Estaba yo el otro día con mi amiga Mª José y me dio por pensar en los años que hace que nos conocemos, cómo éramos y las cosas que nos han pasado en todo este tiempo. Yo por entonces aún estaba casada y ella sólo hacía 5 años que se había divorciado. Nuestros hijos eran pequeños, trabajábamos en el mismo sitio y nuestras vidas eran otras.
En ella se ha instalado una cierta melancolía. Llega un momento que echamos la vista atrás y hacemos balance de todo lo que nos ha sucedido. Nada como tomar distancia para calibrar el alcance de ciertos hechos y situaciones del pasado. Cuántas zozobras, y sobre todo la preocupación por nuestros niños, porque sean felices y su futuro sea bueno. Desde aquella época hemos conocido y hecho amistad con otras personas, hemos visto otros lugares, hemos tenido otras experiencias, cada una por su cuenta, pero los lazos afectivos que nos unen han permanecido incólumes.
Le comentaba hace poco qué distinta la actitud de otra amiga común que, con el paso de los años, se ha convertido en un ser amargado. Las cosas no le han salido ni le salen como quería, aunque buena parte de culpa la tiene ella misma, lo que estoy segura que habrá reconocido en su fuero interno en algún momento dado, a solas con sus pensamientos. Percatarse de los propios errores e intentar corregirlos es de sabios, dicen, pero me temo que la sabiduría, al contrario de lo que suele suceder, que con el paso del tiempo y la experiencia acumulada aumenta, no ha florecido en ella precisamente. Lamento que ya no podamos seguir siendo amigas, porque guardo en mi memoria los buenos momentos y las risas que hemos compartido, su humanidad, su sentido del humor, y ese algo especial que tenía, temperamental y apasionada, y al mismo tiempo tierna, cualidades que admiro. Pero las cosas han sucedido así.
Mª José y yo, en cambio, aunque tampoco somos las mismas que éramos (quién lo es), permanecemos fieles a nosotras mismas. Somos constantes en nuestros afectos, y sabemos que cualquier preocupación o cualquier alegría puede ser compartida como si pusiéramos sobre la mesa los asuntos importantes para dirimirlos y actuar en consecuencia, cuando no zanjarlos. La opinión de una o de otra es importante, y el respeto a la intimidad, pues aunque tengamos mucho feeling no invadimos esa zona privada que todos tenemos, ni mucho menos nos decimos la una a la otra cómo debe vivir su vida.
Me contaba que una amiga del trabajo, que no está pasando por una buena racha, la tenía a ella de ejemplo a seguir para intentar animarse. Mª José ha sacado adelante sola a sus hijos, y está muy orgullosa de lo que ha conseguido, y de su propia vida, pues ha sabido disfrutar mucho, y en esas sigue. Es muy tesonera, y como el Ave Fénix que siempre resurge de sus cenizas. Por malas que sean las épocas por las que podamos pasar, ella siempre tiene entereza y esperanza, y ganas de reir un rato, cosa que hacemos con frecuencia y con la más absoluta jocosidad, porque a sarcásticas no nos gana nadie. Lo que sí le dije, a modo de consejo para su amiga, es que nadie debería tomar como modelo a nadie, porque cada vida y cada persona es distinta a las demás. Debemos sacar la fuerza para seguir adelante de nuestro interior, pararnos a reflexionar, sentir cómo somos, conocernos bien, querernos, y esa energía que fluye de dentro a partir de ese momento sacarla fuera y aprovecharla como motor de nuestras vidas.
Los hijos de Mª José son un encanto. El hijo acaba de encontrar un trabajo estable que le ha resuelto su futuro profesional, hasta ahora incierto. Atrás queda aquel duro año viviendo en Londres con su novia para aprender inglés y con muchas dificultades, pues no encontraba empleo y lo que consiguió fue siempre precario. La hija se acaba de ir a Dublín con su novio para aprender inglés también, después de acabar Periodismo. Han encontrado una casa preciosa en el centro, después de mucho buscar (no creía que pudiera ser tan difícil encontrar una vivienda de alquiler allí) y son muy felices.
Tiene mi amiga la suerte además de que sus hijos están con parejas que los quieren, personas buenas con familias que los han acogido como uno más. Eso es para una madre una felicidad en sí mismo, una enorme tranquilidad. Como dice ella, que por lo menos puedan tener un poco de la suerte que a ella le ha faltado, pues en esto del amor no hemos sido afortunadas ninguna de las dos. Aunque nunca se sabe, todavía no hemos depuesto las armas, ni en eso ni en ninguna otra cosa de la vida.
Su historia personal y la mía tienen sorprendentemente muchas cosas en común, y su forma de ser. Yo, que me tengo por alguien peculiar, nunca pensé que podría encontrar una amiga con la que pudiera tener tantas afinidades.
Jamás tuvimos un enfado, ni una mala palabra. Ella es más reservada que yo para algunas cosas, pero eso tampoco tiene importancia. No se puede exigir el mismo nivel de confianza recíproca porque eso no depende del grado de amistad que se tenga sino de la personalidad de cada una. Respetamos nuestras mutuas idiosincrasias.
Ojalá que nuestra amistad dure muchos años. Tener un buen amigo es mejor que ir al psicólogo. Comprensión, afecto, ayuda cuando hace falta, un entendimiento que no necesita muchas veces palabras. Y dura más que el amor, por lo que se ve.
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