Cada año que pasa está más arraigada la fiesta de Halloween en nuestro país, y se celebra cada vez con más entusiasmo. Grupos de niños de unos 7 u 8 años correteaban por mi barrio al ocaso, de un lado para otro, vestidos con capas, ropas oscuras, maquillajes de muerto y demás parafernalia de ultratumba. En el autobús chicas veinteañeras lucían sin reparo la cara blanca, los ojos sombreados en tonos negros, y una cicatriz que les subía por la mejilla desde la comisura de la boca. Estoy segura de que aquí aún no se conoce bien el origen de la fiesta ni su significado, pero como se ha convertido en un negocio lucrativo, tal y como pasa con la Navidad por desgracia, importa poco, el caso es disfrazarse y pasar un rato de juerga, y que unos cuantos ganen un dinero extra.
Pero a mí no deja de chocarme, y eso que se lleva celebrando entre la gente menuda desde hace 30 años, 1º sólo en los colegios privados y luego en el resto. Las tiendas adornan sus escaparates con brujas sobre escobas, fantasmas, telarañas, murciélagos y calabazas, todo muy gótico, para atraer a la clientela. Y la verdad que sí es un gancho comercial, porque hay que reconocer que la decoración halloweeniana es bonita, si no se carga mucho las tintas en las cosas tétricas.
Veía desplegar en la puerta de un restaurante en esos días una tira de calabazas recortables que animaban mucho el local. Lo que le falta a las tiendas españolas es una decoración primorosa, todo el año, no sólo cuando hay una festividad. En otros países los escaparates son estilosos y están llenos de detalles con gusto que son muy agradables a la vista.
Lo cierto es que se genera una gran confusión con los imperativos comerciales, pues en octubre ya están vendiendo adornos navideños, turrón y polvorones, y a primeros de noviembre montan Cortylandia, por lo que se mezcla Halloween y Navidad, más que nada porque unos se adelantan excesivamente a las fechas que les corresponden, y otros han venido a irrumpir en nuestras costumbres y tradiciones, cuando aquí el Día de Todos los Santos se celebraba de otra manera.
Ahora no sólo no se visita a los difuntos en los cementerios si no que se hace rechifla de todo lo relacionado con la muerte. Lo encuentro de mal gusto, algo morboso, siniestro. Quizá no debiéramos tomarnos tan en serio como solemos hacerlo, pero burlarse del más allá no creo que sea la solución para espantar nuestros miedos. Lo suyo es aprender a aceptar con más naturalidad el destino que nos aguarda, sin traumas ni temor, las cosas son como son y no hay que darle más vueltas.
Eso sí, la mayor perogrullada del mundo es lo del truco o trato, y de mal gusto. Es una velada amenaza, pues en su origen conllevaba que si no hacías lo que te pedían echaban una maldición sobre ti y tu casa, y ahora se ha quedado en que te gastan una broma pesada. Se suele decir que compensa más ceder al trato, sea el que fuere. Es como el impuesto revolucionario de la golosina y quién sabe qué más. Con lo que detesto las imposiciones. Esto no es como pedir el aguinaldo en Navidad, una cancioncita infantil y si quieres les das algo y si no quieres no pasa nada.
El lado oscuro de la gente sale en esas fechas, esa inclinación por lo tenebroso y lo macabro. Yo me quedo con las calabazas iluminadas por dentro, lo de las brujas y los muertos no, porque es estética y culturalmente deplorable. Y también me quedo con los buñuelos rellenos de nata y crema, no en cambio con los huesos de santo que son muy empachosos. En fin, que hay que quedarse con lo de bueno que cada festividad tenga.
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