Me quedé muy conmocionada el otro día cuando ví una película, dirigida por el siempre sorprendente e inesperado Sean Penn, sobre Chris Mccandless. En EEUU debe ser una figura muy conocida, pero por aquí creo que no sabíamos gran cosa de él hasta ahora.
Un chico que, con 22 años y recién salido de la universidad, en la que había conseguido notas excelentes, decide renunciar a una vida de comodidades, romper con todo y emprender un viaje, una aventura que le llevará a recorrer varios estados y para la que sólo querrá llevar lo imprescindible, una mochila con algunas cosas y poco más, ni un mapa siquiera.
La infancia de Chris y su hermana había sido un tormento, al ser testigos sufridores e impotentes de las contínuas peleas de sus padres, que se maltrataban de palabra y muchas veces de obra. El padre, un ingeniero de la NASA, estaba obsesionado con el dinero, con llevar un tren de vida lo más alto posible, algo que también compartía su esposa. Pero las tensiones entre ambos eran crecientes, y los niños soportaron ese desequilibrio y fueron víctimas también del mal carácter, especialmente del padre.
Chris llegó a adulto colmado de bienes materiales pero sin ningún afecto paterno. Sólo su hermana, con la que tenía una comunicación que iba más allá de las palabras, le comprende y comparte sus sentimientos. Tras la ceremonia de graduación, y cuando lo están celebrando en un restaurante, el padre le dice que le va a comprar un coche nuevo, que el que tiene está muy viejo. Chris monta en cólera: “Sólo compráis cosas, tenéis cosas”. A él le hace falta algo más.
Al comenzar su viaje decide sacar todo el dinero que tiene ahorrado en el banco y donarlo a la beneficencia. Quema los pocos billetes que aún tenía, rompe las tarjetas de crédito y tira a la basura la foto de sus padres. Se lleva consigo una mochila con algunas cosas imprescindibles para la supervivencia y algunos libros. Chris es un lector empedernido.
A lo largo del camino conocerá a varias personas que le llegarán a tomar un gran cariño por su simpatía y su forma de ver la vida, incluso un señor mayor querrá adoptarlo como si fuera un hijo. Todos le recomiendan que llame a su familia, para que por lo menos tengan noticias de él, pero no hace caso a nadie. El perdón no entra en sus cálculos, y su única obsesión es demostrarse a sí mismo y al mundo que es capaz de sobrevivir con muy poco.
Atraviesa zonas desérticas, se desliza en piragua por los rápidos y por un pequeño mar en donde estará rodeado de cachalotes. En los bosques aprende sobre la marcha a cazar, siempre piezas menores, menos una vez que consigue abatir un alce, pero la carne se le pudre cuando intenta ahumarla. No todas las cosas las puedes aprender en los libros ni con los consejos que te da la gente.
También se interna en las ciudades, para buscar trabajo y conseguir algo de dinero con el que continuar su expedición. Vive como un vagabundo, acudiendo a comedores sociales, durmiendo en cualquier lado, sin apenas asearse. Pero el hábitat natural de Chris parece ser la Naturaleza, y pasa más tiempo en zonas agrestes que en las urbes.
Durante el film se oye la voz de fondo de su hermana, que hace las veces de narradora, hablando todo el tiempo de él. Nadie le conoce mejor que ella. Nos cuenta sobre su determinación, su obstinación, su enorme inteligencia y sensibilidad, su valor. Se pregunta por qué ni siquiera a ella la escribe ni la llama. Siente una gran preocupación. Sus padres, desesperados, se preguntan qué han hecho mal. Sus lágrimas serán en vano.
Al querer pasar a Alaska, su meta final, para la que se ha estado entrenando en la escalada, se lo impide un gran río de aguas turbulentas. Decide refugiarse en un autobús abandonado allí cerca, pero la zona es muy árida y no encontrará nada para cazar. Para no morirse de hambre come pequeños frutos, pero algunos son venenosos. Se da cuenta cuando empieza a sentirse mal y consulta desesperado un libro que lleva sobre plantas.
Cuando se le pasan los efectos, al cabo de mucho tiempo, está tan débil que no se atreve a alejarse de su refugio. Escribe febrilmente en su diario, como ha hecho a lo largo de los casi dos años que ha invertido en su periplo. Al ver que se está muriendo, dejará una nota en la que dice que ha sido muy feliz y bendice a todo el mundo.
En la película no se ve, pero fue encontrado por unos cazadores al cabo de dos semanas. Apenas pesaba 30 kg. Había muerto de inanición.
Sean Penn estuvo 10 años intentando comprar los derechos de autor para hacer la película. En cuanto leyó el libro de Jon Krakauer sintió la necesidad imperiosa de llevar esa historia al cine. Empezó a rodar por el final, porque el actor protagonista tenía que adelgazar mucho para interpretar los últimos días de la vida de Chris, y es más sencillo perder peso que tener que volverlo a ganar.
Son impresionantes las imágenes de él dentro del autobús, su angustia, su pánico, su progresivo deterioro hasta su muerte. Por el aspecto que tenía daba auténtico miedo verle. Me encantaron esas escenas en las que Chris, en sus últimos momentos, se tumba boca arriba y mira el cielo, las nubes y un sol radiante a través de unas aberturas que hay en el deteriorado techo del autobús. Su mirada es sobrehumana, y una sonrisa extraña y feliz se dibuja en su rostro cuando expira.
La película tiene un ritmo muy bueno, a ratos está rodada como un documental con episodios de gran crudeza, como cuando descuartiza al alce. Las imágenes de la Naturaleza en estado puro acompañan y dan sentido en todo momento a la trama. Llegamos a comprender lo que siente Chris en esos lugares, la paz que se puede encontrar en ellos. Le siguen atormentando los recuerdos de las miserias de su familia, pero parece superarlos con cada nuevo reto que lleva a cabo con éxito. Su soledad es muy grande, pero como es buscada no resulta tan devastadora.
Todo el mundo cree que la intención de Chris era regresar, y que lo que le ocurrió fue un error de cálculo. Si hubiera llevado mapa o se hubiera informado mejor habría sabido que cerca de donde estaba había un transbordador que le hubiera llevado a la otra orilla del río que no pudo cruzar. Habría sabido en qué sitios acampar donde hubiera más caza y otros alimentos. Fue como si se volviera loco con su aventura: se lió la manta a la cabeza y, gracias a su enorme resistencia física, acometió las mayores pruebas con todas sus fuerzas, sin concederse algunas comodidades que le hubieran facilitado la vida. Una energía incontenible, un impulso ciego le movía.
Desde entonces, y ya hace dos décadas, el autobús se convirtió en un lugar de visita turística, y se puede ver a muchos jóvenes que quieren emular en solitario, como hizo Chris, su experiencia eremita en busca de la paz interior y de la libertad.
Me conmociona casi comprobar hasta qué punto las experiencias vividas en la infancia determinan nuestra vida. Y de todas formas, quién no ha deseado alguna vez romper con todo e ir en busca de la libertad absoluta, aunque en el caso del protagonista esta pulsión sea llevada al extremo.
Hay algo en la desesperación de Chris Mccandless, en su determinación, en su forma tan particular de ver la vida, en su radical sentido de la independencia, en su exacerbado idealismo y su sentido de la justicia, en su ingenua felicidad mientras experimenta su aventura, con los que es muy difícil no sentirse identificado. Muchos lo han sentido también así.
2 comentarios:
Es una de mis películas preferidas. Me encanta la escena en la que se monta una ducha improvisada y disfruta debajo del agua. Y el mensaje que me quedó fue que el secreto de la felicidad es compartirla. Un beso!
Estoy leyendo un libro en el que se habla de la dependencia en todas sus formas. El autor afirma que, aunque el fin que debemos perseguir es la independencia, ésta no existe plenamente, es una utopía.
Me gustó mucho también la escena de la ducha, me gustaron muchas escenas de la película en realidad.
Un beso Folie!.
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