domingo, 1 de noviembre de 2009

El arte de amar


“El arte de amar” de Erich Fromm constituye una pequeña iniciación a ese universo en el que todos queremos estar y participar que es el amor. Encontré en el diccionario de la RAE una definición muy bonita y acertada del amor, al que califica como “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. También lo caracteriza como algo que “nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Es por ello que cuando amamos nos vemos transformados, sentimos que nos invade una fuerza que normalmente no nos es consuetudinaria, una pasión, una euforia y una actividad que se manifiestan en todos los ámbitos de nuestra vida y que alimenta nuestro corazón incesantemente. A mí me gusta llamarlo una “dolorosa ilusión”.
Nunca antes de leer este libro hubiera pensado en el hecho de amar como un arte, entendido éste último como una “virtud, disposición y habilidad para hacer algo, manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”. Y también “conjunto de preceptos y reglas para hacer bien algo”.
Yo lo vería como una disposición más que otra cosa, y sí es una visión única del ser humano hacia otra persona que se produce sin buscar beneficio a cambio, pues el que ama realmente se olvida casi de sí mismo y su única preocupación o anhelo se centra en el otro ser, en su bienestar.
El amor, entendido como arte, es cierto que lleva consigo un pequeño universo de normas tendentes a que sea algo fructífero, placentero y reconfortante para el cuerpo y el alma. Si no se siguen puede que derive en fracaso. Parece un poco absurdo intentar encorsetar el amor en unas directrices concretas, cuando es un sentimiento libre que crece y se expande sin control, al margen de convencionalismos y ataduras, pero sí es verdad que como arte que es sigue unas pautas prácticamente inalterables que repetimos instintivamente, casi sin darnos cuenta.
Erich Fromm afirma que “el amor capacita al ser humano para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. Un amor sano y pleno no esclaviza al otro, no lo obliga a nada, lo completa y llena su soledad interior.
Fromm considera que el amor es la única forma de llegar a conocernos a nosotros mismos totalmente. “El acto de amar trasciende el pensamiento, las palabras. Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión (…) Tengo que conocer a la otra persona y a mí mismo objetivamente para poder ver su realidad, o más bien para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo conociendo objetivamente a un ser humano puedo conocerlo en su esencia última, en el acto de amar”.
También cree que “el amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter”. Amar a otro ser no es aislarse del mundo, al contrario: el amor nos desborda de tal manera que se contagia al resto, amamos al resto de la Creación, nos integramos más que nunca con el entorno. “La mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad”.
Todos parece que cuando nos enamoramos buscamos en el otro aquello que nos falta. Para Erich Fromm “el amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales”. Por eso se suele decir que el amor de madre es el más auténtico de los amores, porque es altruista y generoso. Sin embargo es posible un amor así en el terreno de lo pasional.
Evidentemente, no todos estamos hechos los unos para los otros. “El amor erótico requiere ciertos elementos específicos y altamente individuales que existen entre algunos seres, pero no entre todos”. Y ahí entra en juego el instinto, una atracción irremediable que sentimos por otra persona sin que podamos encontrarle una explicación racional.
Existe además una forma sublime de amor que es el amor a Dios, que para el autor “es una intensa experiencia afectiva de unidad, inseparablemente ligada a la expresión de ese amor en cada acto de la vida”. Amando a nuestros semejantes, procurando hacer el bien en todos y cada uno de los pasos que damos, somos portadores y manifestamos ese amor a Dios que nos invade.
El amor requiere de una situación previa de madurez de cada persona. “Si una persona no ha alcanzado el nivel correspondiente a una sensación de identidad, de yoidad, arraigada en el desenvolvimiento productivo de sus propios poderes, tiende a “idolizar” a la persona amada. Está enajenada de sus propios poderes y los proyecta en la persona amada”.
Fromm continúa con un discurso que me parece hermoso y verdadero: “El amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias (…) Experimentado de esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia (…) La hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las personas implicadas, es por tales frutos que se reconoce el amor”.
Erich Fromm ve el arte de amar como un acto de fe. “Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión (…) Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia –y de dar el salto y apostar todo a esos valores-. Ese coraje es muy distinto del “vivir peligrosamente”. Eso es nihilismo, arriesgar la vida porque se es incapaz de amarla. El coraje de la desesperación es lo contrario del coraje del amor”. La fe consiste aquí en creer en nosotros mismos y en los demás, en nuestras posibilidades y en las de los otros.
Para mí el arte de amar me ha parecido siempre que es como una subasta de sólo dos personas, y a ver quién da más. Cuando se cree que no hay más pujas porque el precio está ya muy alto y es exorbitante, el otro puja con una cantidad aún mayor. En esta subasta los valores que están en juego no se tasan en términos monetarios y no son materiales, y es una puja que no acaba nunca.

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