No sé por qué nos empeñamos en complicar las relaciones sociales, en dejar que la sociedad se vaya deshumanizando poco a poco. El ámbito estudiantil es donde más se refleja este deterioro de la vida social. La forma como coexiste el alumnado por un lado y el profesorado y los alumnos por otro, en nada se parece a lo que yo he conocido. Los chicos tienen una actitud retadora, propia quizá de su edad, pero llevada al extremo. La violencia que se respira en el ambiente es prolongación de la virulencia social que nos invade, fomentada por los medios de comunicación y el cine. Es como si se fuera a los centros educativos a cualquier cosa antes que a aprender, estudiar y sacarse un título académico, como si sirviera no ya como un ámbito de interrelación humana sino como válvula de escape de frustraciones, carencias y desvaríos.
Los profesores también parecen estar con la escopeta cargada, preparados para cualquier agresión verbal, cuando no física. En el instituto de mis hijos la disciplina, que siempre ha sido mucha ya desde los tiempos en que yo estudié allí, se basa casi en la anticipación de la posible falta: se castiga sólo con que exista la sospecha de ella. Si un grupo ríe, se considera automáticamente que se están burlando del profesor-a de turno, con lo que se les manda a la Jefatura de Estudios y se les hace un parte por escrito con la descripción del motivo del castigo. Si alguien le dice algo al compañero de al lado, aunque sea "toma el sacapuntas", por ejemplo, es sancionado. Si se está esperando en la puerta a que el profesor llegue entre clase y clase también hay sanción.
Mi hijo pasó buena parte del primer curso en la Jefatura de Estudios. Se juntó con un grupito que no era peligroso pero sí bastante jocoso. Él, que mientras estuvo en el colegio casi ni se le oía ni se le veía, le costó bastante adaptarse a las normas de disciplina del instituto, rígidas y excesivas, consecuencia de la perversión a que las relaciones humanas han llegado en el mundo en que vivimos. Excesos pagados con más excesos, un pulso titánico entre dos fuerzas que por alguna extraña razón son opuestas. En la Jefatura Miguel Ángel encontró especímenes de todas clases, y recuerda especialmente a un chico, ya de los últimos cursos, que sacó una bolsita del bolsillo interior de su cazadora con unas hojas parduscas que se supone eran droga. Alardeaba del mucho dinero que le había costado hacerse con aquel alijo y de que podía disponer de la que quisiera siempre que se le antojara. Pretendía impresionar a los más pequeños, y en el caso de Miguel Ángel consiguió que le pareciera peligroso y le llegara a coger auténtico pánico, hasta el punto de temer encontrárselo por los pasillos del instituto porque lo consideraba una amenaza. Una prueba no apta para todas las sensibilidades en un primer contacto con algunas de las peores cosas de la realidad del mundo exterior.
Los profesores también parecen estar con la escopeta cargada, preparados para cualquier agresión verbal, cuando no física. En el instituto de mis hijos la disciplina, que siempre ha sido mucha ya desde los tiempos en que yo estudié allí, se basa casi en la anticipación de la posible falta: se castiga sólo con que exista la sospecha de ella. Si un grupo ríe, se considera automáticamente que se están burlando del profesor-a de turno, con lo que se les manda a la Jefatura de Estudios y se les hace un parte por escrito con la descripción del motivo del castigo. Si alguien le dice algo al compañero de al lado, aunque sea "toma el sacapuntas", por ejemplo, es sancionado. Si se está esperando en la puerta a que el profesor llegue entre clase y clase también hay sanción.
Mi hijo pasó buena parte del primer curso en la Jefatura de Estudios. Se juntó con un grupito que no era peligroso pero sí bastante jocoso. Él, que mientras estuvo en el colegio casi ni se le oía ni se le veía, le costó bastante adaptarse a las normas de disciplina del instituto, rígidas y excesivas, consecuencia de la perversión a que las relaciones humanas han llegado en el mundo en que vivimos. Excesos pagados con más excesos, un pulso titánico entre dos fuerzas que por alguna extraña razón son opuestas. En la Jefatura Miguel Ángel encontró especímenes de todas clases, y recuerda especialmente a un chico, ya de los últimos cursos, que sacó una bolsita del bolsillo interior de su cazadora con unas hojas parduscas que se supone eran droga. Alardeaba del mucho dinero que le había costado hacerse con aquel alijo y de que podía disponer de la que quisiera siempre que se le antojara. Pretendía impresionar a los más pequeños, y en el caso de Miguel Ángel consiguió que le pareciera peligroso y le llegara a coger auténtico pánico, hasta el punto de temer encontrárselo por los pasillos del instituto porque lo consideraba una amenaza. Una prueba no apta para todas las sensibilidades en un primer contacto con algunas de las peores cosas de la realidad del mundo exterior.
Cuando aún estaban en el colegio ya corrían leyendas urbanas acerca del instituto. Se decía que los alumnos nuevos procuraban ir en grupo a los servicios para no ser atacados por los mayores, potencialmente muy agresivos. Demasiados videojuegos de guerra, me parece a mí, luego los chicos se sugestionan.
Ana, que está en su primer año allí, ha conseguido que los compañeros la elijan delegada de curso. Asiste a reuniones mensuales en la hora del recreo con otros delegados de curso y con profesores, algo que le aburre soberanamente. Se encarga de los partes de asistencia y rellena todos los meses un cuestionario en el que tiene que evaluar el comportamiento de los compañeros. Ella dice que miente, que no pone que son desordenados, impuntuales, habladores y todas esas cosas que le preguntan porque sino la tutora pediría explicaciones y se haría una especie de investigación. Nunca he visto una cosa igual, jamás se hizo un control tan exhaustivo y yo diría casi carcelario para intentar hacerse con una situación que de todas maneras se les escapó de las manos hace tiempo a los encargados del sistema educativo. A pesar de tantas normas nunca ha habido tanta insurgencia.
Estas medidas se contraponen con otras de más distensión, como dedicar un tiempo a la semana al diálogo entre profesor y alumnado en el que se opina sobre las cosas que les puedan preocupar o supongan un problema. También el orientador del instituto llama de vez en cuando a los que parecen tener dificultades en su adaptación social o su aprendizaje. Es como la consulta del psicólogo: se intenta con unas cuantas charlas saber lo que le puede pasar al alumno y se le ayuda en el estudio haciendo que elabore un planning semanal de tareas que se debe comprometer a llevar a cabo.
En cuanto a las facilidades académicas, se puede aprobar una asignatura pendiente del curso anterior con sólo aprobar la 1ª evaluación en el curso siguiente. Ya me hubiera gustado a mí que esto me hubiera pasado con las matemáticas, mi bestia negra particular.
Sé que en otros institutos la disciplina es menor y también el nivel de exigencia académica. El alumnado está compuesto por una multitud de distintos grupos raciales que jamás se mezclan entre sí y que arrastran consigo graves problemas familiares y sociales. No es raro que lleven navajas. Sólo falta colocar arcos de detección como en los aeropuertos y sitios oficiales, y que mil y pico alumnos pasen cada día por ahí para comprobar si van armados. Lo que ocurría en los años 50 en EEUU lo estamos padeciendo ahora aquí.
Hay poca motivación y mucha tirantez en el ambiente, y sin embargo nunca he visto tanto interés por cada alumno en particular como hay actualmente. La autoridad docente se mueve en una eterna cuerda floja, en la que intenta dar una de cal y otra de arena. Difícil situación la suya.
Ana, que está en su primer año allí, ha conseguido que los compañeros la elijan delegada de curso. Asiste a reuniones mensuales en la hora del recreo con otros delegados de curso y con profesores, algo que le aburre soberanamente. Se encarga de los partes de asistencia y rellena todos los meses un cuestionario en el que tiene que evaluar el comportamiento de los compañeros. Ella dice que miente, que no pone que son desordenados, impuntuales, habladores y todas esas cosas que le preguntan porque sino la tutora pediría explicaciones y se haría una especie de investigación. Nunca he visto una cosa igual, jamás se hizo un control tan exhaustivo y yo diría casi carcelario para intentar hacerse con una situación que de todas maneras se les escapó de las manos hace tiempo a los encargados del sistema educativo. A pesar de tantas normas nunca ha habido tanta insurgencia.
Estas medidas se contraponen con otras de más distensión, como dedicar un tiempo a la semana al diálogo entre profesor y alumnado en el que se opina sobre las cosas que les puedan preocupar o supongan un problema. También el orientador del instituto llama de vez en cuando a los que parecen tener dificultades en su adaptación social o su aprendizaje. Es como la consulta del psicólogo: se intenta con unas cuantas charlas saber lo que le puede pasar al alumno y se le ayuda en el estudio haciendo que elabore un planning semanal de tareas que se debe comprometer a llevar a cabo.
En cuanto a las facilidades académicas, se puede aprobar una asignatura pendiente del curso anterior con sólo aprobar la 1ª evaluación en el curso siguiente. Ya me hubiera gustado a mí que esto me hubiera pasado con las matemáticas, mi bestia negra particular.
Sé que en otros institutos la disciplina es menor y también el nivel de exigencia académica. El alumnado está compuesto por una multitud de distintos grupos raciales que jamás se mezclan entre sí y que arrastran consigo graves problemas familiares y sociales. No es raro que lleven navajas. Sólo falta colocar arcos de detección como en los aeropuertos y sitios oficiales, y que mil y pico alumnos pasen cada día por ahí para comprobar si van armados. Lo que ocurría en los años 50 en EEUU lo estamos padeciendo ahora aquí.
Hay poca motivación y mucha tirantez en el ambiente, y sin embargo nunca he visto tanto interés por cada alumno en particular como hay actualmente. La autoridad docente se mueve en una eterna cuerda floja, en la que intenta dar una de cal y otra de arena. Difícil situación la suya.
De cuando yo estudiaba allí la única cosa que recuerdo así un poco fuera de lo normal fue un fin de semana, que se metieron en el instituto un grupo de alumnos y lo llenaron de pintadas insultando al jefe de estudios que teníamos por entonces, un hombre que se hacía temer por el excesivo rigor de sus medidas educativas. Creo que también un día le pincharon las ruedas de su coche. Tuvo que dimitir. Pero aquello fue un hecho excepcional, nada que ver con lo que sucede hoy en día. Lo que sí está claro es que los autoritarismos exacerbados suelen conducir a la rebelión.
Qué maravilloso sería si pudiéramos volver a lo que existía hace años, a una cierta estabilidad social, unos valores, una esperanza en el futuro. Quién ha dicho que la vida sea fácil para casi nadie, pero podríamos facilitarnos las cosas unos a otros y que todo fuera mejor.
No más violencia, de la clase que sea.
Qué maravilloso sería si pudiéramos volver a lo que existía hace años, a una cierta estabilidad social, unos valores, una esperanza en el futuro. Quién ha dicho que la vida sea fácil para casi nadie, pero podríamos facilitarnos las cosas unos a otros y que todo fuera mejor.
No más violencia, de la clase que sea.
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