miércoles, 25 de noviembre de 2009

El pijama de rayas


Pensaba yo que “El niño con el pijama de rayas” tendría escenas más truculentas, pero no ha sido así. Las del final de la película, eso sí, no me sentí capaz de verlas.
La primera vez que oí hablar del libro, antes de que hicieran la película, fue hace dos años, cuando el profesor que venía a casa a darle clases a mi hijo me habló de él, pues lo tenían como lectura obligada en el instituto en el que también ejercía la docencia. Ya entonces me impresionó la historia.
En realidad se trata de un relato sencillo: la visión que un niño de ocho años, hijo de un oficial nazi, tiene del ambiente antisemita que se empieza a extender a su alrededor en la Alemania de la 2ª Guerra Mundial. No sabe lo que es un campo de concentración, ni que sea malo ser judío, ni a qué se dedica realmente su padre. No entiende nada de lo que pretenden inculcarle, y como es un niño observador e inteligente, compara la realidad con aquello que quieren hacerle creer y ve que ambas cosas no se corresponden.
El niño judío encerrado en el campo de exterminio y con el que trabará una bonita amistad, a pesar de las circunstancias, y su trato con el asistente de la casa, un prisionero ya mayor que es un buen hombre, serán los únicos momentos de verdadera compañía que tenga.
Es terrible y doloroso el contraste entre el niño alemán, limpio, bien vestido, cuidado y alimentado, y el estado en el que se encuentra el niño judío, sucio, desnutrido, asustado. Y sin embargo parecen compartir un mundo aparte, un lugar que es ajeno a todo lo que les rodea, donde no existen las desigualdades sociales, ni la xenofobia, ni ninguna de las miserias que asolan a la Humanidad, y más en esa época que les ha tocado vivir. Son sólo dos niños que comparten su asombro por la crudeza sólo apenas atisbada de la situación en la que se encuentran, y que lo único que quieren es jugar.
La suya es una curiosa relación que tiene lugar a través de una alambrada, porque les ha tocado vivir dos realidades muy distintas. Pero cuando el niño alemán se pone también el pijama de rayas no parecen tan diferentes.
Nunca antes había visto en una película la llegada de un grupo de judíos en el campo de exterminio hasta las mismas puertas de las cámaras de gas: las voces asustadas, los empujones, las prisas, la confusión. Cómo les hacen desnudarse y les engañan para que pasen a su destino final sin oponer resistencia. Los niños metidos en medio del revuelo, sin saber lo que va a suceder.
Es curioso que por el hecho de ponerse una determinada ropa la vida de las personas puede cambiar radicalmente. La ropa es a veces un símbolo que representa el prejuicio, la etiqueta, la vejación.
La confusión creada pone al descubierto lo absurdo del sistema: cualquiera puede pasar por algo que no es y sufrir el mismo destino, injusto y cruel en cualquier caso.
Cuando leí “El pianista”, otro gran libro sobre el exterminio judío, su autor resaltaba el absurdo de unos hechos como los que tuvieron lugar con Hitler: de la noche a la mañana el vecino que se relacionaba contigo amistosamente, el tendero que te vendía sus mercancías como lo había hecho siempre, el trabajo al que acudías sin mayor problema, de repente se convertían en enemigos por el hecho de ser tú judío, y secundaba las barbaridades que tuvieron lugar no tanto por temor a las represalias como por auténtico fanatismo. Sin duda el odio antisemita no era un sentimiento que surgiera de un día para otro, estaba ya latente a través de siglos de Historia, y sólo faltó que prendiera por el fuego provocado por un loco para que saltase el polvorín.
Es increíble la facilidad con la que se extienden los comportamientos irracionales. Basta con que una persona tenga el suficiente carisma como para convertirse en líder y que el resto del mundo le siga ciegamente. Somos gregarios. Por desgracia los líderes con ideas constructivas y racionales son los menos, parece que la maldad engancha más.
Es hermosa la historia de estos dos niños que vivieron al margen de las miserias ajenas, conservando su bondad y su inocencia pese a todo.
Me ha conmovido especialmente la interpretación del niño judío en el campo de exterminio, tan desvalido, tan resignado al horror que envuelve su vida, tan ignorante de la verdadera situación en la que se encuentra, todo candor. Inspira una ternura enorme y un gran deseo de protección. Un encanto de criatura. Sencilla y estupenda actuación del pequeño actor.

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