Maravilloso e impactante el reportaje que vi en televisión sobre Ayrton Senna. Cuánto me acuerdo de él, de lo famoso que llegó a ser, en un mundo como el de las carreras de coches que no a todo el mundo nos gusta, pero su figura siempre llamó la atención por muchos otros motivos, además de por sus logros profesionales.
En el documental podemos apreciar la trayectoria de este corredor desde sus comienzos en la Fórmula 1. Se le ve tan joven. Siempre acompañado por su familia, con la que disfruta de sus ratos de relax y en vacaciones, rodeado de comodidades. Hijo y hermano cariñoso, también se le ve con alguna novia, amistades femeninas que no le duraban mucho, porque su mayor preocupación era competir.
Ayrton se puede decir que era como una figura romántica sobre ruedas, con ese aire lánguido y ausente. Parecía tener casi siempre la mente en otra parte, concentrado en sus pensamientos que le llevaban muy lejos, y en sus obsesiones. Cuando algo le preocupa, se le ve haciendo gestos desesperados, completamente ensimismado y ajeno a la cámara que está captando esos momentos, en un contínuo diálogo consigmo mismo. Había cosas que le hacían sufrir mucho, y cuya carga no compartía con nadie.
Me llama la atención su rivalidad con Alain Prost, otra gran figura de la época. Le recuerdo a él también muy bien. Al principio parecían tan amigos, y un buen día empezaron a distanciarse hasta el punto de convertirse en enemigos acérrimos. Sus enfrentamientos fueron legendarios. Prost veía en Ayrton un rival, un deportista que venía pisando fuerte y le podía quitar su posición preeminente. Prost llega a denunciarle en una carrera que había ganado Ayrton por hacer una salida a pista, tras un percance, que podía considerarse o no de acuerdo con las normas, en connivencia con el director de la competición, amigo de Prost, que se encara con Ayrton de forma muy desagradable.
Prost provocaría otros incidentes, no sólo ante la prensa sino también en pista, poniendo en peligro la vida de ambos, parecido a lo que sucedió más recientemente entre Alonso y Hamilton.
Al año siguiente de este incidente, por el que fue descalificado, en la siguiente competición, y mientras estaba en la reunión previa con el director del evento, otro piloto comentó lo sucedido a Ayrton, la injusticia de que fue objeto, y éste salió muy alterado de la reunión, al ser puesto en evidencia lo sucedido sin que nadie hubiera hecho nada para evitarlo. En sus declaraciones a la prensa él, siempre tan educado y amable, no pudo evitar soltar alguna palabrota. Fue su forma de descargar tensión.
Después de una larga trayectoria llena de triunfos, a Ayrton le quedaba por ganar el Gran Premio de Brasil, su país. Corrió con tanta emoción y el momento en que llegó vencedor a la meta fue tan impactante para él, que se oían sus gritos por los micrófonos de su casco, auténticos aullidos con los que daba rienda suelta a su euforia y descargaba la enorme tensión sufrida. Cuando quiso salir del coche no pudo, pues el stress le había contracturado todo el cuerpo, y no se le podía ni tocar. El dolor era especialmente agudo en los hombros. Salió como pudo, y sólo permitió que se le acercase su padre, en cuyo hombro apoyó su cabeza transido de emoción, como si fuera un refugio y un consuelo para él tras tanto sufrimiento. Pero había merecido la pena. Al final hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar su trofeo en el podio, aunque lo tuvo que bajar enseguida porque no podía más. Fue algo tremendo, impactante e increíble, nunca antes había visto yo algo igual.
Ayrton era todo corazón, pero también tenía una mente inquieta y entrenada. En su última competición se sintió muy conmocionado cuando uno de los pilotos que corrían perdió la vida durante las pruebas de clasificación, un día antes. Vió el accidente en uno de los monitores de la sala de descanso, cómo se estrellaba contra un muro y el cuerpo del infortunado se doblaba en su asiento hacia un lado, como un muñeco, sin vida. Preguntó a cuánta velocidad iba, y con cara de horror y consternación abandonó el recinto. La muerte le obsesionaba mucho, era muy consciente del enorme riesgo de su profesión.
Al día siguiente, los corredores manifestaban su descontento con los coches en los que tenían que competir. No estaban lo suficientemente preparados, les faltaban los controles electrónicos habituales, por los que ciertas funciones se controlaban desde un ordenador. Durante la fatídica carrera, en cada vuelta se podía apreciar que el volante de Ayrton se movía cada vez más, hasta que en un momento dado se quedó con él en las manos. El coche se salió de pista y el piloto intentó frenar como pudo, pero no fue lo suficiente, se estrelló contra las vallas protectoras y se quedó sentado, derecho, inconsciente.
Fue traslado a un hospital, donde murió al poco tiempo. Se dijo que si la barra que atraviesa por arriba el coche para darle mayor equilibrio hubiese estado unos centímetros más arriba o más abajo, no le habría atravesado el cráneo. No tenía señales de golpes en el cuerpo, ni fracturas, todo fue en la cabeza. El accidente se había debido a un fallo técnico, no humano. Desde entonces se modificaron los diseños de los coches para corregir ese error, y según he leído no ha vuelto a haber ningún otro accidente mortal desde entonces. Todos dijeron que Ayrton tuvo mala suerte.
Alain Proust, que presenciaba la carrera desde la sala de prensa, se quedó profundamente abatido. Aunque hacía tiempo que habían hecho las paces, desaparecía la rivalidad y, por tanto, la emoción de haber quién era el mejor.
Los funerales de Ayrton en su país fueron multitudinarios, y se le rindió honores de Jefe de Estado. Tenía 34 años y toda una vida por delante que ya no podría disfrutar. Muchos proyectos rondaban su mente, y mucha ilusión. Es siempre lamentable una muerte temprana, pero lo es más una larga vida sin pasión. Ayrton tuvo de eso sobradamente, pues se atrevió a llegar a donde otros no habían llegado nunca antes.
Sus compañeros de entonces lo recuerdan y aún le lloran, por su forma de ser, una rara combinación de bondad, tesón, humanidad y fortaleza. Como ser humano y como profesional mereció para siempre el cariño y el respeto de todos los que le conocieron.
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