martes, 17 de noviembre de 2009

Las ecuaciones del amor


Cada vez que veo “Una mente maravillosa” me quedo muy impresionada por el caso de John Nash, el brillante matemático que consiguió llevar una vida casi normal y sacar adelante sus investigaciones a pesar de padecer esquizofrenia y paranoia.
Aunque en su vida real todo fue un poco más difícil de lo que nos cuenta la película basada en su biografía, ya que sí estuvo varios años separado de su mujer e ingresó durante varios meses en diversas instituciones psiquiátricas, el sentido que sin embargo se desprende de esta cinta del siempre sorprendente y polifacético Ron Howard es francamente hermoso.
Saber que John Nash sobrevivió gracias a la fuerza que el amor de su mujer le proporcionaba es un ejemplo difícilmente emulable. Aunque su tesón y su extraordinaria inteligencia le hicieron ser capaz de controlar la situación, a base de un increíble entrenamiento y disciplina mental con los que consiguió dejar a un lado sus pánicos y alucinaciones, casi sin medicación ni internamientos prolongados en centros de salud mental, lo cierto es que fue por el apoyo que ella le dio, a pesar de las muchas dudas y temores que lógicamente tuvo, de las muchas ocasiones en que quiso tirar la toalla, por lo que pudieron salir adelante. Sin duda ella era una mujer extraordinaria, con una inteligencia y sensibilidad poco comunes, y aquella mutua atracción que sintieron cuando se conocieron, aquella pasión y aquel amor que surgió entre ellos fue lo bastante fuerte como para superar las muchas dificultades que la vida les depararía después, cuando descubrieron la enfermedad de él.
Cada vez que veo esta película no puedo por más que recordar al que fue mi marido, un hombre que nunca estuvo bien psíquicamente, que ya desde el primer día de casados dio muestras de inestabilidad emocional, fruto en aquella ocasión del stress de la boda, pues es bien sabido que las personas con desequilibrios mentales, sean en el grado que sean, responden mal a las situaciones de tensión y preocupación.
Él ya había dado señales de un comportamiento agresivo esporádico en el corto periodo de tiempo en que fuimos novios. Era una violencia verbal que aparecía por el más mínimo contratiempo. Tras el nacimiento de nuestro primer hijo su hostilidad no hizo sino crecer a lo largo de los años. Tuvimos épocas de bonanza, pero fueron desapareciendo para dar paso cada vez más, sin llegar a entender nunca por qué, a la incomunicación, los continuos reproches y desprecios, las faltas de respeto contra mi dignidad personal y las humillaciones delante de cualquiera que estuviera en ese momento cerca de nosotros.
Yo le decía que tenía que ir al psicólogo, pero como no era inteligente y sí bastante ignorante se lo tomaba como una ofensa personal y decía que era yo la que lo necesitaba. Tan sólo cuando vio que yo ya estaba decidida a separarme de él me dijo que iría, más por temor a lo que se avecinaba que por convicción propia.
Hice un curso de Psicología, en un intento de desentrañar las claves de su trastorno, además de porque me ha interesado siempre el tema. Suele haber un distanciamiento cuando dejas de querer a una persona, pero él no conforme con eso se complacía maltratándome psíquicamente, y alguna vez, ya casi al final, físicamente también, con algún fuerte empujón y algún golpe en el brazo cuando me interponía para que no pegara al niño, que me causó un cardenal. El mayor objeto de su agresividad física fue siempre nuestro hijo, al que tenía muchos celos.
Él se limitaba a repetir las mismas pautas de comportamiento que tenía su padre, al que criticaba por ser como era, sin darse cuenta de que llevaba en sus cromosomas sus mismas taras.
Ahora que la fobia que sentía contra él se ha mitigado con el paso del tiempo y veo las cosas con cierta distancia, siento, pobre de mí, algún remordimiento porque no le dije que sí cuando decidió ir al psicólogo, ya a última hora. Yo no fui como la mujer de John Nash, todo paciencia y amor, me había limitado a aguantar aquella situación durante unos cuantos años hasta que ya no pude más. Él como no consiguió retenerme a su lado, por supuesto nunca llegó a ir a un especialista. Lo teníamos todo para haber sido felices, pero no quiso, y en su lugar se dedicó a destruir sistemáticamente todo lo que habíamos construido.
Nash dijo cuando le estaban entregando el Premio Nobel por sus investigaciones que nada de aquello habría sido posible sin las ecuaciones del amor, porque todo su trabajo como matemático y su vida entera se basaban en el amor que su mujer le había profesado. En mi caso no hubo ecuaciones del amor, sólo vacío y desesperación. Supongo que él me quiso alguna vez pero nunca me amó, ya que las personas con alteraciones psíquicas tienen también trastornado el mundo de las emociones, no creo que sean capaces de amar realmente a nadie jamás. Y supongo que si yo le hubiera amado y no sólo querido habría hecho como la esposa de John Nash, liarme la manta a la cabeza y que fuera lo que Dios quisiera. Si no le amé fue porque nunca me llegó de verdad al corazón, nunca sentí realmente su amor, sólo pasó rozando mi fibra sensible, y él yo creo que lo sabía. Una vez me dijo que él no podía quererme todo lo que yo necesitaba.
Ahora le veo como lo que es en realidad, un hombre enfermo e infeliz que sufre y hace sufrir a los que le rodean. Él era bueno y honesto cuando le conocí, pero luego cambió.
Mi madre se asusta cuando cree que voy a rehacer mi vida con otra persona, cree que tengo imán para los desequilibrados, sobre todo porque la mayoría aparentan una cosa y luego resultan ser otra, son grandes actores, tienen cualidades innatas para la interpretación. A veces pienso que no quedan hombres que estén realmente en sus cabales.
Y sin embargo se me hace muy extraño pensar que yo pueda estar alguna vez íntimamente con otra persona que no sea el que fue mi marido, pues nunca he estado en ese sentido con nadie más que con él, y parece casi como si en cierta forma le perteneciera para siempre.
Es cierto lo que pensaba la esposa de John Nash, que el problema no tiene por qué estar siempre en la mente, hay que tener en cuenta también al corazón.
No hubo ecuaciones del amor para mí, pero admiro al que es capaz de sentir un amor tan profundo como para pasar por alto cualquier dificultad por importante que sea.

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