martes, 3 de noviembre de 2009

Ética profesional


Es muy habitual recibir correos electrónicos a diario con todo tipo de contenidos, pero hay algunos que, en ocasiones, su sola visión te crucifican el día. Y así me ha pasado con uno que me han mandado, un video en el que se veía a una fotógrafa maquillándose frente a un espejo, mientras vienen a su memoria flash back de un episodio reciente, ráfagas terribles de las imágenes de un conflicto bélico que ella cubría con su cámara. Una niña de unos once o doce años corre asustada huyendo de las bombas y los disparos, y en su camino es interceptada por un combatiente árabe que la amenaza con su metralleta, mientras la coge de un brazo para que no pueda escapar. La fotógrafa, al principio indecisa porque no sabe si intervenir para socorrerla, dispara sin cesar para captar el momento. La niña, presa del pánico, se da cuenta en un momento dado de su presencia y se la queda mirando pidiéndole ayuda con la mirada por unos instantes interminables. Ella se detiene en lo que está haciendo y la observa. Como no reacciona de la forma esperada, la niña aparta los ojos y los vuelve hacia aquel hombre. En la escena siguiente se ve a la fotógrafa en una ceremonia en la que le van a entregar un premio por la última fotografía que sacó, que aparece a gran tamaño proyectada sobre una pantalla en el escenario: la niña sentada en el suelo contra un muro con la cabeza ladeada, los ojos abiertos y un tiro en la frente. Parece una muñeca de trapo. Ella sale corriendo cuando ya la han nombrado y el público la aplaude puesto en pie. Cuando llega a su casa se deshace en llanto, desesperada.
De poco sirve lamentarse cuando todo ha sucedido y no se ha puesto remedio en su momento, pero los remordimientos pueden más que cualquier otra cosa. La foto es impactante, magnífica, pero a qué precio fue obtenida.
En Periodismo hay una asignatura, Ética y Deontología Profesional, en la que nos enseñan un código de conducta a seguir que, hoy en día, se saltan a la torera en muchos sectores del mundillo del 4º poder. Siempre me pregunté qué sentirá la persona que saca cierto tipo de fotos, buscando el reconocimiento y el premio, y se limita a ser testigo pasivo de la desgracia y el sufrimiento de los demás. Muchos dirán que en la mayoría de los casos no hay solución, que de nada sirve intervenir.
Me llama mucho la atención el caso de un fotógrafo, Kevin Carter, que fue premio Pulitzer en 1994 por una imagen que dio la vuelta al mundo, en la que se ve a un niño negro en Sudán moribundo, sentado y con la cabeza caída en el suelo, hinchado su vientre por el hambre y la enfermedad, mientras un buitre le observa de cerca dispuesto a darse un festín en breve. De esta foto hace tiempo que sabía, pero lo que desconocía era que un año después de sacarla se había suicidado. Quizá fue el remordimiento, o una tristeza sin límites cuando se es testigo directo de los horrores a que puede llegar el ser humano. Este fotógrafo tiene en su haber multitud de fotos parecidas, en las que aparecen reflejadas todas las miserias por las que tiene que pasar el pueblo africano, todas impresionantes, terribles, como la de un hombre que se está quemando a lo bonzo.
En otros sectores también utilizan este tipo de imágenes para llamar la atención. La casa Benetton se ha hecho tristemente famosa por las fotos que utiliza en su publicidad, rayanas en la inmoralidad para mi gusto. En ellas se ve a una chica en la cama de un hospital, rodeada por sus familiares, que se está muriendo debido a la anorexia, o un primer plano de una anoréxica desnuda, un hombre muriéndose a causa del SIDA o un sacerdote y una monja besándose en la boca. También cuerpos de blancos y negros mezclados, algo que aún sigue escandalizando. Buscan el contraste, lo inesperado, la originalidad, cueste lo que cueste. Nos preguntamos qué tendrán que ver sus colecciones de ropa con todo eso. Quizá sea lo de menos para ellos.
Y esto en lo que se refiere a la etica de las imágenes, que en cuanto a los contenidos ni se sabe a lo que se puede llegar, parece que no hay límites.
Debiéramos estar ya curados de espantos a estas alturas, pero no es así. Yo no por lo menos.

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