viernes, 23 de enero de 2009

En honor a la verdad (XIV)


- Hay que ver los niños cómo interpretan la realidad a su manera. Hace poco mis hijos se pusieron a jugar a médicos y enfermos. Primero Miguel Ángel se hizo pasar por un endocrino de una clínica de estética, que recibía con muchas reverencias a su paciente, Ana. Ella se había puesto un cojín debajo de la ropa para parecer muy gordita y él la hizo tumbarse para someterla a todo tipo de exploraciones: la auscultaba, le presionaba el vientre y le puso alfileres, aprovechando que con el cojín no la pinchaba. “Acupuntura para adelgazar”, dijo. Creo que no tenía que haberlos llevado a esos sitios a los que iba para intentar mejorar mi silueta, cuando eran más pequeños, vaya cosas aprenden luego. Para despedirla, y después de garabatear unas cosas en un papel con letra de médico, le obsequió con un tarro lleno de la grasa que le había extraído, a modo de recuerdo. Esto es como a la gente que se opera de apendicitis y luego le dan un frasquito con el apéndice. Yo no querría nunca algo así, qué asco.
Luego le tocó a Ana ser la endocrina. Las exploraciones fueron más exhaustivas, porque incluía revisión capilar, golpecitos en las rodillas con una regla blanda para comprobar los reflejos, inyecciones y extracciones hechas con un bolígrafo. El paciente no paraba de hacer ruidos y gestos extraños, por lo que la doctora concluyó, tras garabatear también en un papel cosas ilegibles, que quizá más que un endocrino lo que necesitaba era un psicólogo.
No sé si yo fuera la paciente si me pondría en sus manos. A lo mejor sí.

- Me encanta Clint Eastwood en su faceta de director de cine. Si como actor resulta bastante aceptable, pese a gustarle quizá en exceso interpretar papeles violentos, cuando dirige es un remanso de paz y armonía. En un reportaje que vi sobre el rodaje de su última película, se le ve al frente de un montón de gente, su equipo habitual desde hace muchos años, controlando la situación perfectamente sin las estridencias propias de la mayoría de los directores, creando un buen ambiente y permitiéndose el lujo de gastar bromas sin cesar, para relajar al personal. Dicen que si algo le preocupa nunca se le llega a notar. Es un veterano en la materia, alguien que ofrece mucha confianza y se interesa más por cómo se siente la gente antes que por la consecución de los fines que se ha propuesto, porque sabe que si algo en su equipo va mal el resultado final tampoco será bueno. Esta fluidez le permite rodar deprisa sin apenas tener que repetir tomas. Sabe muy bien lo que quiere y cómo lo quiere, está todo en su cabeza antes de empezar, no quiere que haya lugar a equivocaciones ni errores de interpretación: lo que salga de todo este complejo trabajo tiene que ser lo que él tenía pensado y no ninguna otra cosa.
A pesar de sus éxitos y de su indudable atractivo físico pese a los años, Clint Eastwood no va de divo y es una persona que disfruta mucho con su trabajo. Además compone las bandas sonoras de sus films.
La imagen que nos ha dado siempre con sus papeles es la de un hombre duro, implacable y algo salvaje, pero se ve que su verdadera personalidad es opuesta a todo ésto, la de alguien que tiene una profunda sensibilidad, muy sentimental, con una capacidad fuera de lo común para captar los pensamientos y el estado de ánimo de todo el mundo. De cada situación y cada persona extrae lo que le interesa o le ha llamado la atención y lo convierte en película. Sus historias tienen un trasfondo dramático y muy humano al mismo tiempo. Aún tiene mucho que decir.

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