lunes, 24 de septiembre de 2012

Bad teacher


Elizabeth era una mala profesora, más por dejadez que por maldad. Es de las que se daba la vuelta y salía corriendo si veía a alguna alumna llorando (nada de que le fueran con problemas), o a sus colegas celebrando un cumpleaños en la sala de profesores. Consideraba a todo el mundo a su alrededor una panda de frikies.

Sus reacciones son rápidas y agresivas. Conduce el coche marcha atrás a toda velocidad para tomar una determinada dirección. Le gusta decir palabrotas.

Escultural, guapa, vestida a la última, alta, rubia platino, con las uñas siempre pintadas, hace amistad con otra profesora que es la antítesis de ella: gordita, anticuada, fea, tímida… A ella le cuenta todas sus cuitas, es la única que la escucha e incluso la alaba.

En su primer día de clase entra con paso vacilante, como si estuviera bajo los efectos de una resaca, luciendo unas enormes gafas de sol y con gesto de asco en la cara. Los alumnos la aguardan sentados y con gran expectación. Una niña, la típica pelota, se acerca a su mesa con un tapeware de galletas hechas por su madre. “Asquerosas”, suelta tras probar una y comprobar que están durísimas. La niña vuelve a su pupitre muy ofendida. A continuación les pone una película, y ella se dedica a dormitar y a beber alcohol de una botella que esconde en un cajón de su mesa, agachándose tras ésta para que no la vean.

En el comedor se sienta sola. Si ve a algún alumno haciendo el gamberro, hace como que no lo ha visto. Es su hora de descanso y no le apetece tener que estar imponiendo orden.

La llegada de un nuevo profesor parece animarla. Es joven y atractivo, y su familia tiene mucho dinero. “Quiero que me lo coma todo”, le dice a su amiga.

El principal objetivo de la mala profesora es ahorrar dinero para operarse el pecho. Cuando en la clínica le informan de lo que le va a costar dice: “Soy profesora, no traficante de drogas. Volveré”.

Su compañero de piso es un hombre grande, gordo y bruto con el que apenas se comunica y que ni siquiera sabe a qué se dedica ella. Lo encontró poniendo un anuncio en el periódico.

Un día decide camelarse al director, un tipo jovial y excéntrico apasionado de los delfines. Se ha enterado de que va a haber una jornada de limpieza de coches, organizada por el centro para recaudar fondos, y quiere que el director la deje participar.

El día señalado se presenta con un pantalón vaquero muy corto y una camisa de cuadros ajustadísima cerrada con un nudo. Organiza todo un espectáculo de sensualidad para atraer a los conductores. Se desliza por encima de los coches toda mojada, envuelta en espuma, escandalizando a todo el mundo.

En la reunión con los padres de sus alumnos elude las preguntas sobre el programa que va a seguir durante el curso, pero intenta distraer la atención general ofreciendo unas bebidas y algo para picar. Un padre la coge aparte y le ofrece dinero para que apruebe a su hijo, y ella acepta encantada. Luego insinúa al resto de padres que podrían hacer lo mismo.

Mientras está fumando marihuana dando grandes bocanadas dentro de su coche, antes de marcharse a su casa, se le acerca la niña de las galletas, que trae más en otro tapeware, y se sorprende al verla con sus inhalaciones. “Es medicinal”, le dice la profesora a modo de excusa, molesta. “Son de jengibre”, le dice la niña al ver que no se decide a coger las galletas. Cuando lo hace aprovecha para sugerirle que cambie de apariencia y de aspiraciones. “¿Me subirá la nota si hago eso?”, pregunta la niña. Ella, irritada, pega un acelerón y antes de marcharse a toda velocidad le dice: “No cambiarás nunca”.

En su casa la nevera está casi vacía, sólo hay un par de envoltorios arrugados y alguna cosa caducada. Cuando sale a por provisiones se encuentra con un alumno y su madre que desde su coche la invita a pasar con ellos la Navidad. Mientras la familia canta villancicos, todos vestidos con jerseys gruesos con dibujos de renos, ella come con desgana, aburrida. Su alumno recita sus poesías, que son horrorosas. Después les dejan a solas. Él está enamorado de una compañera de clase. “Alguien que lleva 3 semanas seguidas la misma sudadera es imposible que moje”, le dice la profe. “Es el único recuerdo que me dejó mi padre cuando nos abandonó”, le responde compungido. “Pues no me extraña que no se la llevara”, le contesta sin contemplaciones.

Expresiones como “que te den”, “prefiero un tiro en la cara” y frases por el estilo son su forma habitual de hablar.

Algunos profesores han formado una banda y tocan en un pub, entre ellos el guapo profesor recién llegado. Mientras están allí la mala profe anima a su amiga menos agraciada a que se acerque a dos tipos muy feos que no dejan de mirar en su dirección. Le da unas instrucciones disparatadas y así consigue ligar.

Elizabeth se entera de que el profesor que tenga los mejores resultados en los exámenes estatales recibirá un cuantioso premio monetario. Es entonces cuando empieza a tomarse sus clases en serio. Reparte libros a sus alumnos y les hace preguntas sobre ellos. Si alguien hace un comentario chistoso lo echa de clase.

Los chicos protestan porque hace un control de las primeras 100 páginas de uno de los libros al día siguiente de haberlo mandado. Incluso les manda libros que no están en el programa. Los pone en fila en el gimnasio y les hace preguntas sobre todas las asignaturas. Al que contesta mal le tira una pelota de baloncesto con saña, para que duela. Si la víctima intenta esquivarlo le dice a los de los lados que lo sujeten. Si contestan bien son ellos los que tienen que tirarle el balón a ella.

Cuando corrige los exámenes en clase no para de horrorizarse. Escribe en rojo sobre ellos: “Chorradas”, “Gilipolleces”, “¿En qué idioma está?”. Luego los lanza por encima de sus cabezas. “¡Tenéis que trabajar!”, les grita airada, pese a las protestas de los chicos.

Como no tiene mucha confianza en poder ganar el premio, se hace pasar por periodista, cambiando su imagen con una peluca de rizos oscura, unas gafas de sol, pendientes de aro y una blusa escotada, un look muy años 70, y se entrevista con el encargado del examen estatal. Como se muestra reticente a enseñarle el examen, lo emborracha mientras se le insinúa y le pone un somnífero en la bebida. Así logra que le den el premio a ella. Otra profesora que se da cuenta intenta descubrirla ante todos, pero consigue cambiar las tornas para que sea su acusadora la perjudicada. 

Tras el verano, cuando vuelve a las clases, ha decidido que ya no se va a operar el pecho. Al final se ha tomado tan en serio su trabajo que se ha convertido finalmente en la jefa de estudios.

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