lunes, 14 de mayo de 2012

La aventura de ir al médico


Hay ciertos aspectos de la Sanidad que han mejorado con el paso del tiempo. Las listas de espera se han reducido en la mayoría de las especialidades, puedes elegir el médico de familia que quieras y el hospital que más te convenga, por poner algunos ejemplos, pero en otras cosas seguimos estando a nivel africano.

Sin ir más lejos, debido a mi recientemente descubierta artrosis me he visto embarcada en el típico vía crucis sanitario en el que eres rebotada de un médico a otro como si de un partido de tenis se tratara. La doctora de familia me mandó a la reumatóloga, ésta a la rehabilitadora, que me hizo las mismas exploraciones que la anterior, diciéndome que volviera a pedir cita con mi médico de familia de nuevo, y ésta me dio un papel para que pidiera cita para fisioterapia. Me la daban para cuando estoy de vacaciones este verano, y como la agenda de agosto aún no la tienen abierta, tengo que volver el próximo mes para volver a pedir cita. Lo dicho, un via crucis.

Todo esto cuesta dinero a la Sanidad pública. Se podían haber ahorrado el trámite de la rehabilitadora y que me hubieran mandado directamente a fisio, en lugar de tener que estar dando tantas vueltas. Buena estaría si mi dolencia me restara movilidad, si encima tengo que ir de aquí para allá como un pollo descabezado no creo que fuese precisamente bueno para mi salud.

Mi médico de familia además es la pera. Hace poco que estoy con ella, porque mi anterior doctora, que era estupenda, se tuvo que marchar porque era interina y el titular tenía que ocupar su plaza. Le dimos al recién llegado un voto de confianza, pero sus modales de oso cavernario, que su apariencia confirmaba, provocó la huida en masa a otros médicos, y a su vez la protesta de una de las dos mujeres que dan citas y atienden peticiones diversas en el mostrador, que son bordes como ellas solas. "No se puede cambiar de médico todo el mundo a la vez. Su petición puede ser revisada". En lugar de solucionar el problema, arremeten contra el paciente. Y es que la gente no quiere trabajar, y hasta el último mono se cree con derecho a decirle a los demás lo que tienen que hacer con tal de currar menos. Menos mal que tenemos la normativa en la mano, aunque la que protestó se la quisiera pasar por el forro del carnet de identidad.

Mi médico de cabecera, como decía, no tiene desperdicio. Treintañera, con buena apariencia, más bien repipi. El otro día le quise hacer varias consultas, ya que no suelo ir mucho y quería aprovechar, y me dijo toda azorada, la barbilla altiva y el gesto displicente: “La próxima vez me dice desde el principio cuántas cosas me va a preguntar para controlar el tiempo que debo hablar sobre cada una. Tengo que estar 5 minutos con cada paciente, y no me puedo permitir el lujo de estar más”. Que suene la campana, se acabó el round.
Aún recuerdo a un antecesor suyo, que ocupaba esa misma consulta, que se tiraba entre 3 cuartos de hora y una hora con cada uno. Se jactaba de escuchar a la gente y de atender mejor que nadie a todo el que venía. La sala de espera rugía de enfermos a los que se les había puesto más que a prueba la paciencia. Una leve insinuación mía un día acerca de este pequeño detalle acabó en una inesperada explosión de cólera, que me hizo pensar que el señor estaba bastante mal de la cabeza. Afortunadamente era interino y se terminó marchando. Por lo que se ve, o se pasan o no llegan.

Mi doctora, Dolores, nombre apropiadísimo para una profesión como la suya, escucha sólo la mitad de lo que le dices, como si sólo estuviera escuchando un serial radiofónico, y hace comentarios extraños y fuera de lugar sobre las cosas más inopinadas. Después de pasarse todo el tiempo llamándome de usted, va y se descuelga diciéndome, al mirar mis radiografías en su ordenador: “Estás ya muy changada para la edad que tienes ¿no?”. "Otra chiflada", pensé. “No te hacen falta los análisis de sangre, seguro que no tienes anemia con ese buen color”, me dijo. Suelo repetírmelos cada 6 meses porque tras dejar el tratamiento de hierro siempre recaigo, independientemente de lo sonrojada que esté mi cara, pues vivo en un sonrojo permanente en los sitios donde hay calefacción.

A veces me pregunto cómo han conseguido el título universitario, y más en una carrera tan difícil como esa. Ya sé que no hace falta tener muchas luces para ser médico de cabecera, cuyas funciones se limitan a dar volantes para el especialista, extender recetas y hacer alguna que otra exploración, pero se supone que también han tenido que cursar estudios superiores.
Y luego están los de enfermería. Mi doctora tiene asignada una enfermera que vive como si estuviera bajo los efectos de algún narcótico, en constante somnolencia. A veces la sustituye un chico que, sobre todo cuando vamos mi hija y yo, le da por acalorarse y a empezar a quitarse ropa hasta que se queda en camiseta de manga corta. Luego hay otro por ahí que es un andaluz maduro y sarasa, elegante, con un plumón extraordinario, que a mí me produce una mezcla de repelús e hilaridad, pues suele ser muy gracioso y ocurrente y es un hacha con las extracciones de sangre, lo cual es muy de agradecer.

En fin, que acudir al consultorio médico puede llegar a convertirse en una auténtica aventura, no muy agradable muchas veces, pues nunca sabes dónde te vas a meter, es como internarse en una selva en la que sabes que vas a encontrar seres exóticos a cuyo peculiar criterio expones tu salud.

2 comentarios:

FOLIE dijo...

Se podría decir que los médicos han perdido el respeto a los pacientes, y también la población a los médicos. A mí los de cabecera me dan pena, porque el sistema los exprime al máximo y no les facilita hacer una buena labor. Claro que después está en cada uno resignarse a las circunstancias o luchar contra ellas... no es justificable, igual que la actitud de muchos funcionarios, aunque siempre habrá de todo. De todas maneras, es penoso lo denostada que está la sanidad pública, y me hace gracia porque te has sentido mareada entre tanto especialista y quizás alguien en la misma situación, pero en la privada, hubiera pensado "qué atención tan completa he recibido!" Un beso.

pilarrubio dijo...

A mí me da la impresión de que los médicos de cabecera son médicos frustrados porque no han valido para hacer otra cosa, y lo pagan con los pacientes. Sólo he conocido a una realmente eficiente de los muchos que he tenido que tratar.
Se podían ahorrar muchos trámites, muchos pasos intermedios que son repetitivos, con lo que el coste de la sanidad pública no se incrementaría tanto innecesariamente ni habría tantas listas de espera. La atención completa creo que es que un médico te de el tratamiento adecuado, no un montón de médicos que te echan un vistazo y ya está. Es un poco como Alicia en el País de las Maravillas, una sucesión de situaciones sin mucho sentido, como en una pesadilla.
Que todos esos médicos que están en la misma cadena los envíen a sitios donde haya poca atención sanitaria. Se acumula mucho en pocos lugares, no hay redistribución.
En la privada lo único bueno que tienen es que no hay listas de espera.
Si yo lo que no quiero es ir al médico, y más con lo que yo tengo, para lo que no hay cura.
Un beso Folie.

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes