viernes, 16 de enero de 2009

La violencia


La gama de delitos relacionados con la violencia en todas sus formas no deja de crecer, pero siempre es mayor cuando las víctimas son mujeres y niños. Al tratarse de una cuestión de fuerza física, es el hombre por sus características genéticas el generador principal de toda esta barbarie, aunque últimamente también podría pensarse que ésto sucede por sus características psíquicas.
Parece claro que el origen de la violencia está en el afán de dominación. Muchas veces el que abusa de una mujer o de un niño no lo hace movido por un impulso sexual incontrolable, sino por el placer que siente viendo sufrir a otra persona y por la supuesta sensación de poder que ello parece producirle, ya que por un momento es dueño del destino de su víctima y hasta puede decidir sobre su vida y su muerte. Por eso la castración química, que en su día se propuso para todos aquellos que cometían este tipo de delitos y declararon que querían someterse a este tratamiento porque no podían seguir viviendo así, no sirve para nada cuando el problema no está en la apetencia sexual sino en la mente perturbada del agresor, que sigue impulsos mucho más oscuros y complejos.
Cuando un hombre ejerce la violencia, sea del tipo que sea, se convierte en un animal, o peor aún, en un monstruo, en un ser sin capacidad de raciocinio, cegado por la ira, sus fobias y sus frustraciones. Si es incapaz siquiera de respetar una orden de alejamiento, por ejemplo, en los casos de conflictos de pareja, y acosa a la mujer hasta la muerte, qué podemos pensar, no tiene sentido.
Nunca he entendido por qué el hombre necesita sentir que domina. ¿Qué necesidad tiene de controlar, de someter, de aplastar?. ¿Tiene eso algo que ver con la virilidad?. ¿Es que aún sigue creyendo que ésta radica en el liderato, en la superioridad sobre el resto del mundo, en la prepotencia?. Es tan absurdo como cuando se decía que un hombre es muy viril cuanto más musculoso, fuerte y peludo pareciera. Precisamente la estética homosexual pasa por dar esa imagen, muy excitante para los sentidos, pero que en la práctica nada tiene que ver con la virilidad en cuestión. Lo mismo que un hombre no lo es menos porque su pene sea pequeño, tenga impotencia o sea estéril.
En realidad no hacemos sino repetir las pautas de comportamiento propias del mundo animal: el macho es el que manda, sale a cazar y defiende su territorio y a las hembras frente a otros machos. Sólo que se supone que hace tiempo nos desmarcamos del ser humano prehistórico y adoptamos otro tipo de comportamientos más “racionales”. Los que dicen que el no seguir los parámetros establecidos desde el comienzo de los tiempos es ir contra la Naturaleza están defendiendo una aberración. Ahora ya no es sólo el macho el que sale de casa para conseguir el sustento de la familia. Si las mujeres tenemos que hacer cosas que antes estaban reservadas exclusivamente a los hombres, éstos también tienen que hacer las que se nos habían encomendado a nosotras: cuidar de los hijos y del hogar. No creo que sea tan difícil entender ésto, es algo bien sencillo: repartir. Pero el que ha gozado de privilegios durante tanto tiempo le es difícil compartir. Lo que me parece increíble es que hayan tenido que pasar tantos siglos hasta que pudimos llegar a esta conclusión tan lógica y tan simple.
El hombre debe expresar sus emociones abiertamente sin considerársele un pusilánime o un afeminado. No es más viril el que más consigue contenerse, la virilidad consiste en otro tipo de cosas. En el diccionario dice que es ser esforzado, valeroso y firme, entendiendo ésto último como constante. La incapacidad o la imposibilidad para mostrar los estados de ánimo es más bien una cuestión de salud mental, una aceptación de las propias necesidades y debilidades, que no son cosas vergonzosas sino perfectamente humanas. Desarrollar nuestras cualidades como persona y mostrarlas a nosotros mismos y a los demás en el normal desenvolvimiento cotidiano nos hace más hombres y más mujeres, más personas.
Se tiene que acabar la violencia sobre mujeres y niños, y sobre nuestros mayores. Parece que nuestra menor fuerza física nos convierte en un grupo social marginado. Se tienen que terminar las discriminaciones, debe empezar a cundir el respeto. No sé dónde está a veces esa mente tan “racional” que se supone hemos alcanzado tras siglos de evolución. El “homo sapiens” es con frecuencia más un “homo insipiens”.
Al intentar demostrar continuamente lo fuerte que es y lo mucho que vale, el hombre está poniendo al descubierto esa debilidad de la que tanto abomina. La fuerza y la valía están en la razón, en los sentimientos, en las palabras, en las acciones llevadas a cabo con nobleza de corazón.
Hay que poner fin a este clima de violencia y desconfianza entre los géneros. Es absurdo, no tiene sentido.
Recapacitemos, todos saldremos ganando. Ahora lo único que hacemos es salir perdiendo.

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