Hace tiempo empecé a leer “La interpretación de los sueños” de Freud y me fue imposible llegar siquiera a la mitad del libro. Su forma de explicar el funcionamiento del subconsciente es complicada, y relacionar la mayor parte de las cosas que ocurren en esa zona de nuestra mente con el tema del sexo resulta en exceso reiterativo y un tanto estomagante. Muchos son los que han contradicho sus teorías.
Las explicaciones que se pueden ver en Internet sobre los sueños más comunes y algunas pesadillas menos corrientes son bastante simplonas. Desde que me di cuenta de que no consigo encontrar una interpretación plausible de todo lo que mi cerebro genera durante las horas nocturnas, decidí soñar sin control y, a veces, autointerpretar lo que me parecía más lógico o se asemejaba más a mi realidad, pues nadie mejor que uno mismo para conocerse.
En la infancia soñaba con frecuencia que se me caían los dientes. He leído muchas veces que esto significa inseguridad personal. La verdad es que era muy angustioso, porque se me caían casi al mismo tiempo y por un momento veía mi imagen desdentada monstruosa y patética. Alguna vez he vuelto a soñar con eso.
También con que una presencia oscura e inquietante estaba debajo de mi cama, y si sacaba una mano o un brazo de las sábanas me cogería de repente. Siempre veía una especie de garra cubierta con un ropaje negro que me agarraba, no veía más. Lo que fuera a hacer conmigo nunca lo supe porque me despertaba sobresaltada.
Lo de volar era muy frecuente en mí. A veces era por encima de los tejados de las casas, a vista de pájaro, y a veces era casi a ras de suelo, o bajando las escaleras de mi casa a gran velocidad, dando vueltas en cada recodo una y otra vez, como impelida por la inercia. Dicen que soñar que se vuela es síntoma de deseos de libertad e independencia.
Algunas pesadillas son constantes en mí desde hace muchos años. Todavía sigo soñando que me persiguen, nunca sé quién, y que la distancia que me separa de mi perseguidor se va acortando sin que yo pueda evitarlo. Lo típico de que quieres correr más deprisa y no puedes, es lo que me pasa a mí. Se supone que significa que nos sentimos amenazados, desprotegidos, vulnerables. Hay miedos que son atávicos y de los que es muy difícil desembarazarse.
Con frecuencia me despierto sobresaltada porque de repente me parece que pierdo pie, justo cuando me voy a quedar dormida, como si bajara un escalón y fuera a caer al vacío. En tiempos mis caídas eran mucho más espectaculares: soñaba que me caía por el patio de mi casa e iba bajando descolgándome de las cuerdas de tender la ropa, como si fuera una trapecista. Alguna vez he soñado que era mi hijo quien se paseaba por los tendederos como un equilibrista, y aunque yo le decía que no hiciera eso él se reía y no hacía caso. Supongo que es temor a que corra peligro y que no de importancia a los riesgos. La inconsciencia de la juventud.
Lo peor para mí es cuando sueño con una cara diabólica y terrible que se me aproxima deprisa desde cierta distancia en la oscuridad, amenazándome, con unos ojos rojos que no dejan de mirarme fijamente. Cuando he visto ese tipo de cosas en alguna película de miedo no lo puedo resistir. Siempre que sueño eso me despierto ahogando un grito en la garganta.
Si he visto algo en televisión que me haya impactado, tengo pesadilla asegurada. Hubo una época, cuando los terroristas no paraban de cometer atentados, que se metían en mis sueños y me producían un enorme malestar. Con estas angustias y con otras basadas en cosas más personales suelo llorar, con un leve murmullo que parece más el de un niño pequeño. Cuando me despierto el caudal de mis lágrimas es escaso en relación al dolor sentido.
Soñar con seres queridos que ya fallecieron suele querer decir que les echamos de menos. Si es que alguien muere dicen que le alargamos la vida, pero la angustia que produce hace que sea una de las pesadillas que preferiría no tener nunca. Curiosamente hace poco soñé que se moría Pérez Reverte, y de forma violenta. No sé si será porque en sus artículos suele haber siempre tanta crudeza que me parece que él mismo termina siendo víctima de ella.
Las explicaciones que se pueden ver en Internet sobre los sueños más comunes y algunas pesadillas menos corrientes son bastante simplonas. Desde que me di cuenta de que no consigo encontrar una interpretación plausible de todo lo que mi cerebro genera durante las horas nocturnas, decidí soñar sin control y, a veces, autointerpretar lo que me parecía más lógico o se asemejaba más a mi realidad, pues nadie mejor que uno mismo para conocerse.
En la infancia soñaba con frecuencia que se me caían los dientes. He leído muchas veces que esto significa inseguridad personal. La verdad es que era muy angustioso, porque se me caían casi al mismo tiempo y por un momento veía mi imagen desdentada monstruosa y patética. Alguna vez he vuelto a soñar con eso.
También con que una presencia oscura e inquietante estaba debajo de mi cama, y si sacaba una mano o un brazo de las sábanas me cogería de repente. Siempre veía una especie de garra cubierta con un ropaje negro que me agarraba, no veía más. Lo que fuera a hacer conmigo nunca lo supe porque me despertaba sobresaltada.
Lo de volar era muy frecuente en mí. A veces era por encima de los tejados de las casas, a vista de pájaro, y a veces era casi a ras de suelo, o bajando las escaleras de mi casa a gran velocidad, dando vueltas en cada recodo una y otra vez, como impelida por la inercia. Dicen que soñar que se vuela es síntoma de deseos de libertad e independencia.
Algunas pesadillas son constantes en mí desde hace muchos años. Todavía sigo soñando que me persiguen, nunca sé quién, y que la distancia que me separa de mi perseguidor se va acortando sin que yo pueda evitarlo. Lo típico de que quieres correr más deprisa y no puedes, es lo que me pasa a mí. Se supone que significa que nos sentimos amenazados, desprotegidos, vulnerables. Hay miedos que son atávicos y de los que es muy difícil desembarazarse.
Con frecuencia me despierto sobresaltada porque de repente me parece que pierdo pie, justo cuando me voy a quedar dormida, como si bajara un escalón y fuera a caer al vacío. En tiempos mis caídas eran mucho más espectaculares: soñaba que me caía por el patio de mi casa e iba bajando descolgándome de las cuerdas de tender la ropa, como si fuera una trapecista. Alguna vez he soñado que era mi hijo quien se paseaba por los tendederos como un equilibrista, y aunque yo le decía que no hiciera eso él se reía y no hacía caso. Supongo que es temor a que corra peligro y que no de importancia a los riesgos. La inconsciencia de la juventud.
Lo peor para mí es cuando sueño con una cara diabólica y terrible que se me aproxima deprisa desde cierta distancia en la oscuridad, amenazándome, con unos ojos rojos que no dejan de mirarme fijamente. Cuando he visto ese tipo de cosas en alguna película de miedo no lo puedo resistir. Siempre que sueño eso me despierto ahogando un grito en la garganta.
Si he visto algo en televisión que me haya impactado, tengo pesadilla asegurada. Hubo una época, cuando los terroristas no paraban de cometer atentados, que se metían en mis sueños y me producían un enorme malestar. Con estas angustias y con otras basadas en cosas más personales suelo llorar, con un leve murmullo que parece más el de un niño pequeño. Cuando me despierto el caudal de mis lágrimas es escaso en relación al dolor sentido.
Soñar con seres queridos que ya fallecieron suele querer decir que les echamos de menos. Si es que alguien muere dicen que le alargamos la vida, pero la angustia que produce hace que sea una de las pesadillas que preferiría no tener nunca. Curiosamente hace poco soñé que se moría Pérez Reverte, y de forma violenta. No sé si será porque en sus artículos suele haber siempre tanta crudeza que me parece que él mismo termina siendo víctima de ella.
Un sueño que tuve con frecuencia durante una época y que aún tengo a veces es que conduzco un coche sin carrocería por el paseo donde vivo, y la verdad es que me divierto mucho cuando lo tengo. Podría parecer un vehículo como los de Pedropicapiedra. Cuando aprendí a conducir me lo pasé muy bien y, como luego no he utilizado el carné, debe ser que lo echo de menos.
Luego hay sueños, aparentemente absurdos e incluso diría yo que aburridos, que no consigo recordar más que durante un rato, y que son recurrentes. Dicen que esta repetición casi inalterable es porque tenemos una preocupación que no logramos solucionar. Soñar parece que es como una sesión de cine continua, y nosotros somos a la vez protagonistas y espectadores de nuestras propias fantasías. Yo además sueño en technicolor.
Mi hijo sueña con unos efectos visuales más propios de una película que de otra cosa. Recuerdo especialmente uno que me contó, y que tuvo estando en la casa que la familia de su padre tiene en el pueblo. Él estaba sentado en la litera de arriba, que es la suya, e iban apareciendo uno por uno la mayoría de los ocupantes de la casa, que son muchos, por la puerta de su habitación convertidos en papeles con forma de dianas móviles. Él les aguardaba con una metralleta de verdad que tenía que utilizar porque eran como zombis y su vida corría peligro. No daba abasto a disparar. Me parece que alguno se libró.
Yo casi nunca he tenido sueños bonitos, suelen ser pesadillas, o cosas que parecen no tener sentido. He leído que ese absurdo aparente es en realidad una censura que nuestro propio cerebro pone para evitar afrontar ciertas cosas. Me cuesta creer que incluso en estado subconsciente pongamos barreras a la libre fluctuación de emociones.
Me gustaría que me pasara como a Lewis Carroll, que dicen que basó su cuento “Alicia en el País de las Maravillas” en un sueño que tuvo. Lo que no sé si fue de una vez o en varias sesiones, porque es muy largo. También es verdad que solemos tener la sensación de haber estado soñando mucho tiempo cuando en realidad ha sido muy poco.
Lo que sí parece cierto es que los sueños son la expresión de nuestros más profundos traumas y deseos, que con frecuencia sólo afloran en esos estados de semiinconsciencia. También son una forma de deshacernos de la “basura mental”, todos aquellos productos de desecho que no nos hacen falta y que son una carga para nuestro cerebro.
Los hay que afirman que no sueñan nunca. Se dice que en realidad es que no lo recuerdan, que todo el mundo sueña.
Soñar despierto es lo mejor que se puede hacer, pero confundir los sueños con la realidad no es muy recomendable. O eso dicen.
Luego hay sueños, aparentemente absurdos e incluso diría yo que aburridos, que no consigo recordar más que durante un rato, y que son recurrentes. Dicen que esta repetición casi inalterable es porque tenemos una preocupación que no logramos solucionar. Soñar parece que es como una sesión de cine continua, y nosotros somos a la vez protagonistas y espectadores de nuestras propias fantasías. Yo además sueño en technicolor.
Mi hijo sueña con unos efectos visuales más propios de una película que de otra cosa. Recuerdo especialmente uno que me contó, y que tuvo estando en la casa que la familia de su padre tiene en el pueblo. Él estaba sentado en la litera de arriba, que es la suya, e iban apareciendo uno por uno la mayoría de los ocupantes de la casa, que son muchos, por la puerta de su habitación convertidos en papeles con forma de dianas móviles. Él les aguardaba con una metralleta de verdad que tenía que utilizar porque eran como zombis y su vida corría peligro. No daba abasto a disparar. Me parece que alguno se libró.
Yo casi nunca he tenido sueños bonitos, suelen ser pesadillas, o cosas que parecen no tener sentido. He leído que ese absurdo aparente es en realidad una censura que nuestro propio cerebro pone para evitar afrontar ciertas cosas. Me cuesta creer que incluso en estado subconsciente pongamos barreras a la libre fluctuación de emociones.
Me gustaría que me pasara como a Lewis Carroll, que dicen que basó su cuento “Alicia en el País de las Maravillas” en un sueño que tuvo. Lo que no sé si fue de una vez o en varias sesiones, porque es muy largo. También es verdad que solemos tener la sensación de haber estado soñando mucho tiempo cuando en realidad ha sido muy poco.
Lo que sí parece cierto es que los sueños son la expresión de nuestros más profundos traumas y deseos, que con frecuencia sólo afloran en esos estados de semiinconsciencia. También son una forma de deshacernos de la “basura mental”, todos aquellos productos de desecho que no nos hacen falta y que son una carga para nuestro cerebro.
Los hay que afirman que no sueñan nunca. Se dice que en realidad es que no lo recuerdan, que todo el mundo sueña.
Soñar despierto es lo mejor que se puede hacer, pero confundir los sueños con la realidad no es muy recomendable. O eso dicen.
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