Como ha sido el cumpleaños de mi amigo Melchor este fin de semana, además de felicitarle aproveché para echar un vistazo en Internet en busca de novedades sobre su persona, y me topé con un video grabado durante unas conferencias en el Metanexus Institute, en Filadelfia, hace 6 años. Él participaba el penúltimo de 6 conferenciantes. Hablando en un perfecto inglés, aunque un poco academicista para mi gusto (la “t” la pronunciaba con demasiada sonoridad), él, como sacerdote y representante del Vaticano, exponía los puntos de vista de la Iglesia católica sobre lo que suele tratar siempre allá donde vaya: ciencia y fe.
Mientras hablaba en público hizo gala de algunos efectismos que no sé si eran para descargar tensión o para parecer más natural, como quitarse y ponerse el reloj en un cierto momento, o ajustarse el pantalón por la cintura desde la espalda.
En el turno de preguntas del público, él fue el único al que no le preguntaron nada. Cuando el acto estaba llegando a su fin, después de 2 horas, se le notaba molesto. Puede que nadie se diera cuanta, pero yo lo conozco. Y es que la opinión de la Iglesia suele merecer poco interés y respeto allá donde va, y más si se tratan temas como el origen del Universo.
Sin embargo, di con otro video, de principios de junio de este año, de una conferencia en Cartagena hablando de Galileo Galilei, sus estudios y su condena por la Iglesia, tema sobre el que ha escrito un libro en colaboración con otra persona, y resultó encantador. Hablando en su propio idioma, en su patria, como único conferenciante, estaba en su salsa, distendido, como él ha sido siempre. Su charla fue instructiva y muy interesante, explicándolo todo con esa forma suya que hace que todo parezca tan especial, con un lenguaje y una dicción perfectos. Él es un hombre que se mantiene fiel a sí mismo, pues con independencia de las vivencias que haya tenido a lo largo de su vida y los ambientes exquisitos que ahora frecuente, no se ha dejado tentar por el poder y el lujo, es el mismo que era cuando yo le conocí.
Me hizo gracia que le incomodara el hecho de que le alabaran antes, a modo de presentación, y después de la conferencia, para clausurarla. Hacía gestos de extrañeza y se medio sonreía, y al final empezó a juguetear con la botella de agua que había vaciado. Pero se le veía contento de estar allí. Hizo el mismo gesto que en Filadelfia de ajustarse el pantalón por la cintura desde la espalda, y también se quitó el reloj, esta vez para dejarlo sobre la mesa.
Cualquiera que conozca a Melchor sabrá que es una persona extraordinaria. Desde que llegó al colegio, cuando teníamos 10 años, me pareció alguien fuera de lo corriente. Al principio no destacaba del resto de compañeros, pues su aspecto era muy normal y su carácter discreto, pero conforme pasaban los cursos iba destacando cada vez más por su personalidad y su inteligencia.
Todavía lo recuerdo alto y desgarbado, pálido, muy delgado, un poco ojeroso, metiendo la cabeza en un pupitre y cerrando la tapa en un intento de aislarse del mundo. Qué chico más raro, pensábamos entonces. Probablemente su necesidad de aislamiento, de estar a solas contigo mismo y con sus pensamientos, que a eso de los 13 años recuerdo que a mí me pasaba también, él lo llevaba al extremo, era aún más perentoria que para la mayoría de nosotros.
Ya en el instituto despuntó ampliamente. En su tiempo libre salía con pocas personas, no era de pandillas. Siempre iba a estudiar a la biblioteca del centro, pues la suya era familia numerosa y su casa debía ser una jaula de grillos.
Melchor no hacía nada para llamar la atención, era su ser el que emanaba una fuerza y una luz interior pocas veces vista. Vestía de la forma más corriente, con unos vaqueros, una camisa y una rebeca, y en invierno se ponía un plumas. Solíamos quedarnos todos maravillados cuando hablaba, y lo hacía con sencillez, con soltura, con ingenio e inteligencia, y con un toque tierno.
Normalmente él se aburría en clase. Lo suyo es que lo hubieran llevado a algún centro de altas capacidades, que imagino que ya existirían en aquella época. Tenía memoria fotográfica: con sólo echar un vistazo a las hojas de un libro podía repetir su contenido, y su vasta cultura le permitía ampliar los conocimientos sobre la marcha.
Pero se le veía con frecuencia con un aire un poco triste. Luego he sabido que Madrid no le gustó nunca, que prefería Toledo, donde cursó estudios de Teología, y por supuesto Roma, donde ahora vive y donde trabaja con un buen puesto en uno de los organismos de la Santa Sede.
Todos supimos sin lugar a dudas que llegaría muy lejos. Hace años le escribí una carta, cuando hacía yo mis pinitos en Internet y le busqué por si había información sobre él. Me sentí muy feliz de verle después de tanto tiempo, y me sorprendió tanto (y no tanto) de todo lo que había conseguido, que no pude reprimir la necesidad de escribirle, y él me contestó muy cariñoso.
En entrevistas que le han hecho, salvo cuando aborda temas muy especializados, que a los profanos nos pueden parecer tediosos, sus respuestas son muy interesantes y están en consonancia con los tiempos que corren. Al preguntarle por el aborto no lo justifica, por supuesto, pero habla de una necesidad de crear un ambiente laboral donde la mujer no esté sometida a presión, donde no vea amenazado su puesto de trabajo o se le impida conseguir uno por el hecho de estar embarazada.
En lo de que la gente joven va cada vez menos a Misa, tampoco adopta una postura radical, sino que afirma que ahora la juventud vive la religión de otra manera.
Tan sólo faltó a su habitual comedimiento al decir que la base de nuestra sociedad está cimentada en la labor de los sacerdotes de las parroquias (él lleva también una), y no en los obispos, y en concreto en España Rouco Varela, personaje público que a mí tampoco me ha agradado nunca.
Habla de la “vieja guardia”, que va siendo un poco menos arrogante. También la Iglesia tiene que adaptarse a los cambios que el paso del tiempo trae consigo, para no quedarse anacrónica y obsoleta.
En fin, que es una maravilla tener noticias de él, de sus opiniones, de su periplo vital, me produce mucha satisfacción saber que está en el mundo y tan bien. No saben la suerte que tienen los que estén a su lado, no sé si lo sabrán apreciar lo suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario