jueves, 7 de noviembre de 2013

Volviendo a Mariano José de Larra


Leía mi hija uno de los artículos de Larra, a propósito de un examen que le iban a poner en el instituto, pues está estudiando el Romanticismo en Literatura, que no es precisamente de los más nombrados pero que me encantó cuando me lo pasó para que la ayudara. Un reo de muerte no es quizá la elección más jovial para que la gente joven vaya familiarizándose con la obra de este gran periodista y escritor, pero supone un principio interesante al reflejar, como hace en el resto de su trabajo, algunas de las características que le acompañaron: la ironía exacerbada, la crítica social, la vigencia aún hoy en día de su pensamiento.

Abogaba por la abolición de la pena de muerte, la supresión de las corridas de toros, y en general su pensamiento es lo suficientemente progresista y liberal como para sintonizar más con lo que se lleva en el momento presente que con lo que regía por aquel entonces en nuestro país. Hace tiempo dediqué a la figura de Larra un post, pero no puedo resistir volver sobre él.

Se cuenta en el mencionado artículo el ambiente que rodea a un condenado a garrote vil, pena que por cierto se abolió en un par de ocasiones a lo largo de nuestra Historia para reaparecer nuevamente, hasta que desapareció definitivamente en 1978 con el fin de la pena capital. Es mucho tiempo pues el que estuvo funcionando en España.

Se describe la prisión en la que espera el reo su ajusticiamiento, la gente que llena las calles para presenciar el lamentable espectáculo, la plaza donde se ha situado el patíbulo con toda su parafernalia de muerte. Este hecho trae a la mente de Larra toda una retahíla de consideraciones, habituales en él, acerca de la política y las costumbres sociales, elementos ambos que deplora. Se pregunta cómo una sociedad que es violenta de por sí puede erigirse en juez y verdugo de uno de sus individuos.

Me encanta la clasificación que hace de las distintas formas de afrontar la muerte para un condenado: el que carece de creencias religiosas, que no tiene esperanza ni arrepentimiento, y se comporta de manera maquinal; el que sí las tiene, que está feliz y esperanzado por poderse reunir con el Creador; y el que está en un nivel intermedio, que quizá sea el que peor lo pasa, lleno de dudas y miedo. Luego describe al reo que lo es por su ideología, que permanece sereno, sustentado en sus convicciones profundas.

Me gusta especialmente la parte que dedica al que no cree en Dios: “En tan críticos instantes, sin embargo, rara vez desmiente cada cual su vida entera y su educación; cada cual obedece a sus preocupaciones hasta en el momento de ir a desnudarse de ellas para siempre. El hombre abyecto, sin educación, sin principios, que ha sucumbido siempre ciegamente a su instinto, a su necesidad, que robó y mató maquinalmente, muere maquinalmente. Oyó un eco sordo de religión en sus primeros años y este eco sordo, que no comprende, resuena en la capilla, en sus oídos, y pasa maquinalmente a sus labios. Falto de lo que se llama en el mundo honor, no hace esfuerzo para disimular su temor, y muere muerto”.

Cuando comencé a leer el artículo, en voz alta para que mis hijos lo escucharan, me dijo enseguida Miguel Ángel que le recordaba mucho a Pérez Reverte, algo que también he pensado yo más de una vez. Se puede decir que Reverte es como el Larra de nuestra época, siempre afilado crítico de los vicios y la decadencia de nuestra sociedad, sólo que aquel posee un lenguaje, en ocasiones, bastante grosero, y por el contrario Mariano José de Larra jamás escribió una sola palabra malsonante.

Busto de Larra en la calle Bailén de Madrid
Recomendé a Ana que leyera alguno de los otros artículos que tanta fama dieron al autor, satíricos y desternillantes, en los que pone siempre el dedo en las llagas, pero no tomando como punto de partida un tema tan lúgubre como el que a ella le encomendaron. El castellano viejo es uno de ellos, lo que me habré podido reir con él. También En este país, La Nochebuena de 1836. Mi criado y yo. Delirio filosófico y Vuelva usted mañana, todos célebres y eterna fuente de inspiración. Su crítica era tan feroz que en muchas ocasiones hasta la dirigía contra sí mismo.

Tengo en casa un ejemplar que recopila unos cuantos y que me compré para recordar los buenos ratos que me hizo pasar cuando lo leía por 1ª vez, precisamente en mi época del instituto, como Ana. Me sorprende gratamente que a mi hija se le recomienden estas lecturas, que yo creía erradicadas de la enseñanza actual, pues hasta ahora las que le habían sugerido han sido por lo pronto peculiares.Cultura, mucha cultura es lo que necesitan las generaciones que nos preceden, y para todos, y con Larra, su inteligencia, su sensibilidad y su agudo sentido del humor, es además un camino delicioso.

Buscando datos sobre la vida de este autor, encontré algunas curiosidades que desconocía. Que nació, por ejemplo, en la calle Segovia, junto al Viaducto (cerquita de mi barrio); que era hijo del 2º matrimonio de un médico militar, cuya mujer tenía un apellido compuesto que coincide con uno de mis apellidos; que a los 15 años se enamoró de una mujer mucho mayor que él, que luego resultó ser la amante de su padre, lo que le produjo un shock que le cambiaría el carácter para siempre; que su matrimonio fue doloroso y acabó en separación; que tuvo un hijo que se dedicó a escribir zarzuelas, y dos hijas, de las que lo único que se resalta es que una fue amante de Amadeo de Saboya, y la otra estuvo implicada en una estafa bancaria por la que fue encarcelada un tiempo; que sus restos han sido cambiados dos veces de campo santo y en su tumba descansan también otras dos figuras ilustres, el escritor Ramón Gómez de la Serna y el por entonces presidente de la Asociación de escritores y artistas Jose Gerardo Manrique de Lara; y que cada cierto tiempo se organizan homenajes y conmemoraciones en su memoria en los que participa un descendiente suyo, Jesús Miranda de Larra, nieto en 4ª generación, que además de escribir y dar conferencias sobre su ilustre pariente es doctor ingeniero agrónomo y representante del Mº de Agricultura español para la FAO en Roma, Londres, Washington y Perú.

Es pues la vida de Mariano José de Larra, fallecido con tan sólo 27 años, una existencia breve pero intensa, en la que le dio tiempo a dejar una huella permanente en nuestras letras y en nuestro pensamiento, pues nos sigue haciendo reflexionar sobre cuestiones que aún perviven hoy en día.





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