miércoles, 6 de noviembre de 2013

Emociones tóxicas (VIII): la vergüenza


Existen situaciones en las que nuestra sensibilidad y vulnerabilidad son probadas al máximo, hasta el punto de desencadenar en nosotros ciertas reacciones que no nos hacen sentir muy cómodos, como por ejemplo no emitir nuestras opiniones ni darnos a conocer como realmente somos.

Cuántas veces te has quedado en silencio y pensabas: “Tierra trágame”.
Justamente, de esto se encarga la vergüenza, de relegarnos; actúa como un falso muro de contención frente a las diferentes posibilidades que se nos presentan.

Muchos creen que la insignificancia es garantía de seguridad y prefieren ser ignorados para no arriesgarse al “qué dirán”.

La vergüenza es la creencia dolorosa y errónea que abrigamos sobre nuestras propias deficiencias. No tiene que ver con capacidad, talento, potencial y coeficiente intelectual, sino con sentir directamente que somos inadecuados, que no somos aptos.

Tal vez, durante parte de tu vida, has vivido junto a personas que utilizaban la vergüenza como método de disciplina. Padres o abuelos que pensaban que, corrigiéndote o exhortándote en público, aprenderías más rápido la lección.

Jefes severos que necesitaban mostrar su poder o su cargo descalificando tu trabajo delante de otros.

Parejas que, sin importar quién está delante, tratan por todos los medios de dar a conocer tus errores y tus carencias, pensando que cuanto más mengües, más permiso tienen ellos para crecer y demostrar que son superiores a ti.

Palabras, insultos, menosprecios, desprestigios, críticas cuyo único fin es descalificarte y dañar tu estima.

El que se avergüenza lo hace por inseguridad.

Cuanta más competitividad haya, más tratará la persona insegura de sí misma por todos los medios de descalificar. Si tú eres su blanco de ataque, es porque eres su competencia, y si eres su competencia es porque eres apto para ganar el premio. Si de verdad no sirvieras o no estuvieras cualificado, no tendría puestos sus ojos en ti.

Sólo una autoestima sana puede resistir el error y a la vergüenza. Errar es humano.
¡Y qué bueno que seas un ser humano capaz de revertir cualquier error!.

La crítica constructiva no existe, es crítica. Las equivocaciones, los errores, no se critican, se corrigen.

En primer lugar, comienza por rechazar todas aquellas palabras de burla que en algún momento de tu vida te han dicho y hoy aún resuenan en tu mente.

Menosprecia toda palabra, todo recuerdo y todo gesto que te haya limitado.

La vergüenza es una barrera, un muro que no nos permite conectarnos con nosotros mismos y con los demás.

El avergonzado se aísla. La timidez lo invade.

El vergonzoso se convierte en un blanco fácil para los ataques. La persona que padece esta emoción se siente indefensa, su energía disminuye.

El vergonzoso se siente menos que todos los que lo rodean. Nunca se sienten lo suficientemente aptos para estar a la altura de las circunstancias.

El hecho de que podamos reconocer nuestra vergüenza es sumamente importante. Es lo 1º que debemos hacer para no volver a ella jamás.

A medida que reconozcamos nuestra vergüenza, podremos aceptarnos más a nosotros mismos y, por ende, relegar el hecho que nos ha avergonzado al lugar que le corresponde.

Dándole valor sólo a aquellas palabras que aportan valor a tu vida, creyendo y confiando en ti mismo, te verás respondiendo y actuando de una manera diferente pero eficaz y segura.

No te castigues. Usa tus errores para crecer, la equivocación o el error no determinan tu identidad.

(Del libro de Bernardo Stamateas)

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