lunes, 14 de diciembre de 2009

Arriba y abajo


De todas las series de televisión que vi en mi infancia-juventud, una de la que más grato recuerdo guardo es “Arriba y abajo”. La forma de interpretar de los actores ingleses suele dejar una huella imborrable en la memoria.
Aquí se cuenta la historia de una familia de la aristocracia londinense y su personal de servicio, en las tres primeras décadas del siglo XX. Vemos cómo a lo largo de todo este tiempo transcurre la vida de unas personas que comparten las mismas alegrías y penas con independencia de la posición social que tengan, cómo van cambiando las modas, las costumbres… El vestuario es exquisito y representa fidedignamente las épocas que se retratan.
Todos los actores están impecables, cada uno en su papel, desde los que interpretan a los señores de la casa, sus hijos, el abogado de la familia, las amistades, hasta los miembros de la servidumbre: el señor Hudson, la señora Bridges, Prudie, Edward, Sarah, Rose… Cada uno con su dignidad, ocupan un determinado lugar en el engranaje de toda la casa, y es lo que hace que ésta siga funcionando.
Sus existencias se entrelazan con sucesos de la época, como la desaparición de la primera señora Bellamy en el hundimiento del Titanic. Exquisita la actuación de esta actriz, por cierto, es una de las que mejor recuerdo guardo de cuando vi la serie.
También las revueltas protagonizadas por las sufragistas, las primeras feministas conocidas, en las que vemos cómo Rose, la doncella, se ve envuelta sin querer en su afán de proteger a la hija de los señores. Conmovedora su intepretación.
La 1ª Guerra Mundial, en la que intuimos más que vemos cómo afectó a Londres. Patriotismo, solidaridad ciudadana, dramatismo.
La bancarrota de 1929, que precipitó la muerte de uno de los miembros de la saga y la ruina de una de las empleadas del servicio.
Cada momento histórico es reflejado con verdadera autenticidad, no siendo ajenos nunca ninguno de los protagonistas a los acontecimientos sociales que sacuden el mundo entero, y a sus propias peripecias personales, de las que todos son partícipes como si de una gran familia se tratara, los de arriba y los de abajo, unidos por lazos que van más allá de la sangre.
Casi toda la acción transcurre en el interior de la mansión de los Bellamy, especialmente en el salón de la casa (arriba), y en la gran cocina (abajo). Tan sólo algún capítulo se rueda en exteriores, como cuando se trasladan a una casa de campo en Escocia para pasar unos días, y algunas escenas rodadas por las calles de Londres. Parece por esto una obra de teatro, por la fijeza de los escenarios, y se nota que son desde luego actores de teatro en su forma de interpretar: la postura del cuerpo, las expresiones de la cara, que dicen muchas veces más que mil palabras… Son magníficos.
Cuando vemos la alegría o la preocupación que suscita en el personal del servicio, especialmente en los miembros más veteranos, el mayordomo y la cocinera, cualquier acontecimiento que afecte a la familia Bellamy, puede despertar en nosotros un sentimiento de desagrado por el servilismo que parece llevar consigo. Como dice Hudson, la profesión de mayordomo es como una tradición que se ha conservado a lo largo de muchas generaciones y tiene su propio código de conducta, obediencia ciega, discreción, lealtad absoluta. Podría parecer casi una alienación, una forma de esclavitud, visto hoy en día. Es como si renunciaran a su propia dignidad y voluntad para someterse a los designios de los señores a los que sirvan, como si dejaran de ser personas. Y sin embargo tanta dedicación conmueve.
Por su parte, los de arriba hacen suyas las alegrías y tribulaciones de los de abajo, de los cuales se sienten responsables. En algún momento llegan a pedir disculpas por un cierto abuso de autoridad, fruto de malentendidos. Es una lección de clase, cuando personas encumbradas se comportan con humildad y sencillez llegado el caso.
Se ve claramente la diferencia entre unos y otros, el lujo con el que viven los señores y la modestia con la que vive el personal de servicio, la lucha de éstos por que sus méritos sean reconocidos dentro de la casa, por conseguir ascender en la escala laboral y social aunque sea un poco más, sus anhelos rara vez satisfechos, sus logros y frustraciones.
Los de arriba y los de abajo se hacen partícipes mutuamente de sus circunstancias y nosotros somos testigos mudos del devenir de sus vidas, hasta que finalmente tienen que dejar la casa y Rose, la doncella, hace un recorrido por todas las habitaciones vacías mientras resuenan en sus oídos tantas frases pronunciadas por unos y otros en aquellas estancias y que la persiguen y atormentan hasta que abandona el lugar, precipitadamente. Son recuerdos cargados de emoción, la memoria sentimental de una época y de toda una familia.

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