Hay un programa en televisión, Equipo de investigación, que nunca recuerdo cuándo se emite y con el que suelo topar haciendo zapping, que es realmente interesante. Su presentadora es, para mi gusto, excesivamente enfática al hablar, al cabo de un rato su voz tan tonante termina resultándome un agobio, pero por lo demás se abordan contenidos polémicos con mucho acierto y meticulosidad, son muy exhaustivos en sus análisis.
Lo que me parece sorprendente es que con lo que en él se denuncia aún siga en antena, o que la justicia no tome cartas en los asuntos que trata, auténticas bombas de relojería. Quizá hayamos llegado a un estado de desidia e inmoralidad general en el que ya nada escandaliza, y ya nada se hace para cambiar el rumbo.
De todos los programas que he visto en este espacio, el que más me llamó la atención fue el de la nueva invasión árabe de España. Volvemos a los tiempos del Al-Andalus, sólo que en esta ocasión no vienen a dejarnos su vasta cultura, sino a usarnos como centro de mercadeo para sus negocios.
Aparecía un arquitecto español que trabaja con magnates de los Emiratos Árabes, asomado a la terraza de uno de los rascacielos que ha diseñado en Benidorm, desde donde contemplaba otros muchos edificios también creación suya, todo bajo el patrocinio de sus jefes árabes. Este señor ha convertido esta localidad en un 2º Nueva York, cuando hasta hace unos años era un lugar tranquilo y agradable donde pasar las vacaciones. Ahora es la ciudad de Europa con más rascacielos, un auténtico horror de explotación urbanística salvaje.
También se le veía en Arabia Saudí, donde construye rascacielos a tutiplen, haciendo caja sin parar. No tenía reparos en mostrar todo lo que había hecho allá donde fuere, orgulloso de su reconocido talento. El impacto medioambiental y la destrucción del paisaje eran lo de menos, lo importante es enriquecerse.
El programa contacta con un miembro de la realeza saudí, un príncipe que está estudiando comercio internacional en el Instituto de Estudios Bursátiles, muy cerca de donde yo trabajo. Pese a su juventud, está ya a cargo de varias empresas. El máster que está realizando cuesta mucho dinero, pero es una minucia para él. Cuando se le graba durante las clases mira muy serio a las cámaras, sin pronunciar palabra, molesto. Después, en la lujosa casa donde vive, su asistente personal prepara una mini entrevista, tan corta que prácticamente el príncipe se está levantando de su asiento poco después de haberse sentado en él, con un semblante muy distinto al anterior, todo sonrisas, y respondiendo brevemente a las esquemáticas y escasas preguntas que se había acordado hacerle.
Hay imágenes del que se considera el árabe más influyente del mundo, un millonario muy bien relacionado que se dedica últimamente a comprar equipos de fútbol, y que se está reuniendo con los presidentes de diversas comunidades autónomas para ver dónde le conviene hacer sus inversiones. Todos parecen complacidos, pues la crisis nacional hace que no exista mucha liquidez, y el hecho de que inversores extranjeros se interesen en nuestros negocios es un potente imán. La invasión árabe parece no importar a nadie, antes al contrario.
Se ve al dueño de una fábrica de alfalfa, casi en quiebra, que está negociando con unos inversores árabes para ver si se la compran. En los Emiratos está prohibido cultivar la tierra por la escasez de agua, y necesitan suministradores extranjeros de todos aquellos productos que ellos no pueden generar. Finalmente adquieren la empresa, para alivio del que era su dueño, al que la angustia se le reflejaba en la cara hasta ese momento. Él seguirá siendo el director, pero la propiedad pasa a manos de los nuevos compradores. Y así está pasando con otras muchas empresas españolas, como CEPSA.
España es pues una especie de inmenso zoco en el que los árabes están llevando a cabo sus mercadeos. A pesar de las protestas de los vecinos de algunas localidades en las que están desarrollando sus negocios, afectados por algunas de las medidas que están tomando, nadie parece hacer caso. Son movilizaciones a pequeña escala no tienen fuerza para mover los engranajes de la inmensa maquinaria de la justicia. Nuestra economía y la justicia social están cada vez más en entredicho.
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