Desde hace unos años hay una reñida competición entre nuestros Reyes Magos y Papá Noel, una rivalidad que parece orientada al terreno comercial más que al sentimental, que quiere acaparar nuestros bolsillos más que nuestros corazones.
Y son dos tradiciones navideñas bien diferentes: mientras que los tres Reyes de Oriente están entroncados con lo más profundo y sagrado de nuestras raíces cristianas, Papá Noel aglutina diversas procedencias en forma de leyendas, todas muy bonitas, que terminan confundiéndose unas con otras.
Aunque Santa Claus se arraigó firmemente en Norteamérica es, como casi todas las cosas que les son características allí, procedente de otras culturas, un personaje de origen europeo llevado por los emigrantes holandeses que poblaron aquellas tierras en los albores de la nación.
Nosotros hemos hecho nuestros a los Reyes Magos cambiando algunas de las peculiaridades que les son propias según el país de Europa en el que se celebren las Fiestas.
No recuerdo haber vuelto a tener nunca tanta ilusión por nada como cuando mi hermana y yo nos acostábamos en Nochebuena para levantarnos al día siguiente y ver todos los juguetes que habíamos pedido colocados en la mesa camilla del cuarto de estar de casa. Aquellos Reyes Magos que tantas veces imaginé entrando por la ventana del salón eran los mismos que estaban allí representados, en el Belén que entre todos colocábamos, montados en sus camellos y acompañados por pajes. Qué expectación debió producir la llegada de unas personas tan lujosamente ataviadas y cargadas con tan valiosos regalos en medio de un pequeño y modesto pueblo como aquel. Nunca puse en duda su autenticidad, como la de ninguna otra cosa extraordinaria y milagrosa que las Sagradas Escrituras nos han enseñado a conocer y respetar. No fui de esos niños que todo se lo cuestionan, que son sin duda más racionales de lo que yo fui, porque me parecía que pensar demasiado en ello era como negar su veracidad.
Mi padre se encargaba de la lotería en su trabajo, antes de jubilarse, y hacía participaciones para los compañeros en las que incluía las siluetas en negro de los Reyes de Oriente montados en sus animales y con alguna palmera adornando el paisaje. La iconografía navideña, tanto si se trata de Papá Noel como de los Reyes Magos, es siempre hermosa.
Pero olvidamos en estas fechas la verdadera esencia de la Navidad, la Natividad, el Nacimiento, la llegada al mundo en precarias condiciones de un niño distinto a todos los demás, destinado, como el cordero cuya existencia sólo tiene sentido en función de su sacrificio final, a morir como víctima propiciatoria y redentora de la Humanidad.
Por eso no me canso de ver “Ben Hur”, sobre todo las escenas en las que el protagonista tiene contacto con Jesús en diversas etapas de su vida, el cual nos es presentado como una figura imponente y majestuosa, siempre de espaldas, pudiendo sólo ver la reacción de sobrecogimiento y veneración que provoca en los que lo miran. Y sobre todo las maravillosas palabras de Baltasar, que lo vió recién nacido y ahora lo sigue en su andadura entre los hombres, dispuesto a escuchar Su Palabra y a sentir la renovación interior que provoca. Judá Ben Hur dice, cuando oye a Jesús implorar a Dios Padre desde la Cruz el perdón por los que le martirizan porque no saben lo que hacen, que es increíble cómo aún en esas circunstancias no tenga deseos de venganza. “Y su voz arrancó de mi mano la espada de mis venganzas”.
Cuántos podrían hacer lo mismo hoy en día, desistir de guerras y odios antiguos y empezar el Año Nuevo con amor y bondad. Recuperemos la forma de vida tan sencilla que Jesús nos transmitió, en la que con pocas cosas se alcanzaba el estado más perfecto del alma. Lo imagino en su casa, comiendo en una escudilla sobre una modesta mesa de madera, ayudando a sus padres en sus labores, conviviendo con sus vecinos, siendo nada más que un ser humano. Es tan importante y significativo el momento de su nacimiento que hay un antes y un después de tal suceso, es una fecha que ha marcado el calendario y dividido las épocas en relación a su aparición en el mundo. El tiempo y la Historia quedaron señalados por aquel acontecimiento sin precedentes. Cada año nace en nuestros portales de Belén para nosotros, cada año los Reyes Magos de Oriente recorren un largo camino para ofrecerle ricos presentes y dejar a los niños regalos. Ellos nos pertenecerán para siempre.
Y son dos tradiciones navideñas bien diferentes: mientras que los tres Reyes de Oriente están entroncados con lo más profundo y sagrado de nuestras raíces cristianas, Papá Noel aglutina diversas procedencias en forma de leyendas, todas muy bonitas, que terminan confundiéndose unas con otras.
Aunque Santa Claus se arraigó firmemente en Norteamérica es, como casi todas las cosas que les son características allí, procedente de otras culturas, un personaje de origen europeo llevado por los emigrantes holandeses que poblaron aquellas tierras en los albores de la nación.
Nosotros hemos hecho nuestros a los Reyes Magos cambiando algunas de las peculiaridades que les son propias según el país de Europa en el que se celebren las Fiestas.
No recuerdo haber vuelto a tener nunca tanta ilusión por nada como cuando mi hermana y yo nos acostábamos en Nochebuena para levantarnos al día siguiente y ver todos los juguetes que habíamos pedido colocados en la mesa camilla del cuarto de estar de casa. Aquellos Reyes Magos que tantas veces imaginé entrando por la ventana del salón eran los mismos que estaban allí representados, en el Belén que entre todos colocábamos, montados en sus camellos y acompañados por pajes. Qué expectación debió producir la llegada de unas personas tan lujosamente ataviadas y cargadas con tan valiosos regalos en medio de un pequeño y modesto pueblo como aquel. Nunca puse en duda su autenticidad, como la de ninguna otra cosa extraordinaria y milagrosa que las Sagradas Escrituras nos han enseñado a conocer y respetar. No fui de esos niños que todo se lo cuestionan, que son sin duda más racionales de lo que yo fui, porque me parecía que pensar demasiado en ello era como negar su veracidad.
Mi padre se encargaba de la lotería en su trabajo, antes de jubilarse, y hacía participaciones para los compañeros en las que incluía las siluetas en negro de los Reyes de Oriente montados en sus animales y con alguna palmera adornando el paisaje. La iconografía navideña, tanto si se trata de Papá Noel como de los Reyes Magos, es siempre hermosa.
Pero olvidamos en estas fechas la verdadera esencia de la Navidad, la Natividad, el Nacimiento, la llegada al mundo en precarias condiciones de un niño distinto a todos los demás, destinado, como el cordero cuya existencia sólo tiene sentido en función de su sacrificio final, a morir como víctima propiciatoria y redentora de la Humanidad.
Por eso no me canso de ver “Ben Hur”, sobre todo las escenas en las que el protagonista tiene contacto con Jesús en diversas etapas de su vida, el cual nos es presentado como una figura imponente y majestuosa, siempre de espaldas, pudiendo sólo ver la reacción de sobrecogimiento y veneración que provoca en los que lo miran. Y sobre todo las maravillosas palabras de Baltasar, que lo vió recién nacido y ahora lo sigue en su andadura entre los hombres, dispuesto a escuchar Su Palabra y a sentir la renovación interior que provoca. Judá Ben Hur dice, cuando oye a Jesús implorar a Dios Padre desde la Cruz el perdón por los que le martirizan porque no saben lo que hacen, que es increíble cómo aún en esas circunstancias no tenga deseos de venganza. “Y su voz arrancó de mi mano la espada de mis venganzas”.
Cuántos podrían hacer lo mismo hoy en día, desistir de guerras y odios antiguos y empezar el Año Nuevo con amor y bondad. Recuperemos la forma de vida tan sencilla que Jesús nos transmitió, en la que con pocas cosas se alcanzaba el estado más perfecto del alma. Lo imagino en su casa, comiendo en una escudilla sobre una modesta mesa de madera, ayudando a sus padres en sus labores, conviviendo con sus vecinos, siendo nada más que un ser humano. Es tan importante y significativo el momento de su nacimiento que hay un antes y un después de tal suceso, es una fecha que ha marcado el calendario y dividido las épocas en relación a su aparición en el mundo. El tiempo y la Historia quedaron señalados por aquel acontecimiento sin precedentes. Cada año nace en nuestros portales de Belén para nosotros, cada año los Reyes Magos de Oriente recorren un largo camino para ofrecerle ricos presentes y dejar a los niños regalos. Ellos nos pertenecerán para siempre.
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