Volviendo a ver “El síndrome de China”, compruebo que el tema de los peligros que la radiactividad entraña sigue estando desgraciadamente de rabiosa actualidad, da igual el tiempo que pase. El drama sufrido por el protagonista en su intento de paralizar la central nuclear en la que trabajaba, debido a fallos en su funcionamiento que los responsables se negaban a admitir por el coste económico que ello suponía, es una voz de alarma contra la ligereza con la que se trata el uso de este tipo de energía. Después de conocer sus efectos devastadores por dramáticas experiencias del pasado, aún sigue proliferando su uso por doquier.
La voz de alarma y denuncia que lanza el protagonista de esta película debería ser escuchada por los gobiernos de todo el mundo. Tras lo que sucedió en Chernóbil hace casi 23 años cualquier precaución que se tome es poca. En aquella ocasión se produjo un incidente de categoría nivel 7, el más alto que existe, mientras se realizaba un ensayo y debido a una sucesión de fallos humanos. Como consecuencia de aquello fue liberado material radiactivo 500 veces superior al de la bomba de Hiroshima, en forma de una gigantesca nube tóxica que provocó un estado de alerta internacional en los países de Europa septentrional y central. La ciudad de Chernóbil, que está a 14,5 kms. de la central, fue abandonada. En total se evacuaron 135 mil personas que vivían en poblaciones cercanas.
Al principio los 4 kms. de bosque de pino situado en las inmediaciones se volvió marrón y se secó. Muchos animales murieron y los que quedaron dejaron de reproducirse. La causa común de muerte fue la desintegración de sus glándulas tiroideas. Las víctimas humanas también fallecieron a consecuencia de cáncer de tiroides en su mayoría. Aún hoy podemos ver en aquella zona árboles atrofiados y deformes. Las personas que nacieron tras aquella catástrofe sufrieron malformaciones y enfermedades, y la esperanza de vida de aquellos a los que les afectó la radiación de forma más directa se acortó considerablemente. Tardaron 14 años en cerrar la central definitivamente, cuando se construyó un sarcófago en torno al reactor.
En las zonas que quedaron despobladas prolifera ahora la vegetación salvaje y especies de animales que hacía mucho tiempo no se veían, y parecen no sufrir los efectos nocivos que la nube radiactiva provocó en su momento.
Cinco millones de personas viven actualmente en zonas que aún están contaminadas.
La eliminación de los residuos radiactivos ha supuesto siempre un gran problema. Antes de 1983 se vertían al mar, pero después esta práctica fue prohibida por su peligrosidad y desde entonces se procede a su almacenamiento subterráneo o en superficie (usado en España), en zonas geológicamente estables e impermeables. Hay 3 niveles de contaminación.
En nuestro país el caso más reciente fue en 1988 con el cierre de la central nuclear de Almaraz debido también a una fuga radiactiva. Yo estuve visitándola con una excursión el último año del colegio, y en ningún momento me sentí segura estando allí.
Aunque la secuela más frecuente del abuso de esta energía son las lluvias radiactivas, procedentes principalmente de las pruebas nucleares.
En nuestra vida diaria estamos sometidos a radiaciones que, por su baja intensidad, se supone que no son malas para la salud: microondas, secadores de pelo, móviles, pantallas de televisión y ordenador, pararrayos, etc.
La parodia que se hace en los Simpson sobre este tema no tiene desperdicio, y es una ácida crítica social a la ignorancia, la estupidez y el afán autodestructivo que parecemos tener los seres humanos.
Hay muchas energías alternativas a la energía nuclear que son limpias y renovables, entendiendo ésto último como aquellas que se producen de forma continua, que son inagotables y respetan el medio ambiente, y aquella debería quedar relegada únicamente al ámbito de la Medicina.
Dicen que de las muchas formas como estamos destruyendo nuestro planeta, la que seguramente acabará con el mundo conocido será la energía nuclear, arma que utilizan los gobiernos como instrumento de poder.
Lo malo no es que estén jugando con fuego, si no que están jugando con la vida de todos nosotros.
La voz de alarma y denuncia que lanza el protagonista de esta película debería ser escuchada por los gobiernos de todo el mundo. Tras lo que sucedió en Chernóbil hace casi 23 años cualquier precaución que se tome es poca. En aquella ocasión se produjo un incidente de categoría nivel 7, el más alto que existe, mientras se realizaba un ensayo y debido a una sucesión de fallos humanos. Como consecuencia de aquello fue liberado material radiactivo 500 veces superior al de la bomba de Hiroshima, en forma de una gigantesca nube tóxica que provocó un estado de alerta internacional en los países de Europa septentrional y central. La ciudad de Chernóbil, que está a 14,5 kms. de la central, fue abandonada. En total se evacuaron 135 mil personas que vivían en poblaciones cercanas.
Al principio los 4 kms. de bosque de pino situado en las inmediaciones se volvió marrón y se secó. Muchos animales murieron y los que quedaron dejaron de reproducirse. La causa común de muerte fue la desintegración de sus glándulas tiroideas. Las víctimas humanas también fallecieron a consecuencia de cáncer de tiroides en su mayoría. Aún hoy podemos ver en aquella zona árboles atrofiados y deformes. Las personas que nacieron tras aquella catástrofe sufrieron malformaciones y enfermedades, y la esperanza de vida de aquellos a los que les afectó la radiación de forma más directa se acortó considerablemente. Tardaron 14 años en cerrar la central definitivamente, cuando se construyó un sarcófago en torno al reactor.
En las zonas que quedaron despobladas prolifera ahora la vegetación salvaje y especies de animales que hacía mucho tiempo no se veían, y parecen no sufrir los efectos nocivos que la nube radiactiva provocó en su momento.
Cinco millones de personas viven actualmente en zonas que aún están contaminadas.
La eliminación de los residuos radiactivos ha supuesto siempre un gran problema. Antes de 1983 se vertían al mar, pero después esta práctica fue prohibida por su peligrosidad y desde entonces se procede a su almacenamiento subterráneo o en superficie (usado en España), en zonas geológicamente estables e impermeables. Hay 3 niveles de contaminación.
En nuestro país el caso más reciente fue en 1988 con el cierre de la central nuclear de Almaraz debido también a una fuga radiactiva. Yo estuve visitándola con una excursión el último año del colegio, y en ningún momento me sentí segura estando allí.
Aunque la secuela más frecuente del abuso de esta energía son las lluvias radiactivas, procedentes principalmente de las pruebas nucleares.
En nuestra vida diaria estamos sometidos a radiaciones que, por su baja intensidad, se supone que no son malas para la salud: microondas, secadores de pelo, móviles, pantallas de televisión y ordenador, pararrayos, etc.
La parodia que se hace en los Simpson sobre este tema no tiene desperdicio, y es una ácida crítica social a la ignorancia, la estupidez y el afán autodestructivo que parecemos tener los seres humanos.
Hay muchas energías alternativas a la energía nuclear que son limpias y renovables, entendiendo ésto último como aquellas que se producen de forma continua, que son inagotables y respetan el medio ambiente, y aquella debería quedar relegada únicamente al ámbito de la Medicina.
Dicen que de las muchas formas como estamos destruyendo nuestro planeta, la que seguramente acabará con el mundo conocido será la energía nuclear, arma que utilizan los gobiernos como instrumento de poder.
Lo malo no es que estén jugando con fuego, si no que están jugando con la vida de todos nosotros.
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