martes, 25 de octubre de 2011

La boda de mi amiga (I)


El pasado día 15 se casó por fin mi amiga. Como lo hizo en Gijón, donde vive su familia política, porque su suegro está delicado de salud y no puede viajar, nos fuimos para allá un día antes y volvimos el día después.

Marchamos en el coche de una de sus hermanas, en el que iba la otra hermana también y una amiga. Tuve ocasión hasta de conectar un GPS, algo que nunca había hecho antes y que resultó muy sencillo, pero a la conductora, entre lo mal que conducía y lo poco que se orientaba, no le sirvió de mucho. Fue un recorrido interminable, aunque la belleza de los paisajes lo amenizaba un poco. Las hermanas llevaban también a su perrito, que pasó todo el tiempo enroscado en el asiento de atrás durmiendo. Es un bendito.

El hotel estaba muy bien. En la foto se puede ver. Sobre las paredes había una cenefa de conchas y estrellas de mar, motivos decorativos que les deben gustar mucho en esas tierras, porque las cortinas del salón de banquetes también las tenían. Estaba situado cerca de la playa, sólo un edificio nos separaba del mar. De vez en cuando se veía cruzar la calle a algún surfista con la tabla bajo el brazo, y sin traje de neopreno. Me sorprendía tan poco miedo al frío del Cantábrico, y más ya bien entrado el otoño. Compartí habitación con la madre de otra de las amigas, que como venía con su marido y su hija (la niña que iba a llevar las arras) ya no tenían sitio en su habitación. Resultó ser una señora muy agradable que estaba un poco deprimida porque se acordaba de cuando vivió en Gijón con su marido, fallecido un año atrás.

Llegaron los novios y nos fuimos las amigas con ellos a cenar. Pasamos por delante de la iglesia donde se iban a casar, que de noche estaba preciosa con la fachada iluminada. Encontramos un sitio precioso cerca del hotel a muy buen precio, el Café Plaza. Me sorprendió un aperitivo que nos pusieron mientras esperábamos: un crepe relleno de jamón y queso fundido acompañado de un tubito lleno de arroz con leche y canela que sabía a natillas caseras.

Por la mañana, cuando quedaba menos de una hora para el enlace, subimos las amigas a ayudar a vestir a la novia en la suite nupcial cuando llegó de la peluquería. El fotógrafo no tardó en aparecer y, mientras él hacía su trabajo, yo también hacía fotos. Mi amiga estaba guapísima recién peinada y maquillada, y con su manicura francesa perfecta. Cuando bajamos ya la estaba esperando un coche magnífico, en el que iría con el padrino.

Nosotras fuimos prestas a pie a la iglesia, que estaba cerca. Al ser la iglesia de San Lorenzo, se veía al santo en el retablo mayor con una parrilla en la mano. El sagrario curiosamente estaba situado en un lateral, no en el altar. El sacerdote era un hombre muy afectuoso y simpático que desprendía una gran humanidad y que habló muy bien. Dijo cosas como que los bienes materiales no llenan una vida, sólo el amor puede llenar el corazón, y que si una persona te lo da todo, su existencia, sus mejores años, sus atenciones y cuidados, no se le puede defraudar. El novio, pendiente de mi amiga en todo momento, levantó con gran delicadeza su velo para despejar su rostro. La niña que llevaba las arras, una muñeca de 3 años con bucles y un vestido precioso, no quería salir porque sentía temor (no había habido ensayos), y su madre tuvo que llevarla obligada. Me acordé tanto de mi hija a su edad, que también tenía bucles, que pensé lo cruel que era que el tiempo pasara tan deprisa.

Cuando salimos, mientras los novios y padrinos se hacían fotos en un parque de la zona, nos fuimos con uno de los amigos del novio por el paseo marítimo de S. Lorenzo hasta el restaurante, situado al final de la playa. Lucía un sol espléndido y nos hicimos algunas fotos con el mar de fondo. Me sorprendió lo mucho que había retrocedido la marea en comparación con el día anterior por la tarde, en que salimos la hermana mayor de mi amiga y yo a pasear al perrito por la playa, pues estaba muy alta y casi no había arena por donde caminar. El perrito no había visto nunca el mar y al principio le ladraba a las pequeñas olas espumosas según venían, pero luego se acostumbró y se lo pasó en grande corriendo suelto por todas partes con otros perros. Lo malo es que le salió al encuentro una galga espectacular, preciosa, y su tamaño lo amedrentó un poco, aunque sólo quería jugar. La playa, aquella mañana soleada camino del restaurante, se veía gigantesca, muy bonita.

El restaurante estaba situado junto al paseo en un primer piso desde el que se dominaba la costa. Me acordé de la 1ª vez que visité Gijón hace 3 años con mi amiga. Lo conocimos juntas, y nunca pensamos que después hallaría al amor de su vida en Madrid en la figura de un asturiano cuya familia vivía cerca de algunos de los sitios por los que pasamos entonces. El destino nos alcanza siempre, tarde o temprano. La flamante novia me lo recordó después más de una vez con emoción.

Antes de la comida un pequeño cocktail. Ya en la mesa se sentó a mi lado otro de los amigos del novio, que nos estuvo ilustrando sobre algunos de los platos típicos de la zona, con nombres que ahora no recuerdo, y sobre las condiciones del mar y la playa. Afirmó que hay gente que se baña pese al frío todos los días del año. Una de las amigas estaba muy resfriada, porque el día que llegamos no se le ocurrió otra cosa, viendo bañistas y surfistas, que darse un remojón. A nuestro improvisado interlocutor no pude dejar de alabarle las delicias de la comida asturiana, pues una simple tostada en el desayuno que me había tomado esa mañana tenía un sabor exquisito. Él pareció complacido con cada lisonja que le dedicaba a su tierra. Se le notaba mucho el acento al hablar. Nos dijo que era de Langreo. El secreto de los manjares asturianos es sin duda el uso de productos de 1ª calidad y una cocina a la antigua usanza que en otros sitios de España está cada vez más en desuso.


Comida copiosa, cómo no, estábamos en el Norte, tres platos además de postre, café y licor. Luego baile y conversación. El hermano del novio no paraba de hacer chistes para atraer la atención de una de las amigas, que pasaba de él. El padre nos contó con mucha gracia pequeñas anécdotas de su vida y nos invitó a volver no tardando mucho. La madre nos abrazó y nos besó y hablaba con simpatía y ternura acerca de todo, es una persona muy alegre y vital. Le faltó tiempo para levantar a una señora que estaba en otra mesa y presentárnosla como una amiga de toda la vida que vivía en León. La aludida, una de esas mujeres de pueblo que por su piel curtida se ve que está acostumbrada a pasar mucho tiempo a la intemperie, arreglada para la ocasión con la típica blusa blanca, la falda recta y un collar de perlas, se le humedecían los ojos al oir hablar de sí misma tan cariñosamente. Más tarde se acercaría a nosotras para seguir charlando. Son personas entrañables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Perdon, ya se que no me conoces, pero queria darte las gracias, porque estoy escribiendo un relato y me ha venido muy bien tu comentario de la boda. Gracias.

pilarrubio dijo...

No hay de qué, me alegro de que pueda servirte de inspiración. Un saludo.

 
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