, la papelería tuvo que cerrar y en su lugar pusieron una boutique con una ropa estrafalaria y horrible. Me gustaría encontrar otro sitio parecido en el que hubiera crismas como aquellos, aunque ahora sería para coleccionarlos.
- Cómo me hacen reír los pingüinos de la primera parte de “Madagascar”, son un encanto. Es divertidísimo verlos hablando entre sí como si fueran unos mafiosos, con el jefe que se dedica a abofetear a todo el que se ponga por delante, y cómo se adueñan del barco. Cuánta personalidad en unos cuerpos tan pequeños. Cuando llegan a la playa y sacan la crema bronceadora es que me parto. Y cuando regresan al Polo se acuerdan de lo bien que se estaba donde hace calor y no se lo piensan ni dos segundos, regresan al clima cálido (el frío para otros).
Ahora han sacado unos cortos de animación de Pixar que no tienen desperdicio por su originalidad y su humor tan sarcástico. Dicen que los dibujos animados son cosa de niños pero no es verdad: cuando están tan bien hechos y tienen tanto ingenio, son para todos.
- El otro día, cuando salía en televisión el nuevo anuncio de Bacardí con el mojito, en el que aparecen unas espléndidas escenas a cámara lenta de gente con maravillosos cuerpos moviendo la cadera con ritmos tropicales, no se le ocurre otra cosa a mi hijo que decir: “¡Menudas jamelgas!. Quién pudiera arrimar ahí la cebolleta”. ¡Pero si sólo tiene 13 años!. Me hace gracia y me sorprende, está cambiando tan deprisa que no me da tiempo a acostumbrarme.
- Aunque para mí la Navidad empieza antes y termina más tarde de lo que los calendarios señalan. De hecho, aún no he quitado los adornos en casa. Antes recuerdo que los crismas que familiares y amigos enviaban formaban parte de la decoración navideña. Ahora se ha perdido casi el gusto y la costumbre de felicitar las Pascuas de esa manera. Los mensajes de los móviles y los correos electrónicos han acabado con todo eso. De jovencitas a mi hermana y a mí nos gustaba ir a una papelería que había junto a la Puerta del Sol, “Bargueño”, en la que por estas fechas se exhibían pegados a las paredes de un pasillo que tenían al fondo crismas de todas clases hechos con un gusto exquisito. Algunos eran verdaderas obras de arte. Ya no los he vuelto a ver así, y los que se prodigan ahora son más impersonales, más ostentosos, hay muchos colores chillones y demasiados dorados. Recuerdo también los juegos de escritorio tan elegantes y el papel de regalo tan bonito que se vendían allí. Ir a comprar crismas a aquel lugar tenía siempre algo de mágico, pero tras casi siglo y medio abierta, pues era una de las más antiguas de Madrid, la papelería tuvo que cerrar y en su lugar pusieron una boutique con una ropa estrafalaria y horrible. Me gustaría encontrar otro sitio parecido en el que hubiera crismas como aquellos, aunque ahora sería para coleccionarlos.
- Cómo me hacen reír los pingüinos de la primera parte de “Madagascar”, son un encanto. Es divertidísimo verlos hablando entre sí como si fueran unos mafiosos, con el jefe que se dedica a abofetear a todo el que se ponga por delante, y cómo se adueñan del barco. Cuánta personalidad en unos cuerpos tan pequeños. Cuando llegan a la playa y sacan la crema bronceadora es que me parto. Y cuando regresan al Polo se acuerdan de lo bien que se estaba donde hace calor y no se lo piensan ni dos segundos, regresan al clima cálido (el frío para otros).
Ahora han sacado unos cortos de animación de Pixar que no tienen desperdicio por su originalidad y su humor tan sarcástico. Dicen que los dibujos animados son cosa de niños pero no es verdad: cuando están tan bien hechos y tienen tanto ingenio, son para todos.
- El otro día, cuando salía en televisión el nuevo anuncio de Bacardí con el mojito, en el que aparecen unas espléndidas escenas a cámara lenta de gente con maravillosos cuerpos moviendo la cadera con ritmos tropicales, no se le ocurre otra cosa a mi hijo que decir: “¡Menudas jamelgas!. Quién pudiera arrimar ahí la cebolleta”. ¡Pero si sólo tiene 13 años!. Me hace gracia y me sorprende, está cambiando tan deprisa que no me da tiempo a acostumbrarme.
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