Me resistía yo a leer ningún libro de Paulo Coelho, porque siempre que he leído alguno de sus artículos me ha parecido algo cargante y a veces hasta un poco simplón: pareciera que fuese un predicador sin sotana desde lo alto de un púlpito, o un visionario que se creyera lleno de sabiduría e infalibilidad. Sin embargo, al caer en mis manos “El Alquimista”, libro que leyó hace tiempo mi cuñado y que me recomendó porque a él en su momento le había gustado mucho y le había servido para comprender ciertas cosas que suceden en la vida, en una etapa que fue difícil para él, mi visión sobre su forma de plantear las historias cambió, quizá porque en un libro tiene la oportunidad de desarrollarlas más ampliamente y adquieren más sentido.
Aquí vemos al protagonista, un pastor de ovejas en Andalucía, que decide un día acudir a una anciana que interpreta los sueños. “Los sueños son el lenguaje de Dios”, le dice ella. El muchacho había soñado varias veces con la misma cosa: que tenía que ir a las Pirámides de Egipto porque allí encontraría un tesoro.
Cuando comienza su viaje se encuentra con un hombre muy mayor que resulta ser un rey disfrazado de mendigo. Él sabe del pasado del muchacho con sólo mirarle, y le habla de la vida. “En un determinado momento de nuestra existencia, perdemos el control de nuestras vidas, y éstas pasan a ser gobernadas por el destino. Ésta es la mayor mentira del mundo”, le dice. El mendigo rey es la primera persona que hace mención a su Leyenda Personal: “Es tu misión en la Tierra (…) Cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo”. En la juventud estamos llenos de ilusiones y buscamos nuestra Leyenda Personal, pero según va pasando el tiempo, si no hemos conseguido encontrarla, desistimos y procuramos olvidarnos de ella, de modo que la mayoría de la gente se va de este mundo sin haberla llevado a cabo.
Al empezar a buscar esa Leyenda, nos asiste el Principio Favorable. “Es la suerte del principiante”, le dice el rey mendigo. El muchacho tiene todas las bazas a su favor, sólo tiene que jugarlas.
El anciano rey le cuenta una historia acerca de un mercader que envía a su hijo, a través del desierto, hasta el castillo de un Sabio, para que le explique el Secreto de la Felicidad. Éste le dijo que primero tenía que recorrer su castillo y a su vuelta describirle todas las maravillas que había visto, pero debía hacerlo llevando una cucharilla en la mano con dos gotas de aceite que no debía derramar. El chico, sólo pendiente de que no se le cayera el contenido de la cucharilla, no pudo contarle al Sabio las maravillas del castillo después de recorrerlo. El Sabio le hizo repetir la visita, y esta vez tenía que ser capaz de narrarle lo que había visto. Al regresar el chico le describió todo lo que había en el castillo, pero el aceite había desaparecido de la cucharilla. Y entonces el Sabio le dijo: “El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara”.
Cuando el pastor llega a África es robado por un hombre que le engaña. “Soy como todas las personas”, piensa, “veo el mundo tal como desearía que sucedieran las cosas, y no como realmente suceden”.
Al llegar a una plaza ve a unos comerciantes que están montando sus tenderetes, y se fija especialmente en uno, que mientras está trabajando no deja de sonreir. Supo que estaba contento no porque persiguiera ningún fin sino porque le gustaba lo que hacía. En realidad era alguien que estaba cumpliendo su Leyenda Personal, y era fácil advertirlo, se le notaba. “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”, pensó.
Luego conoció a un Mercader de Cristales que tenía su tienda en lo alto de una colina. Cuando le hizo ver al muchacho que por mucho que trabajara allí no conseguiría reunir el dinero suficiente para ir a las Pirámides, el chico se quedó con la mirada vacía y le entraron unas ganas enormes de morir en aquel mismo instante. El Mercader se asustó y lo empleó en su negocio, gracias a lo cual empezó a tener muchas ganancias. Al saber de los proyectos del joven pastor le dijo “Maktub”, que en árabe significa “está escrito”.
Más tarde el chico se unió a una caravana que atravesaba el desierto, y conoció a un Alquimista, que sabía transformar el plomo en oro y que le enseñó otras muchas cosas; se ofreció a conducirle hasta poco antes de llegar a las Pirámides. Una vez junto a ellas, al contemplarlas desde lo alto de una duna lloró de emoción, y en el lugar donde cayeron sus lágrimas vio un escarabajo, que en Egipto es el símbolo de Dios. Se puso a cavar, pero llegaron unos asaltantes que creyeron que ocultaba un tesoro, y como no encontraron nada le dieron una paliza. Uno de ellos, el jefe, le dijo que no se podía hacer caso de los sueños, que él había soñado varias veces en aquel mismo lugar que tenía que ir a España a descubrir un tesoro escondido en las raíces de un sicomoro plantado en la sacristía de una iglesia que había en una plaza. Por la descripción, el pastor supo de qué sitio se trataba: había tenido que llegar hasta tan lejos para darse cuenta que su tesoro estaba más cerca de él de lo que hubiera imaginado.
Me quedo con algunas de las cosas que le dijeron al pastor en su camino iniciático por el mundo: que todo en la vida tiene un precio, que toda persona tiene a otra en alguna parte que lo está esperando, y que todos tenemos un tesoro por descubrir. Maktub.
Aquí vemos al protagonista, un pastor de ovejas en Andalucía, que decide un día acudir a una anciana que interpreta los sueños. “Los sueños son el lenguaje de Dios”, le dice ella. El muchacho había soñado varias veces con la misma cosa: que tenía que ir a las Pirámides de Egipto porque allí encontraría un tesoro.
Cuando comienza su viaje se encuentra con un hombre muy mayor que resulta ser un rey disfrazado de mendigo. Él sabe del pasado del muchacho con sólo mirarle, y le habla de la vida. “En un determinado momento de nuestra existencia, perdemos el control de nuestras vidas, y éstas pasan a ser gobernadas por el destino. Ésta es la mayor mentira del mundo”, le dice. El mendigo rey es la primera persona que hace mención a su Leyenda Personal: “Es tu misión en la Tierra (…) Cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo”. En la juventud estamos llenos de ilusiones y buscamos nuestra Leyenda Personal, pero según va pasando el tiempo, si no hemos conseguido encontrarla, desistimos y procuramos olvidarnos de ella, de modo que la mayoría de la gente se va de este mundo sin haberla llevado a cabo.
Al empezar a buscar esa Leyenda, nos asiste el Principio Favorable. “Es la suerte del principiante”, le dice el rey mendigo. El muchacho tiene todas las bazas a su favor, sólo tiene que jugarlas.
El anciano rey le cuenta una historia acerca de un mercader que envía a su hijo, a través del desierto, hasta el castillo de un Sabio, para que le explique el Secreto de la Felicidad. Éste le dijo que primero tenía que recorrer su castillo y a su vuelta describirle todas las maravillas que había visto, pero debía hacerlo llevando una cucharilla en la mano con dos gotas de aceite que no debía derramar. El chico, sólo pendiente de que no se le cayera el contenido de la cucharilla, no pudo contarle al Sabio las maravillas del castillo después de recorrerlo. El Sabio le hizo repetir la visita, y esta vez tenía que ser capaz de narrarle lo que había visto. Al regresar el chico le describió todo lo que había en el castillo, pero el aceite había desaparecido de la cucharilla. Y entonces el Sabio le dijo: “El Secreto de la Felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara”.
Cuando el pastor llega a África es robado por un hombre que le engaña. “Soy como todas las personas”, piensa, “veo el mundo tal como desearía que sucedieran las cosas, y no como realmente suceden”.
Al llegar a una plaza ve a unos comerciantes que están montando sus tenderetes, y se fija especialmente en uno, que mientras está trabajando no deja de sonreir. Supo que estaba contento no porque persiguiera ningún fin sino porque le gustaba lo que hacía. En realidad era alguien que estaba cumpliendo su Leyenda Personal, y era fácil advertirlo, se le notaba. “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”, pensó.
Luego conoció a un Mercader de Cristales que tenía su tienda en lo alto de una colina. Cuando le hizo ver al muchacho que por mucho que trabajara allí no conseguiría reunir el dinero suficiente para ir a las Pirámides, el chico se quedó con la mirada vacía y le entraron unas ganas enormes de morir en aquel mismo instante. El Mercader se asustó y lo empleó en su negocio, gracias a lo cual empezó a tener muchas ganancias. Al saber de los proyectos del joven pastor le dijo “Maktub”, que en árabe significa “está escrito”.
Más tarde el chico se unió a una caravana que atravesaba el desierto, y conoció a un Alquimista, que sabía transformar el plomo en oro y que le enseñó otras muchas cosas; se ofreció a conducirle hasta poco antes de llegar a las Pirámides. Una vez junto a ellas, al contemplarlas desde lo alto de una duna lloró de emoción, y en el lugar donde cayeron sus lágrimas vio un escarabajo, que en Egipto es el símbolo de Dios. Se puso a cavar, pero llegaron unos asaltantes que creyeron que ocultaba un tesoro, y como no encontraron nada le dieron una paliza. Uno de ellos, el jefe, le dijo que no se podía hacer caso de los sueños, que él había soñado varias veces en aquel mismo lugar que tenía que ir a España a descubrir un tesoro escondido en las raíces de un sicomoro plantado en la sacristía de una iglesia que había en una plaza. Por la descripción, el pastor supo de qué sitio se trataba: había tenido que llegar hasta tan lejos para darse cuenta que su tesoro estaba más cerca de él de lo que hubiera imaginado.
Me quedo con algunas de las cosas que le dijeron al pastor en su camino iniciático por el mundo: que todo en la vida tiene un precio, que toda persona tiene a otra en alguna parte que lo está esperando, y que todos tenemos un tesoro por descubrir. Maktub.
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