viernes, 18 de diciembre de 2009

Winston Churchill


Cuánto se ha escrito sobre Winston Churchill, cuánta controversia ha originado siempre su figura, encumbrado por unos, denostado por otros. Fue sin duda cualquier cosa menos alguien convencional.
Descendiente de aristócratas, su padre era bebedor y mujeriego, amante de la política. Su madre estaba entregada a la vida mundana y nunca se ocupó mucho de sus hijos. Winston fue a varios internados, en los que raramente era visitado por su progenitora, a la que adoraba y a quien escribía cartas frecuentemente pidiéndole que le visitara o que le permitieran viajar para verla.
La indiferencia de sus padres marcó su infancia y le causó una desolación en el alma que ya nunca desapareció. Quizá fue la semilla de lo que luego sería su tremendo carácter, su fuerte personalidad, su determinación, su voluntad de seguir adelante pese a tener todo en contra.
En el internado de Harrow era regularmente castigado por su deficiente trabajo y su falta de dedicación. Carecía de motivación. Tan sólo el idioma, las matemáticas y la Historia le entusiasmaban. Fue campeón de esgrima.
Decidió no ir a la universidad y, con 21 años, se enroló en el ejército colonial de la India. Su pasión eran las grandes batallas. Desde aquel momento hizo todo lo posible por participar en todos los conflictos bélicos que tuvieran lugar en el mundo.
Empezó a escribir para un periódico y, como corresponsal de guerra, fue a Cuba para cubrir los combates de las colonias con los españoles. Dicen que en esa época se aficionó a los puros y la siesta.
También tenía tiempo para la vida mundana. En Nueva York fue presentado en sociedad por uno de los amantes de su madre.
Luego fue a la guerra anglo-bóer, siendo capturado y enviado a un campo de prisioneros, del que consiguió escapar.
Más tarde decidió dedicarse a la política, en el partido conservador. Dicen que la 1ª vez que ocupó su sitio en la Cámara, se sentó detrás de un viejo diputado conservador, miró al frente, donde estaban los laboristas, y preguntó en voz alta: “¿Así que aquellos son nuestros enemigos?”. El veterano político sonrió y dijo: “No, no, qué va, hijo, qué va. Aquellos de allí son nuestros adversarios, a nuestros enemigos los encontrarás atrás”.
Como en aquel entonces los parlamentarios no tenían un sueldo, y Churchill carecía de fortuna, dilapidada por los excesos de su madre, gracias a su extraordinaria oratoria consiguió recaudar muchos fondos para la causa.
Pronto se dio cuenta de que algunas de las líneas de pensamiento del partido no cuadraban con su forma de pensar, por lo que tuvo muchos enemigos entre sus correligionarios. En una ocasión, mientras estaba haciendo uso de la palabra, sus compañeros se retiraron del hemiciclo. Más tarde, durante un receso de las sesiones parlamentarias, cruzó la sala y se sentó en la bancada de los liberales.
Las anécdotas ocurridas durante sus intervenciones se cuentan por docenas. Una vez una diputada de la oposición interrumpió su discurso para decir: “Sr. Ministro, si Vuestra Excelencia fuera mi marido, ¡yo pondría veneno en el café!”, a lo que Churchill contestó quitándose los lentes con mucha calma: “Y si yo fuese su marido, me tomaba ese café”. Otra diputada le interpeló también en otro momento: “Señor, usted está borracho”. Él le respondió: “Señora, usted es fea. Mañana yo estaré sobrio”.
Cuando los liberales llegaron al poder fue nombrado ministro de asuntos internos, y como tal su actuación fue muy criticada, especialmente en el llamado “Sitio de Sydney Street”, donde se le fotografió viendo desde una esquina la batalla entre unos anarquistas que habían tomado el edificio y la guardia escocesa. Un incendio estalló en el edificio y Churchill se negó a llamar a los bomberos, forzando a los asaltantes a elegir entre la rendición o la muerte.
Como Primer Lord del Almirantazgo se le culpó del desastroso desembarco de Gallípoli, en el que murieron muchas personas, lo que le valió el sobrenombre del “Carnicero de Gallípoli”.
Los conservadores exigieron su degradación en el gabinete, por lo que ocupó un ministerio sin cartera, y posteriormente dejó el gobierno. Decidió volver al ejército mientras duró la 1ª Guerra Mundial.
Tras ella volvió a la política y de nuevo al partido conservador. Sus medidas como ministro de hacienda fueron muy polémicas. En la huelga general de 1924 sugirió utilizar ametralladoras contra los mineros huelguistas.
Fue ésta una época de intensa actividad literaria, pues escribió algunos de sus mejores libros, tanto autobiográficos como históricos. Esta afición tenía como fin mantener su lujoso nivel de vida, pues la fortuna familiar era escasa y había tenido pérdidas a causa de algunas malas inversiones que hizo. También pintaba cuadros, algo que le servía para relajarse.
Alertó, sin que nadie le escuchara, del peligro de Hitler.
Durante la 2ª Guerra Mundial, nombrado Primer Ministro, en su discurso inicial pronunció la famosa frase “No tengo nada que ofrecerles que no sea sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo”.
Los rusos le pusieron el sobrenombre del “Bulldog británico” por su voluntad de enfrentarse al peligro visitando los frentes de batalla.
Estableció sólidas relaciones con Roosevelt, lo que aseguraba el envío de suministros vitales desde EEUU al Reino Unido. Juntos discutieron la estrategia de la guerra en numerosas reuniones, y la Declaración de las Naciones Unidas. Cuando acabó diseñaron, junto con otros dirigentes, un nuevo mapa del mundo.
DeGaulle le dijo una vez: “Ustedes los ingleses sólo pelean por el dinero, deberían aprender de nosotros los franceses, que luchamos por el honor y la dignidad”. Él le replicó: “Bueno, cada quien pelea por lo que le hace falta”.
En 1951 fue elegido nuevamente Primer Ministro. Sus medidas para restringir la llegada de inmigrantes procedentes de la India fueron muy criticadas. Se enfrentó además a levantamientos en las distintas colonias inglesas, que siempre aplastó militarmente.
La 1ª vez que vio a Gandhi dijo: “¿Quién es ese vagabundo que está en el hemiciclo?”.
En 1953 fue Premio Nobel de Literatura por sus obras históricas y biográficas, y su brillante oratoria.
En la vejez luchó contra la depresión, mal que le había aquejado durante la mayor parte de su vida. Siempre fue un hombre de salud muy delicada, aquejado de múltiples dolencias que consiguió superar gracias a su enorme vitalidad.
Su funeral fue la reunión de jefes de Estado más grande habida, sólo repetida con el fallecimiento del Papa Juan Pablo II.
Winston Churchill nos dejó como legado un cúmulo de aciertos y fracasos que influyeron decisivamente en los destinos del mundo. Vislumbró antes que muchos las posibilidades económicas de las explotaciones petrolíferas, y en época de guerra contribuyó a la introducción del tanque. Se cuenta que su prodigiosa memoria le permitía repetir, palabra por palabra, toda una conferencia o una obra de Shakespeare.
En el terreno familiar fue padre de una numerosa prole, aunque con su único hijo varón no tuvo buenas relaciones porque heredó los vicios de sus ancestros.
Con los años ha quedado en nuestra mente la imagen de un hombre rechoncho que, con aire burlón y fumándose un gran puro, apareció retratado junto a las personas más importantes del momento durante varias décadas. Fue un hombre drástico en sus decisiones, propiciaba ciertas situaciones dejando a un lado los escrúpulos si lo creía necesario. Era un monárquico a ultranza que consideraba a su país un imperio más que una simple nación. Inteligente, con un gran sentido del humor, vital.
Un hombre singular.

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes