- Ana hizo un crisma como trabajo de clase que ha resultado ser muy original e imaginativo: ha dibujado una parte del salón de casa, donde están las puertas de su dormitorio y el mío, y a través de ellas, que están abiertas, se nos ve a nosotras dormidas cada una en su cama, soñando con un regalo. En medio de las puertas está el árbol de Navidad y delante de él se acaban de encontrar frente a frente los Reyes Magos y Papá Noel, que se miran con cara de desconcierto, y de cada uno de ellos sale un interrogante. Es un claro conflicto de competencias que parece no tener mucha solución y que acabará cuando se termine imponiendo más una tradición que la otra, aunque por desgracia es bastante probable que no sea la nuestra. Reflejar esta disyuntiva en un crisma no deja de tener su enjundia.
- Pero para imaginación la que le echa la gente a lo que hemos conocido tradicionalmente como belén navideño. El otro día, yendo con unas amigas, ví uno en una sede de la ONCE, que era enorme y al que no le faltaba de nada, pero tenía un par de curiosidades: una especie de oasis con su palmera y un platillo plateado a modo de estanque para que la gente echara dinero, y un pequeño kiosco con diminutos cupones y una cola de compradores delante formada con algunos de los habitantes del belén, ataviados con las típicas ropas árabes, y que hacía honor al lugar en el que estaba. Ver cosas modernas en otras que son antiguas es chocante pero también divertido.
- A mi hijo, que suele ser muy lógico y racional, le ha dado por pensar en la injusta condición que arrastra el género femenino desde siempre. Él no entiende por qué se nos diferencia del género masculino en cuanto a derechos, aunque supone que el origen de todo esto está en la posesión de la fuerza física. El pobre quiso encontrar una solución a este problema, y vió que la única forma de hacernos valer las mujeres es, cómo no, ejerciendo también nosotras fuerza física. “¿Tendríais que hacer una guerra, no?”, me preguntó. Es lamentable que hasta un niño crea que las cosas en el mundo sólo se pueden conseguir imponiéndose y con violencia. O quizá crea que los de su género sólo son capaces de solventar diferencias de esta manera. “¿Cómo es que en tantísimos siglos no lo hayáis intentado alguna vez?”, me dijo. No sé si sabrá la historia de las amazonas, pero esa tampoco es solución, porque sería emular la actitud de los hombres con respecto a nosotras y, desde luego, no vamos a caer en el mismo error.
Las mujeres no queremos competir, son los hombres los que no quieren renunciar a su hegemonía, son ellos los que no quieren perder el monopolio que tienen sobre casi todas las cosas de la vida. Sigue siendo en el siglo XXI todo un hándicap nacer mujer.
- Pero para imaginación la que le echa la gente a lo que hemos conocido tradicionalmente como belén navideño. El otro día, yendo con unas amigas, ví uno en una sede de la ONCE, que era enorme y al que no le faltaba de nada, pero tenía un par de curiosidades: una especie de oasis con su palmera y un platillo plateado a modo de estanque para que la gente echara dinero, y un pequeño kiosco con diminutos cupones y una cola de compradores delante formada con algunos de los habitantes del belén, ataviados con las típicas ropas árabes, y que hacía honor al lugar en el que estaba. Ver cosas modernas en otras que son antiguas es chocante pero también divertido.
- A mi hijo, que suele ser muy lógico y racional, le ha dado por pensar en la injusta condición que arrastra el género femenino desde siempre. Él no entiende por qué se nos diferencia del género masculino en cuanto a derechos, aunque supone que el origen de todo esto está en la posesión de la fuerza física. El pobre quiso encontrar una solución a este problema, y vió que la única forma de hacernos valer las mujeres es, cómo no, ejerciendo también nosotras fuerza física. “¿Tendríais que hacer una guerra, no?”, me preguntó. Es lamentable que hasta un niño crea que las cosas en el mundo sólo se pueden conseguir imponiéndose y con violencia. O quizá crea que los de su género sólo son capaces de solventar diferencias de esta manera. “¿Cómo es que en tantísimos siglos no lo hayáis intentado alguna vez?”, me dijo. No sé si sabrá la historia de las amazonas, pero esa tampoco es solución, porque sería emular la actitud de los hombres con respecto a nosotras y, desde luego, no vamos a caer en el mismo error.
Las mujeres no queremos competir, son los hombres los que no quieren renunciar a su hegemonía, son ellos los que no quieren perder el monopolio que tienen sobre casi todas las cosas de la vida. Sigue siendo en el siglo XXI todo un hándicap nacer mujer.
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