He encontrado unas bellas palabras de Pablo Neruda, un canto poético a la necesidad no sólo de estar vivos sino también de sentirnos vivos.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos. Quien no cambia de marca no arriesga a vestir un color nuevo, y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco, y los puntos sobre las “íes” a su remolino de emociones; justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no escucha música, quien no halla encanto en sí mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio; quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte, o de la lluvia incesante.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos senderos, quien no cambia de rutina, no se arriesga a vestir un nuevo color o no conversa con quien desconoce.
Muere lentamente quien no cambia la vida cuando está insatisfecho con su trabajo, o su amor, quien no arriesga lo seguro por lo incierto para ir tras de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
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