miércoles, 20 de noviembre de 2013

Deliciosas sugerencias


Con frecuencia es fácil no encontrar nada interesante cuando te pones frente al televisor, por muchos canales con los que contemos en el Digital, pero en otras ocasiones la casualidad hace que podamos disfrutar de más de un programa en un rato perdido, de esos que te hacen gozar de forma inesperada de suculentas propuestas.

Fue con Callejeros viajeros o alguno de esos programas que tienen nombres parecidos e idénticos contenidos. Hacía tiempo que no veía uno. Aparecían españoles en Las Maldivas, en medio de un paisaje de ensueño. Un matrimonio con una hija llevaba uno de esos hoteles típicos de allí, cabañas de madera a pie de playa montadas con un lujo discreto y exótico. En sus ratos libres buceaban en las aturquesadas transparencias del Índico. Ella nos mostraba, haciéndola deslizar en sus manos, de qué estaba hecha esa arena tan blanca, que no era tal si no conchas, corales y diversos crustáceos pulverizados.

Otra familia, matrimonio con dos hijos, mientras disfrutaba del agua nos decían que el viaje les había costado nada menos que 3.000 € por persona. Ella decía que era una ocasión excepcional, para celebrar su 40 cumpleaños, pero que no siempre se podían permitir semejante gasto.

Otro matrimonio, sin hijos, recorría Las Maldivas en un gran barco en el que alojaban a turistas. Tenía un pequeño jacuzzi en la cubierta superior. Habían llegado allí hacía muchos años y se quedaron definitivamente, enamorados de la belleza del lugar.

Una chica, y esto fue lo que más me llamó la atención, que trabajaba para una agencia de viajes, se dedicaba los fines de semana a viajar a destinos como aquel, enviada por sus jefes para probar personalmente las delicias que se les pudieran ofrecer a los clientes, y así organizar viajes y hacer sugerencias fiables. Se la veía disfrutando del complejo hotelero que mencioné al principio, o tomando clases de buceo, o recibiendo unos masajes en el porche del hotel, en plena Naturaleza. En la playa comentaba que como ahora estaba libre en lo personal y no tenía responsabilidades familiares, se podía permitir viajar por su trabajo en su tiempo libre.

Me encantó, eso de poder conocer paraísos por la patilla me pareció lo más. Fue como si yo también estuviera gozando de esas maravillas naturales, disfrutar de un lugar en el que no existe el invierno, ahora que ya empieza a hacer frío aquí. Me imaginé viviendo en un sitio así, y pensé que hay gente que se lo sabe montar muy bien y que los demás somos unos pringaillos, aguantando este clima extremo que tenemos y las rutinas de la vida en la gran y gris ciudad.

Pero el siguiente programa no se quedó atrás por lo suculento, aunque en otro sentido. Esta vez se trataba de un señor que se dedicaba a recorrer los EE.UU. probando todo tipo de delicias culinarias. A juzgar por su creciente obesidad se veía que disfrutaba con su trabajo. Se metía en las cocinas de varios restaurantes para comer, recién hechos, los platos especiales de la casa. Los cocineros le miraban, unas veces divertidos y otras un poco asqueados, ante la sucesión de muecas y ruidos de gusto que emitía con cada bocado.

En un sitio nos enseñó cómo se hacía una hamburguesa en la que la carne estaba rellena de queso fundido. En otro lugar, la carne se cocía en unos pequeños recipientes rectangulares metidos en un horno de vapor, mientras en otro hacían lo mismo con el queso, que quedaba cremoso. La cebolla estaba picada y parecía caramelizada.

Había un sitio donde se servían unos sándwiches enormes, en los que los panes se untaban con mantequilla y con otras salsas antes de ponerlos en la plancha, y luego se rellenaban con todo tipo de carnes y vegetales, al gusto del cliente. Los servían pinchados con un palillo.

En otro restaurante era el pollo frito la exquisitez, rebozado en una salsa condimentada con varias especias y frito en unas freidoras que funcionaban a presión, durante 21 minutos. En otro, regentado por un chino joven, se consumían a diario cientos de kilos de cangrejos rojos, muy frescos, que eran bañados en una masa hecha también con especias diversas, y después de freirlos se volteaban en otra mezcla de especias, distintas a las anteriores. Sólo se mencionaban algunos de los ingredientes, el resto pertenecía al secreto del gourmet.

La comida de los norteamericanos suele ser bastante grasienta y pesada. En estos macrorestaurantes la gente se ponía las botas literalmente, y daba igual a qué parte de EE.UU. fueras que en todos tenían sus peculiaridades gastronómicas, aptas para estómagos poco delicados, amantes de los sabores fuertes.

Suculentas sugerencias las que nos proponían en televisión en ese rato perdido al final de la tarde, al alcance de la mano si nos los propusiéramos.

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