lunes, 21 de diciembre de 2009

Con una pastilla



Hoy en día en una farmacia puedes encontrar remedio para todas las cosas que uno pueda imaginar. Ya no se venden sólo medicinas para aliviar dolores, insuficiencias e impotencias diversas. Hace poco cogí un pequeño folleto de un mostrador en el que una pastilla, Afran, garantizaba la recuperación de la ilusión. Es un medicamento hecho con pistilo del azafrán, del que desconocía que tuviera estas cualidades. El citado folleto la verdad es que no tiene desperdicio y, bajo un rimbombante rótulo en rojo en el que se puede leer “Recupera la ilusión”, seguido de unas fotos de las pastillas en cuestión, viene a decir algo así como “eficacia demostrada para combatir el impacto emocional que producen determinadas situaciones tales como problemas laborales, familiares o de pareja, baja autoestima, estados de tristeza y melancolía, sensación de hundimiento personal, alteraciones debidas a situaciones de ansiedad y estrés”. En otra parte del folleto dice que es recomendable para cambios leves o moderados del humor, con o sin manifestaciones psicosomáticas, producidas por alteraciones psicofuncionales, irritabilidad, estados de tristeza o euforia, melancolía, alteraciones cíclicas del estado de ánimo, intranquilidad, desasosiego, estados tensionales vitales por sobrecarga laboral y/o intelectual, disminución de la capacidad de concentración. También especifica cuales pueden ser los factores predisponentes o desencadenantes: situaciones afectivas conflictivas (rupturas sentimentales y/o separación del entorno familiar), conflictos emocionales por autoaceptación (alteraciones de parámetros corporales), cambios del entorno geográfico o sociocultural, alteraciones del sueño, actitudes hipocondríacas. Con unas pastillas como éstas no van a hacer falta psicólogos ni cruceros de evasión. Tan sólo menciona la depresión cuando alude a algunas revistas científicas que avalan su eficacia, todas en inglés.
De todas maneras bien está que en estas fiestas navideñas alguien se acuerde de devolvernos lo que el resto del año no hacemos más que perder, a base de azafrán o con lo que haga falta.
Las farmacias hoy en día han dejado de ser simples boticas para convertirse en almacenes donde se puede encontrar todo un mundo de accesorios para la belleza, para el bebé, bastones para los mayores, y artilugios más propios de un bazar que de un sitio donde se deberían vender nada más que medicinas. En la última a la que acudí me regalaron como detalle navideño un caramelo acompañado de un calendario y de una ampolla rejuvenecedora lista para quitar las arrugas. Alguna tengo, pero no las suficientes como para darles importancia.
Habrá que acudir a las farmacias como si fuéramos a un templo sagrado o a un lugar milagroso al que peregrinar. Siempre tendrán algo para nosotros, aunque no nos haga mucha falta, el caso es llevarse algo.
Todo el mundo parece ser la panacea de cualquier mal que nos aqueje. En una propaganda que me metieron en el buzón hace poco se anunciaba un centro que ofrecía sus servicios para la desintoxicación de drogadictos como si de una clínica de estética o un fitness se tratara. Ahora el mono se puede pasar con masajes, sauna y gimnasia: el sudor ayuda eliminar toxinas, sean de la clase que sean.
Con que ya sabemos, cualquier problema se puede aliviar con pastillas. Pero no nos van a curar, no nos engañemos: la eliminación de los males del alma empieza por desentrañar las causas que lo originan y atajarlas de raíz, lo mismo que pasa con los males del cuerpo. De momento nos conformaremos con la pastilla.

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