miércoles, 21 de enero de 2009

Los niños de la Casa Blanca




Cuando pensamos en los habitantes de la Casa Blanca todos nos imaginamos al presidente, figura preeminente donde las haya de la actividad política internacional, pero no nos paramos a pensar en todos los niños que, por la ocupación de sus padres, han tenido que vivir y viven en ese lugar. Las anécdotas que han protagonizado a lo largo de décadas son incontables, y algunas tienen mucha enjundia.
Ya en los tiempos de Lincoln, su hijo Thomas asustaba a cualquiera que llegara haciendo sonar simultáneamente todos los timbres de la casa. Le gustaba disfrazarse de soldado y abrir fuego contra el gabinete presidencial con un cañón de juguete. También solía montar en un par de cabras que le había regalado su padre y dar con ellas vueltas alrededor de la casa en presencia de dignatarios, nobles y otros ilustres invitados.
Con Theodore Roosevelt la situación llegó a su máximo límite: tuvo que ordenar la construcción del Ala Oeste por el bullicio insoportable que hacían sus seis hijos. Éstos solían lanzarles a los mandatarios extranjeros globos llenos de agua y dejaban suelta una serpiente que tenían como mascota en el comedor oficial de la residencia. Constantemente hacían rabiar al personal de servicio paseando a su pony en el ascensor, usando los muebles como trampolines y deslizándose por las escaleras en bandejas. Roosevelt, a propósito de uno de sus hijos, llegó a decir: “Sólo puedo hacer una cosa, o ser presidente de EEUU o controlar a mi hija Alice”.
Algunos presidentes se tomaron muy a pecho el que la prensa pudiera hacer alguna crítica o burla de sus vástagos. Así pasó que Truman, cuando un columnista escribió que su hija Margaret no tenía ninguna cualidad para cantar, le envió una nota en la que le amenazó con “ponerte la nariz llena de sangre” si se le ocurría volver a escribir mal de la “primera niña”.
Otros corrieron peor suerte, como los hijos del presidente John Adams, George y John, que murieron jóvenes alcoholizados por la frustración de no poder cumplir las expectativas que su padre tenía para ellos.
Los hijos de John Kennedy llegaron a muy temprana edad a la Casa Blanca y fueron pronto el blanco preferido de los fotógrafos por su naturalidad y su fotogenia. La imagen del pequeño John escondido bajo la mesa de su padre en el Despacho Oval mientras éste trabajaba dio la vuelta al mundo. Su hermana Caroline cursó el primer grado con diez de sus amigos en un salón del tercer piso, pues su madre temió siempre por su seguridad. Actualmente parece querer dedicarse a la política desde que conoció al actual presidente cuando aún era casi un desconocido para la inmensa mayoría. Su madre ya le advirtió hace muchos años: “En política no puedes ir con zapatos de tacón. Todo es barro y zancadillas”.
La hija de Jimmy Carter, Amy, representó a los 9 años, edad que tenía cuando llegó a la Casa Blanca, la imagen viva del desvalimiento por su fragilidad y su profunda timidez. Solía llevarse su libro favorito a alguna cena de Estado, posiblemente para paliar el aburrimiento.
La hija de Ford, Susan, llegó a escaparse por las calles de la capital burlando la seguridad. Era una chica emprendedora y vital que no se conformaba con el sistema de vida establecido para ella. Años después se casó con uno de sus guardaespaldas.
Los hijos de Ronald Reagan dieron mucho que hablar. Pat estuvo vetada en ocasiones en la Casa Blanca debido a la mala relación con su madre por sus problemas de drogodependencia. Su hermano Ron, dedicado al mundo del ballet pese a la oposición paterna, fue seguido por el Servicio Secreto porque su padre no se fiaba de la clase de relación que tenía con sus amigos, de los que se decía eran homosexuales.
A los 13 años la hija de Bill Clinton, Chelsea, vió su imagen ridiculizada en el programa Saturday Night Life, uno de los de mayor audiencia del país, debido a su por entonces poco agraciada apariencia física. No menores fueron las burlas en el instituto cuando tuvo lugar el escándalo Levinsky. Sin embargo, a pesar de todo, últimamente parece tener deseos de seguir la carrera política de sus padres.
Las hijas gemelas del anterior presidente dieron la campanada en alguna ocasión. Jenna Bush fue detenida por beber alcohol sin tener la edad y por falsificar una identificación para conseguirlo. Dicen que le rogaron encarecidamente a su padre que no se volviera a presentar para una reelección.
Las actuales inquilinas, Maia y Sasha, tendrán que ver cómo sus amiguitos pasan inspecciones exhaustivas antes de entrar a jugar con ellas, o cómo sus guardaespaldas seguirán sus pasos día y noche. Son niñas que para la edad que tienen ya muestran una rara seguridad, como si fueran expertas en cuestión de imagen y desenvolvimiento ante el público. La mayor ya marca tendencias de moda. Dicen sus padres que procurarán que sus vidas se vean alteradas lo menos posible.
Así son los niños y adolescentes que han habitado y habitan la residencia oficial del presidente que mayor poder e influencia tiene a nivel mundial. Sus vidas habrán tenido que pasar por una fase azarosa mientras estuvieron allí, y algunos sí que lo pudieron solventar bien y otros no. Encuentro que es algo cruel someter a unos niños a una prueba así, siempre en el ojo del huracán, con sus vidas amenazadas y sufriendo las consecuencias de los errores que sus padres puedan cometer en el ejercicio de su mandato. Quién ha dicho que es fácil ser hijo de un presidente.

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